Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de abril de 2011 Num: 839

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El Estado nos debe
No nos ahorra los muertos; sí las explicaciones. No nos ahorra el dolor; sí la justicia
Francisco Segovia

Dos poemas
Tasos Livaditis

Arte, matemática y verdad
Antonio Martorell

Me llaman desde acá
Hjalmar Flax

Los caminos de Graham Greene
Rubén Moheno

Una cita con el general
Graham Greene

Viajero del éter
Iván Farías

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Los caminos de Graham Greene

Rubén Moheno

Tal vez la clave de que México siga siendo un país de Caminos sin ley y no el reino de El poder y la gloria (títulos de sendas obras de Graham Greene) deba mucho al rampante santanismo (dicho en muy triste memoria de aquel presidente que entregó más de la mitad del territorio mexicano a Estados Unidos); es decir, a la traición y la estupidez.

En la actualidad, el poder del imperio crea una atmósfera en la que los individuos proveen, en otro tono, lo que ellos piensan que desea ese poder. Como señalara el general Omar Torrijos: “Decir imperialismo y decir oligarquía es una redundancia porque es decir lo mismo.” El enemigo no es sólo el invasor extranjero: el enemigo está junto a nosotros, alrededor de nosotros, en nosotros.

Con México ya desgajado de América Latina por el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, Felipe Calderón se ha plegado a los intereses de Estados Unidos al romper el hilo delgado de la estabilidad política y social del país, y al usar, sin preparación ni pertrechos suficientes, al Ejército mexicano en su guerra perdida contra el narcotráfico. La intromisión estadunidense tiene raíces históricas, ahora actualizadas por el Plan Mérida, la capacitación de nuestros soldados, la “modernización” de las fuerzas armadas y, ¿por qué no?, la instalación de bases militares en nuestro territorio, como en Colombia (y de paso vendernos aviones, helicópteros y armas de todo tipo –suministradas a los dos bandos– que son y seguirán siendo un negocio tan lucrativo como el de las drogas). El outsourcing, la tercerización del narcotráfico, similar a las empresas militares de seguridad privada.

La muerte del general Omar Torrijos Herrera fue uno de los requisitos para llegar al actual estado de cosas también aquí. Los latinoamericanos no podemos olvidar la existencia del Western Hemisphere Institute for Security Cooperation, mejor conocido como Escuela de las Américas, ubicada primero en Panamá y luego en Fort Benning, Georgia, donde más de 50 mil militares de América Latina han sido entrenados en tortura, represión, golpes de Estado y asesinatos, y donde se les ha tratado de lavar el cerebro para que vean con admiración al país del norte y sus planes expansivos.

Debió ser Graham Greene –un inglés– quien me señalara a –un latinoamericano– el verdadero valor de la figura del general Torrijos. En términos de Greene, el sueño de Torrijos era hacer una Centroamérica independiente y socialista, aunque no marxista ni hostil a Estados Unidos, sin que éste lo asumiera como un desafío: “Su sueño encaraba el dictamen de fracaso que arrojaban todos los pronósticos. Excepto el de Torrijos, que hablaba como si Panamá y los Estados Unidos fueran potencias iguales, y de algún modo así lo creía.”El proyecto de Torrijos cobraba la dimensión de un sueño; “un sueño romántico si se quiere”. Eso daba al país una atmósfera invaluable para la visión del escritor.

La primera visita de Greene a América Latina fue a México, en 1938; entonces el escritor estaba preocupado por la inminencia de la segunda guerra que se cernía sobre su país, no sobre México. Quizá se encuentre en eso la raíz del malentendido aquí con su obra y su figura: http://www.jornada.unam.mx/1998/09/06/sem-ruben.html.


