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Narcoviolencia

Hubo dos atentados en un mes contra Jaime Rodríguez Calderón, alcalde de García, NL

Me quieren matar porque yo no me hago pendejo

El edil cerró 250 narcotienditas y limpió la policía local; Los Zetas lo acechan

El blindaje que necesitamos es que nos cuidemos entre todos, dice

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El alcalde Jaime Rodríguez CalderónFoto Sanjuana Martínez
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Agentes estatales montan guardia frente a una estación policial tras un ataque con granada, que no dejó heridos, el viernes pasado en la ciudad de MonterreyFoto Reuters
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 3 de abril de 2011, p. 3

García, NL. Al alcalde de García, Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, le dicen El Bronco por el valor mostrado ante el crimen organizado que lo ha intentado matar en dos ocasiones en un mes: Otro en mi caso estaría en su casa. Encerrado. Asustado. Yo no traigo miedo, traigo sentimiento porque a México le está yendo mal. No hemos podido darle tranquilidad a la gente. Quiero ser un muerto vivo, no un vivo muerto.

Va sentado en su camioneta Jeep. Viste guayabera amarilla, tiene pelo entrecano y ojos amielados. Con una carcajada franca dice que no encuentra compañía de seguros de vida que acepte asegurarlo. El 29 de marzo sufrió el segundo atentado. Alrededor de 20 vehículos con 40 hombres fuertemente armados emboscaron su camioneta Cheyenne con blindaje de nivel siete. Un escolta murió y cinco resultaron heridos: Mis escoltas son los héroes. Además esa camioneta me ha salvado la vida dos veces. Ya la quiero más que a mi vieja, dice sin perder la sonrisa y el buen humor en entrevista con La Jornada.

En lo que va del presente gobierno federal 23 alcaldes han sido asesinados y 126 viven amenazados. Los expertos en seguridad le han recomendado no salir, no acudir a los actos oficiales y guardar un perfil bajo: ¡Ni madres!, dice mientras se baja del vehículo para presidir una actividad contra el dengue. Hay que chambear. Piensan que la gente no va a ir adonde yo vaya porque tiene miedo que le pase algo. Soy un hombre amenazado. Pero, mire: la gente está allí. Eso es lo que me hace llorar. El cariño es lo que nos mueve.

Tras el acto, cinco escoltas, ex militares con armas largas lo vigilan de cerca. La gente se le amontona alrededor. Una señora lo besa, otra lo abraza, una más le da una imagen de Jesucristo y le dice: Usted va a estar bajo el manto protector de Dios. Somos muchos los que estamos orando. Que Dios lo bendiga.

El alcalde no puede contener el llanto. Se quiebra. En silencio intenta limpiarse las lágrimas que le corren por las mejillas. Las mujeres intentan consolarlo. Y articula con voz entrecortada la primera frase: He llorado todo el día. Pasan unos minutos y se repone: Dios ha sido muy generoso conmigo. Me ha permitido seguir aquí.

En la mira

Al priísta Rodríguez Calderón lo quieren matar desde que andaba en campaña. Los Zetas se la juraron y no han cejado. Cuatro días después de tomar posesión de su cargo, el 4 de noviembre de 2009, asesinaron a su secretario de Seguridad Pública, el general brigadier Juan Arturo Esparza García, y a sus cuatro escoltas.

García, municipio del área metropolitana de Monterrey con 150 mil habitantes, está infestado de zetas que controlan el narcomenudeo, el cobro de piso a negocios y el trasiego de droga de Coahuila a Nuevo León y rumbo a Estados Unidos.

Al llegar a la alcaldía, Rodríguez Calderón cerró más de 250 narcotienditas, despidió a buena parte de la policía municipal infiltrada por delincuentes y empezó a investigar el narcomenudeo y a detener a involucrados: A mí me quieren matar porque yo no me hago pendejo, suelta sin rodeos mientras se sube de nuevo a su camioneta para volver a la oficina. Señala: La anterior administración cometió un error muy grave: hacerse pendeja. Entregó la ciudad a la delincuencia.

En el camino de regreso aparecen vehículos militares llenos de soldados. La Sedena envió a más de 200 efectivos tras el atentado. Están en semáforos, gasolineras, en las calles montando retenes: Me dicen que si hemos militarizado la ciudad. La voy a arreglar y nos va a ayudar el Ejército. Eso es todo. La gente está deseosa de que tomemos decisiones.

