Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de marzo de 2011 Num: 838

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Salvador Elizondo:
el último proyecto

Roberto Gutiérrez Alcalá

Nobody
Febronio Zatarain

Arto Paasilinna:
el revire finlandés

Ricardo Guzmán Wolffer

Frutos de la impaciencia
Ricardo Yáñez entrevista
con Ricardo Castillo

La Tierra habla
Norma Ávila Jiménez

La brevedad en el
tiempo postmoderno

Fabrizio Andreella

Metafísica de los palillos
Leandro Arellano

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Foto tomada de: aguinaga.blogspot

Frutos de la impaciencia

Ricardo Yáñez
entrevista con Ricardo Castillo

Happy birthday, pobrecito señor X

Poeta de extensión y hondura, el nombre de Ricardo Castillo suele relacionarse sobre todo con un título, el de su primer libro, de culto para algunos y tema único de esta entrevista.

–El pobrecito señor X es un libro cuya primera publicación ocurrió hace treinta y cinco años. Fue un éxito de lectura, y en parte de crítica, desde su salida. La primera edición no incluía el extenso poema “La oruga.” Se trata de un libro breve. ¿Te explicas de algún modo su resonancia inmediata y larga además? ¿Qué tan cercano o distante te sientes de esos textos?

–Treinta y cinco años son más de la mitad para uno que como yo tiene cincuenta y seis, pero pueden ser cualquier otra cosa, demasiado o nada, para unas cuantas páginas que están por cumplirlos. Sobre todo tratándose de un poemario que si tiene un acierto, pienso yo, es el de haber evidenciado literariamente que cualquiera es mejor poeta de lo que es capaz de demostrar, je. Algo hay de eso. El pobrecito pica su piedra poética en la evidencia y no en la demostración, los textos rehuyen buena parte de la retórica de los grandes poemas de la poesía mexicana, como quien está irritado ante los menos responsables, pero a los que hay que cuestionar precisamente por ser los que importaban en una época en que la dominante progresista era la crítica de la autoridad. El espíritu de la canción de Dylan, “Los tiempos están cambiando”, impactó como una convicción a la hora de escribir los versos, porque según el trayecto de este hilo setentero, la realidad y el poema (lo Real y lo bello) necesitaban por igual una vuelta de tuerca. La época hizo que el señor X se pusiera los tenis de la heterodoxia. Si el joven que era yo iba a escribir poesía, no trataría de seguir exclusivamente un buen ejemplo y hacer una demostración poética de apego a tal o cual modelo, sino un poema que hiciera su destino aprovechando las limitaciones y las fortalezas directamente de su corta experiencia, tanto en la vida como en la literatura. El arrojo legítimo o simple impertinencia del joven que saca de algún sitio la seguridad de poder escribir un poema, una escritura sin temor a equivocarse por no observar determinada regla que, en su caso al menos, ya no parece viva o útil, un libro que no apelaba a nobles materiales o poéticas “garantizadas”. Se trataba de escribir un poema que, además de serlo, no lo pareciera. Creo que el señor X, como libro, es el intento de sacarle algún fruto a la impaciencia, conjurarla con un acto creativo en el que antes que nada va de por medio la vida y, en ella, en todo caso, el soporte del poema. Es un poemario que además, según él lo solicitaba, debía ser otra cosa, una especie de cómic, porque el señor X es un personaje de cómic que comienza diciendo “yo”, pero que termina siendo cualquiera, la transformación del yo lírico en personaje colectivo y anónimo (conforme avanza el texto), aunado al español de la calle mexicana, exige con frecuencia ser un lector local para acceder al sentido de ciertos versos. Por otro lado el texto se desentiende con juvenil despreocupación de los momentos memorables para centrarse en lo intrascendente y cotidiano. Con estos argumentos no es posible que el texto pueda soportar muchos sexenios más. Hace treinta y cinco años algunos pocos (que ya es decir mucho en poesía) hacían la pregunta retórica ¿acaso aquello podía ser llamado poemas? Actualmente no tendría por qué haber menos rechazo en unos cuantos (que en poesía tampoco es decir cualquier cosa). Pero siento que llegué a la Casa donde los poetas especulan, aun a su pesar, acerca de la existencia de los fantasmas. Un fantasma no debería preguntarse si existen los fantasmas. Tampoco avinagrarse por no ser visto o empañar los espejos. Mucho menos hinchar el ego por conseguir una sábana que lo haga perceptible. Se tiene más oportunidad de encontrar tu voz si no asistes demasiado a esa Casa de ansiedades. Sin embargo, ya adentro, diré que el libro se sigue leyendo, me consta, aunque no sea mucho y en la escala proporcional al género. A esto han contribuido sin duda las cinco ediciones que ha tenido el texto, pero es posible que las razones para que El pobrecito se siga leyendo sean las mismas que hace treinta y cinco años. Por supuesto que ha cambiado el panorama y probablemente el texto ya no sea tan leído como entonces, pero mientras México siga siendo un gran productor de hijos de familia disfuncional, no faltarán lectores, jóvenes por lo general, que encuentren algo todavía en sus irreverentes páginas. El tema central del poemario es la Familia Mexicana, con su patrón autoritario, machista, represivo en lo intelectual y sexual, asuntos muy básicos pero que desgraciadamente siguen vigentes en el país. Quiero creer que el libro “da pa’ arriba”, y que incita a tomar la responsabilidad personal de vivir, independientemente del medio social y de los padres. Lanzar la roca de la culpa al entorno y a los padres no alcanza para sacar al güey de la barranca. Hay que optar por la vida. Salirse del rol de víctima. En realidad no quisiera explicar mi propia plana, ni especular acerca de la resonancia del poemario; estoy seguro de que lo dicho ha caído en “claro fuera de lugar”, pues resulta inevitable ponerse en el papel del poeta que se toma en serio tratándose de la repercusión de su trabajo. Creo que al abordar ese tema queda uno siempre entreverado en un espagueti imaginario. Suficiente mezcla de obediencia, terquedad y despiste es la decisión de tomar con la mejor cara eso de ser poeta, como para marinar la carne con más mortificaciones. “Como alguien me lo dijo una vez:/ valgo madre.” Este reconocimiento embarazoso, este ser visto nada caritativamente por los ojos de otro (para empezar los de uno mismo), vino a ser una exigencia crítica que intenté resolver a dos manos; digamos el pulso ético y la variación poética. ¿Cómo ser libre y creativo si se ignora que hay muchas cosas que funcionan mal, empezando por uno? Hay que poner a funcionar la vida y por lo tanto la poesía. En ese sentido, mi buen Ricardo, el poemario es un amigo que vive lejos, pero que siento cercano.