Graham Greene en Venecia, 1953. Foto: Archivo Graziano Arici

El porvenir de su familia bajo la sombra de la guerra no lo dejaba en paz (quizá ya veía venir el fracaso de su matrimonio). Sobre él pesaba también una sombra judicial por su “difamación” a Shirley Temple (en realidad, su enemigo era la gran maquinaria hollywoodense, a la que tuvo que pagar una fuerte multa; quedó fichado por Scotland Yard y pudo haber ido a la cárcel); desde luego cuenta el hecho de que en México perdió sus lentes para leer, contrajo disentería y se devaluó su dinero: los viajes a lomo de mula en Chiapas no ayudaron mucho, él no era todavía el gran viajero que fue después y, sobre todo, fue aquí y entre los indios que halló su fe “emocional”,más profunda que la “intelectual”, una palabra y una actitud que odiaba: “We have only one virginity to lose, and there where we lost it our heart will stay.”

Señaló algunos rasgos charros que nos duelen porque son verdaderos, y no siempre lo hizo de buen modo. En México se le confirmó la existencia de “el mal” en el mundo; pero enlos mismos libros refirió a su ciudad natal, Berkhamsted, como similar a México, “el infierno”; sólo de Estados Unidos se expresó mucho peor: es “la nada”.

Por supuesto, todo crítico debe odiar un poco al hombre “you have to hate the man a little”, para rendir la justa dimensión de su importancia; y existen excepciones, pero la crítica perezosa, chauvinista y dominante se agarra de cosas (que Greene les brindó) que aún sirven para que cualquier cretino se envuelva en la manta de los kilométricos lábaros patrios que han honrado los presidentes más negativos y recientes de la historia del país. (Bueno, incluso en Panamá, el salsero Rubén Navajas Blades no entendió nada y aún sigue despistando a muchos.) Pero no se encontrará, por ejemplo, una sola línea donde maltrate a los indios, porque no la hay. Muy por el contrario, los honró aquí y en Panamá.

La mayor parte de esos críticos no lo ha leído. La cosa se facilita porque circula una enciclopedia donde se dice que Greene era “antimexicano”; ellos la consultan (he oído a periodistas notables seguir esa línea), y listo. Me pregunto qué recato quieren pedir a un autor europeo que escribió que “las mujeres africanas son más limpias que las mujeres europeas en su higiene íntima”. Pero los críticos lerdos se multiplican hasta el infinito, Greene sigue vigente para ellos también: esto es particularmente cierto entre los que, de modo inexplicable, aún reivindican la figura del feroz perseguidor religioso Tomás Garrido Canabal (a quien Cárdenas expulsó del país), y por quien Greene profesó un odio, según su biógrafo oficial, rayano en lo patológico: Cannibal, anotó el escritor alguna vez, como “errata. Como paradoja de la Historia, en la misma región que asoló ese energúmeno habría de erguirse la figura inmensa de don Samuel Ruiz García.

Sobre el tema Greene parece tener línea (políticamente correcta para la izquierda y la derecha), que se debe seguir. Entonces la paradoja se despliega magnificente: “aprobar” a Greene en México es, como aprobar a Cuba: anatema. Y el biógrafo oficial de Greene, Norman Sherry, no sólo no ayudó a aclarar las cosas sino las empeoró.

Lo paradójico es que el gobernante mexicano al momento de la visita de Greene a México (1938), el general Lázaro Cárdenas del Río (el mismo que envióarmas a la República española y abrió la puerta a los refugiados, además de nacionalizar el petróleo mexicano, como lo testimonió Greene), no sólo no fue un traidor –ni un idiota–, imperfecto a las claras, fue también el mejor presidente de México en muchas décadas.

Pero aún estaba muy reciente la huella del presidente anterior, el general “revolucionario” Plutarco Elías Calles (a quien Cárdenas expulsó del país); un verdadero símbolo del estigma que Greene muestra en sus libros sobre México, y el pilar sobre el que se construyó la dominación de lo que sería el partido en el poder durante setenta años: los conservadores que vinieron en 2000 resultaron mucho peor.