Al llegar a su despacho hace un recuento de las horas posteriores al atentado: Ando muy sensible. Se me salieron las de cocodrilo. Ni modo. En mi vida había llorado unas cinco veces. Ahora, en dos días llevo como 150 o 200 veces. Pero de una cosa estoy seguro: la sensibilidad es lo que nos hace a los hombres y a las mujeres ser más eficientes.

Luego del atentando, dice, llegó a su casa a la medianoche. Lo primero que hizo fue ir a ver a Valentina, su cuarta hija, recién nacida: “La vi y pensé: ‘¡Hijuesumadre! ¿Y si me pasa algo?’ En ese momento se sonrió y abrió los ojos. Dije: ‘Ya me chingué. Con eso tengo’. Cuando traspasas la línea de la muerte y yo la he traspasado dos veces en este mes, piensas: ‘¡Diosito, qué grandioso eres!’ A pesar de que me quieren matar, mi familia va a estar conmigo siempre. ¿Adónde la mando y para qué? Si me matan, allí les dejo para que vendan el terreno”.

–Y su mujer, ¿qué le dice?

–Tengo en mi casa una cantina donde me chuto mis tequilas. Y la encontré llorando. Le agarré la cara y le dije: No llores, todavía no me muero. Estoy vivo. Ella me contestó: ¿Qué voy a hacer si te pasa algo? Vas a ser chingona y vas a cuidar a mis hijas y las vas hacer mujeres de bien. Si voy a morir, algún día va a pasar, mueres de chiquito, de grandote, de viejo, o de pendejo.

–¿Usted de qué quiere morir?

–Quiero morir parado, de frente, con la vista en el porvenir, orgulloso de haber hecho las cosas debidas.

Día aciago

En los últimos meses, el alcalde ha logrado hacer un grupo especial de 32 ex militares con armas largas que componen su escolta personal. Los considera sus hijos: Son muy comprometidos, porque vienen conmigo, porque son mis hijos, porque los cuido como tales y ellos me cuidan como si yo fuera su papá. Ésa es la sinergia que hemos hecho.

El día del atentado iba en un convoy de tres camionetas luego de recorrer la colonia Valle Lincoln. Eran las 6:30 de la tarde y en plena avenida apareció la sorpresa. Lo cuenta como si se tratara de una película de acción: “Los vi y dije: ¡en la madre, cabrón! Estaban todos armados, la mayoría vestidos de civil. Fue una emboscada. Se bajan de sus camionetas y nos empezaron a tirar. No nos dieron chance de nada. Eso hizo que nuestros escoltas uno chocara contra un poste y el otro se fuera frente al camellón por los madrazos. Y por la impresión obviamente se agacharon. Luego lograron bajarse. Cuando vi que venían otros más detrás, le dije a Carlos, que iba manejando: ‘ponte frente a esos cabrones y échales la camioneta encima’. Carlos no me hizo caso y me dijo: ‘Mejor aquí nos quedamos y nos cubrimos’. Y yo le dije: ‘¡No, güey!; tú maneja, cabrón, y protégelos’. La raza estaba tirando. Y le dimos de reversa hechos madre, nos pasamos el camellón. Y estuvimos cubriéndolos. Fueron 20 minutos. Luego empezaron a retirarse. Ocho hicieron correr a 40”.

–¿Qué sucedió a sus cinco escoltas heridos, uno de ellos muerto?

–Agustín, El Suave, Matías Sánchez estaba protegido, pero cuando ve que éstos [los agresores] empiezan a irse, se va a la zona de protección para cubrir a los demás muchachos y yo les grité: ¡Súbanse a mi camioneta! Y me dijeron: ¡Ni madre, ingeniero, váyase! Y yo les dije: No me voy. Aquí me quedo, hasta que se suban.

–¿Qué pasó luego?

–Mis hombres siguieron tirando. Los otros pararon para recoger a los heridos, porque mis muchachos tumbaron a varios, cosa que no consigna la prensa. Los echaron a las camionetas y se retiraron. Y se subieron algunos a su camioneta y uno me dijo: Váyanse, yo los cubro. Le volví a responder lo mismo: Ni madres... por último les grité: Nos chingamos todos, o nos vamos todos. Yo aquí no los dejo. Recogimos a los muchachos heridos, los subimos a las camionetas y así nos venimos, con las llantas ponchadas, hasta que nos encontró el general. Ya venía a dar el apoyo. Llegó donde todavía estaba la pelotera y le siguió.

