Opinión
Ver día anteriorLunes 11 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Lorenzo San Mamés Roca
M

i amigo Lorenzo, compañero del Foro Democrático, camarada de luchas políticas, murió hace unos días, de complicaciones en su gran corazón; lo habría recordado sólo en lo personal y familiar si él no hubiera sido, hace unos años, en 2002, víctima de un atropello del sistema policiaco del estado de México y de Televisa.

Hoy, en medio del clamor popular por las muertes inocentes, en esta guerra absurda entre dos poderes de signo negativo, nace encabezado por el dolor, como en toda redención, un vestigio de voluntad popular de cambio; dolor y también coraje y dignidad de Javier Sicilia, centro de un movimiento espontáneo, auténtico, no manipulado por los medios, que revive la esperanza de un México diferente y demuestra que hay en el país una gran reserva moral que está emergiendo.

En ese contexto, y con la anuencia de su familia, comparto el recuerdo de una absurda y perversa maldad de la que Lorenzo fue víctima y de la que salió airoso por su valor personal, su sentido de la justicia y su tenacidad. El hecho es el siguiente:

En abril de 2002, Lorenzo se presentó en las oficinas de una empresa de la zona conurbada del estado de México a cobrar una suma de dinero, acompañado de un ayudante; la representante de la empresa deudora los hizo pasar a una sala de espera, les pidió unos minutos para preparar el cheque que cubriría el adeudo, pero en vez de hacer eso llamó a unos policías judiciales del estado de México, conocidos de ella, quienes detuvieron a Lorenzo y a su acompañante, así como a un chofer que los aguardaba afuera de la empresa.

Los llevaron a la agencia del Ministerio Público a declarar, acusados vagamente por la deudora; hasta ahí, parecía un atropello más de los que a diario se cometen en la entidad vecina y en otras entidades y que se arreglan con un poco de dinero o un poco de paciencia.

En la agencia, entre las pertenencias de Lorenzo, quienes lo interrogaban encontraron una credencial de diputado suplente de la 57 Legislatura federal. Habíamos, él y yo, integrado una fórmula del Foro Democrático, como candidatos externos por el PRD a diputados federales, y llegamos a la legislatura. Para la época de la detención, me encontraba incorporado al equipo de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, desempeñando el cargo de procurador de Justicia del Distrito Federal.

La oportunidad de golpear, de aprovechar con un escándalo, denigrando a varias personas para ensuciar a un gobierno y a un estilo de hacer política limpio y diferente del tradicional, no la dejaron pasar. Se ensañaron con Lorenzo y esa tarde lo acusaron nada menos que de formar parte y encabezar una banda de secuestradores. En la noche, así lo presentaron ante las cámaras de televisión, en el disolvente y manipulador noticiero a cargo del señor López Dóriga, quien lo exhibió como delincuente sin corroborar dato alguno, sin esperar la resolución de un juez y desconociendo, por supuesto, la constitucional presunción de inocencia. La noticia recalcaba que había formado parte de la fórmula de diputados con quien era entonces procurador del Distrito Federal.

Un buen abogado y amigo mutuo, el licenciado Jesús González Schmal, con el dinamismo que siempre tiene, acudió a la defensa del acusado, presentó pruebas y alegatos contundentes y Lorenzo, exhibido en la pantalla de la perversa televisión como jefe de una banda de secuestradores, fue consignado a un juez como probable responsable de intento de extorsión, delito menor, que le atribuyeron para evitar el ridículo completo.

En el proceso, González Schmal acreditó la legitimidad de la conducta de Lorenzo, consistente en presentar un pagaré para su cobro, y la sentencia resultó, como no podía ser de otro modo, absolutoria. Un juez del estado hizo justicia, que fue confirmada después por el Tribunal Superior; sin embargo, el mal inicial estaba hecho, la imagen en vivo como jefe de una banda de secuestradores había recorrido el país y dañó a Lorenzo, a su familia, a sus amigos y compañeros de lucha; los perversos e inescrupulosos que urdieron la patraña y los que la ejecutaron pretendieron olvidarse del asunto.

Lorenzo no olvidó: decidió lavar su honor y su imagen; demandó por daño moral y se enfrentó con el poderío económico de Televisa y con su ejército de abogados, bregó incansablemente en una pelea desigual y obtuvo una sentencia que aclaró lo arbitrario del proceder del medio masivo de comunicación que lo dañó.

Hace unos días murió, todavía joven, trabajando como siempre lo hizo para sacar adelante a su familia, con la satisfacción para él, para su esposa y sus hijos, de que al final se logró una justicia parcial y se le reivindicó en lo que fue posible.

Estoy seguro de que a Lorenzo, donde está, lugar de los buenos, le gustará saber que hoy recuerdo y repito lo que dije en las escaleras del palacio de gobierno la mañana siguiente a su presentación en el nefasto programa, a un enjambre de periodistas ansiosos de notas, que preguntaban mi opinión: Yo lo conozco como hombre honrado, de trabajo, y como un buen padre de familia.