Fue Omar Torrijos el artífice de la devolución del control y soberanía del Canal de Panamá, que administró Estados Unidos desde 1914 a 1999, y del fin de la presencia militar estadunidense de casi un siglo en el país centroamericano. El general pasó la prueba con Jimmy Carter, para quien “Torrijos nunca reprimió a su pueblo”. Los años de Torrijos fueron de bonanza económica, social y política en Panamá. Greene lo expresa así: “Creo que en Inglaterra estamos más preparados que nunca para reconocer otras formas de democracia, incluso bajo un jefe de Estado militar, por encima de la nuestra, que funcionó satisfactoriamente durante unos doscientos años en las circunstancias específicas de esos doscientos años. Panamá ya había desarrollado una forma de democracia muy distinta.” (Getting to know the General: The Story of an Involvement).

Pero el criminal de guerra Ronald Reagan ganó la presidencia y tomó posesión a fines de enero de 1981. Exactamente seis meses después, Torrijos murió. Le habían puesto un precio a su virtud (a los dirigentes mexicanos no fue necesario porque tal virtud es inexistente).

En vida del general Omar Torrijos Herrera no se atrevieron a realizar su blitzkrieg contra Panamá, como lo hicieron la noche del 20 de diciembre de 1989, con él ya muerto a los cincuenta y dos años de edad, mientras volaba sobre las montañas de su país, el trágico mediodía del 31 de julio de 1981.

El pretexto para la little Hiroshima, como ellos mismos la llamaron, fue la “guerra contra las drogas” que declaró Bush padre en septiembre de 1989; o más bien volvió a declarar veinte años después de que lo hizo Nixon; dicha “guerra”es una metáfora para la relación de dominación estadunidense de América Latina por doscientos años.

La proximidad en su país de los océanos Atlántico y Pacífico marcó el destino del istmo como una zona de gran importancia geopolítica: el premio estratégico no sólo más importante del hemisferio sino del mundo. En una fugaz visita en mi cruce por el Canal, cuando Torrijos dirigía su país (insisto, un período pleno de realizaciones sociales sin precedentes) observé una enorme pintura mural en el costado de un edificio de la ciudad de Panamá con la figura del Libertador Simón Bolívar, y otro cartel que decía sin falsas modestias: “Panamá, centro del mundo, corazón del universo.”Me sentí orgulloso de ese hermano país.

El ex agente imperialista John Perkins afirmó en su libro Confesiones de un sicario económico, que Torrijos fue asesinado por chacales a sueldo de la política estadunidense, para cancelar así las negociaciones entre Torrijos y un grupo de empresarios japoneses, liderado por Shigeo Nagano, que planeaba la construcción de un canal a nivel por Panamá.

Durante la invasión, y señalado como blanco a localizar vivo o muerto, José de Jesús Chuchú Martínez, el políglota, filósofo, matemático, poeta y piloto aéreo, convertido en “el Sargento Martínez”, como amigo de confianza de Torrijos, buscaba desde la clandestinidad el apoyo de su amigo Graham Greene, “que nos quiere de verdad”. Lo tuvo muchas veces desde siempre y hasta el fin.


Graham Greene (centro) charla con
periodistas en un hotel de La Habana,
4 de septiembre de 1954

Un reporte del Times del 21 de diciembre de 1989 llevó como cabeza: “Greene defiende al general; invasión de EE UU a Panamá. París (Reuter) –Graham Greene, el novelista inglés, un apasionado defensor de la soberanía panameña, dijo ayer que el general Manuel Noriega no era ‘ni la mitad de malo que el expediente de Washington en América Central’. Entrevistado por teléfono en su casa de Antibes, Francia, el escritor de 85 años condenó ayer la intervención de las tropas estadunidenses. ‘Los Estados Unidos no deben meter las narices en Panamá’ (The United States has no business interfering in Panamá), dijo Greene,” que de esa forma pudo sostener su condición de “combatiente” panameño prácticamente hasta su muerte, el 3 de abril de 1991.