–Cuando sus escoltas le dicen no vaya a los eventos, quédese en su oficina encerrado.

–Me vale madre. Yo voy. Es mi trabajo. No debemos retraernos contra la delincuencia. Si yo me quedo en la oficina alguien puede pasar y tirar una ráfaga por esa ventana y ya me chingué. Entonces, ¿qué hago? ¿Me voy a mi casa? ¿Me encierro en cuatro paredes? ¿Me entabico? ¿Me pongo fierro por todos lados?... ¿Y la gente? ¿Y el alma, y el espíritu y la libertad, y las ganas de hacer otras cosas, dónde las dejo? Me moriría.

–En caso de ataque, la mayoría de los escoltados se van y dejan a sus escoltas...

–Yo no. Yo pienso en proteger a los que están allí con nosotros.

–¿Por qué?

–Porque si eso pasara en la vida del país, es decir, si todos nos cuidáramos, la delincuencia no podría penetrar en ninguna parte. Ése es el blindaje que necesitamos: que nos cuidemos entre todos. Que hagamos comunión. Que los vecinos dejen de tener miedo y denuncien.

–El blindaje siete lo salvó, dice usted.

–La camioneta estaba siendo baleada, pero como el blindaje es muy fuerte nos salvamos. El blindaje no lo decidí yo, fue circunstancial, la camioneta me la había prestado un amigo. Y luego la adquirimos. Está claro que el blindaje en estos tiempos es muy importante.

Tarea imposible

Rodríguez Calderón se queja de lo mismo que la mayoría de los ediles de municipios asolados por la violencia en el norte de México: la falta de presupuesto para seguridad y la falta de equidad de la Federación y los estados para entregarlo.

En el municipio de García tienen 160 policías, pero sólo cuentan con 40 pistolas calibre 9 milímetros y se las cambian por turno. La mayoría de los elementos de seguridad pública están desarmados. Por si fuera poco, sólo poseen 14 patrullas. El alcalde se pregunta: ¿Cómo combatimos la delincuencia? Deberíamos tener 420 policías, armados y equipados, pero no tenemos los recursos.

–¿Lleva usted arma?

–No.

–¿Sabe disparar?

–Nunca he disparado y no pienso hacerlo.

–¿No le han recomendado traer arma?

–Sí, pero qué hago con una pistola; a lo mejor se me va el pinche tiro y me mato solo.

–¿Quién lo quiere matar?

–Hay una colusión entre todos los policías que despedí en noviembre de 2009, cuando nos mataron al secretario de Seguridad. Y están metidos Los Zetas. Son quienes me quieren matar.

–¿Desde cuándo?

–Desde que anduve en campaña. También me dieron una corretiza y una perseguida de la tostada. Yo sabía el riesgo en que me metía. Siempre lo supe y no me quejo. Siempre mi Dios primero. Te pone y tienes que ayudarle. Y cuando necesito me protege.

–¿Intentaron negociar con usted?

–Nunca me lo propusieron. Nunca lo aceptaré.

–¿Nunca se presentaron ante usted para hablar?

–Nunca. Se presentaron para asustarme muchas veces. Y yo no me asusto. Mi mamá me enseñó a no asustarme. A mí no me asustaron de chiquito con el coco, ni con que duérmete porque viene la bruja.

–¿Los Zetas lo quieren matar porque no negocia con ellos o porque lo acusan de haber pactado con el cártel del Golfo?

–No sé. Yo no pactaré con nadie que no sea el pueblo. Yo no me meto ni con unos ni con otros. Mi chamba aquí es prevenir el delito, arreglar las plazas, tapar los baches, poner la farola que está apagada, caminar con el pueblo. Aplicar la ley. La Constitución dice que yo debo darle seguridad y tranquilidad a los que gobierno. Y es lo que estoy haciendo. A mí me vale madre lo que piensen los perversos. No me importan. No me detienen. Creo en Dios, y Dios está aquí en mi oficina, en la iglesia, en la misión, en el templo.

Rodríguez Calderón lleva al cuello un escapulario con la imagen de San Benito y una medalla de la Virgen de Guadalupe: Los toco y me siento a toda madre. Y jalan. Sí jalan.