Ya en carta a la prensa del 17 de marzo de 1979 (Spectator), él había anotado su “aborrecimiento de la conciencia liberal estadunidense, cuyos resultados he visto operar en México, Vietnam, Haití, y Chile... Es absurdo hablar de mi amigo Omar Torrijos, de Panamá, como ‘derechista’, original también, dado que sus enemigos gustan de tildarlo de comunista por su amistad con el presidente Tito y el doctor Castro. ‘Izquierdista’, ciertamente, socialdemócrata, tal vez, pero el término que mejor sienta a Torrijos es ése del siglo diecinueve que aplicamos a hombres como San Martín y Bolívar, ‘patriota’”.

Es que Greene mismo es no menos que un patriota latinoamericano (o indoamericano; en esa condición recibió el Premio Rubén Darío de la Revolución Nicaragüense, que sería masacrada), y la prueba de ello es su actuación toda, así en lo literario como en lo personal, en el asunto de Panamá y el general Torrijos. (No se pierdan esa otra pequeña joya que es The Captain and the Enemy, maltratada en su traducción al español por Televisa.) Porque para Greene, como para El Che, su país es todo el continente.

En México, ya lo señaló Carlos Fuentes: “El poder y la gloria… pertenece a ese rango de novelas europeas que se trasmutan en las novelas latinoamericanas que nosotros, por falta de perspectiva o algún otro defecto, no pudimos escribir.” (Es una de las fuentes de Juan Rulfo para hacer su inmortal Pedro Páramo.) En un tiempo Vargas Llosa se expresó de este libro como “perdurable”, aunque después, es su costumbre, se desdijo de su admiración. Además está su periodismo solidario sobre el Chile de Allende; El Cónsul Honorario; con Paraguay y Argentina (para él Las Malvinas se llaman precisamente así y son de Argentina); la poesía de Los Comediantes en su combate contra Papa Doc, de Haití (una carcajada a la sombra de los patíbulos), y desde luego, su indeclinable apoyo a Cuba, en cuerpo y obra.

Para el caso, el papel del individuo en la Historia pudo haber empezado como refiere el también escolta del general Torrijos, Chuchú: “El general estaba echado en su hamaca, meciéndose, y yo no sé por qué dejó de mecerse y nos contó una anécdota de cuando era niño. Parece ser que venía con su mamá en autobús y al llegar a la Zona del Canal un policía yanqui los detuvo y maltrató e irrespetó a su madre, a quien el general Torrijos le tenía un cariño reverencial, decimonónico. Allí hizo una pausa.¡De pronto nos dimos cuenta de que el general estaba llorando! Era un llanto feo, arrugado, de hombre-hombre. Al ver esa cosa tremenda todos los que estaban ahí comenzaron a llorar también. Cuando el general se sintió así querido y acompañado por esos jóvenes, les dijo: ‘No se preocupen, muchachos. Yo, aunque esté llorando, tengo buena puntería. A mí no me importa lo que diga Freud, jamás voy a olvidar ese momento.’ El hecho de que algo tiene que ver con esa experiencia de ese niño, es que él nunca iba al Canal. Y una prueba de que él jamás pensó que los Tratados solos nos iban a liberar, es que tampoco iba ahí después de firmarlos.” (Mi General Torrijos. José de Jesús Martínez, Chuchú,1987.)

Torrijos sabía el terreno que pisaba: “Pienso que algún día voy a morir violentamente, y eso no me asusta. Yo digo que ‘me van a pasar la factura’ porque me atreví a hacer cosas nuevas, distintas. Eso se paga caro. Algún día me van a entender.”

La gran capacidad de observación de Greene supo registrar los hechos humanos tras la figura histórica: “Hay un carisma que surge de la esperanza, la esperanza de una victoria contra todos los pronósticos: Castro y Churchill son ejemplos obvios. Torrijos no tenía la menor idea de lo diferente que era su carisma: el carisma de la desesperación próxima. Tener sólo cuarenta y ocho años y sentir que el tiempo se agotaba; no en la acción sino en la prudencia.”

El analista Noam Chomsky perfiló la naturaleza de la masacre (little Hiroshima la llamaron los propios estadunidenses) de esta manera: “La invasión estadunidense a Panamá, fue la señal de que Washington iniciaba, a través de la ficción de la guerra contra las drogas, una nueva etapa de dominación, cuando apenas habían pasado algunas semanas de la caída del Muro de Berlín. Estados Unidos dice a América Latina que su política exterior para el siglo XXI está dirigida desde los comandos estratégicos del Pentágono y los organismos de seguridad dependientes de éstos en una visión militarista que cada día avanza territorialmente en nuestra región.

La economía de guerra que hace funcionar al mundo necesita enemigos, y entre más guerras mejores negocios. Guerras que tienen tres sentidos destacados: probar nuevos tipos de armamentos, hacer mercadotecnia de esos productos, e impulsar los intereses globales de la gran potencia imperial. La guerra no es más “la continuación de la política por otros medios”, según la fórmula de Clausewitz, sino la continuación del “libre mercado” que endulza la vida del complejo militar industrial. Todo esto es un contrato para unas pocas empresas que producen las armas –en Estados Unidos lo llaman Defense Contract–, las empresas que tienen convenios con el Departamento de Defensa.

Más allá de la enorme calidad literaria de su extensa obra (más de setenta libros en todos los géneros), para mí inigualada desde la segunda mitad del siglo pasado a la fecha, ni siquiera por Borges (quien lo señaló como “trágico poeta”), alguna vez Greene dijo estar interesado en el Premio Nobel, “sólo por el dinero”. Ese premio se deshonró al no honrar a ninguno de los dos.

Judith Adamson tituló su ensayo en forma muy acertada,“Graham Greene: El filo peligroso de las cosas. Donde se encuentran el Arte y la Política”: él afirmó que la política está en el aire que respiramos, como la ausencia o la presencia de Dios. Ahora bien, su narrativa de ficción es lo más lejano a un discurso político o religioso que uno pudiera imaginar; está limpia de propaganda: una calle de un solo sentido. Adoptó la definición de Chéjov sobre el tema del artista, “la vida como es y la vida como debería ser”. Sus escritos y su actitud personal trascienden, como aire fresco verdadero, la polémica acerca del arte comprometido, o no; como aquella entre Sartre y Camus (que estudiaba la creación de personajes en la obra de Greene). Sus personajes se defienden de la nada con la fe, y de las creencias con el escepticismo.

Su obra siempre está fechada, y con esa impronta ya se inscribe como asignatura en los departamentos de Literatura y de Inglés de todas las universidades importantes del mundo, en los balances de los editores de sus más de veinticinco millones de copias vendidas, en más de cuarenta idiomas (con el descuido para sus obras completas en español), y sobre todo, en el selecto círculo de lectores devotos, siempre en aumento. Para Neruda fue “un hombre en verdad grande’”. García Márquez halló en él una fuente para recrear el trópico, Golding y Camilo José Cela expresaron con vehemencia su gratitud como lectores. Salvador Elizondo ha sido otro de sus selectos lectores. Hay un personaje de Sciascia al que incluso le da por sentirse personaje de Graham Greene. Lectores ha tenido entre papas (no los recientes) y estadistas.

Poseedor de una elaborada formación clásica, que el gran humor pone en un segundo plano para no perturbar la lectura, su obra es tan diáfana que no precisa tanto de un análisis crítico como de atentas lecturas y, sobre todo, relecturas. Al final, la traducción no es otra cosa que una relectura en otra lengua. Aparte está su tarea cinematográfica; es el gran autor más llevado al cine en toda la historia; más de treinta de sus novelas han sido filmadas, algunas varias veces: también sus cuentos.