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Ver día anteriorLunes 11 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Revuelta en Magreb y Medio Oriente
Delirios de un dictador
L

íbano es un gran lugar para recopilar los tics lingüísticos de los dictadores de la región (que ojalá sigan en vías de caer). A Alexandre Najjar le agradezco que haya planteado en la sección literaria del diario en francés L’Orient Le Jour los extraños paralelismos entre las novelas y cuentos de Kadafi y sus más recientes delirios. Saddam Hussein escribió el execrable Zabiba y el rey. El viejo general sirio Mustafá Tlass escribió unos 40 poemas, algunos cercanos al antisemitismo, junto con una profundamente vergonzosa colección de poesías dedicadas a Gina Lollobrigida. Por si no lo sabían, esos tipos escriben libros.

Pero allá por la década de 1990, Kadafi –y podemos olvidarnos de su excéntrico Libro Verde– salió con una serie de cuentos más tarde traducidos al francés. Compilados en un solo volumen, se les puso por título –contengan el aliento, amigos– Escape al infierno, La muerte, La ciudad, La aldea, La tierra, El suicidio del cosmonauta, La gente vuelta atrás y otros cuentos de un escritor llamado Muammar Kadafi.

Bueno, se lo advertí. Y si creen que el Libro Verde es lunático, esos cuentos son delirantes. En algún momento Kadafi dice a sus lectores: Vengan, vayamos al colapso del cristianismo, cuando la gente se dio cuenta de que le contaron la mentira de que Cristo fue crucificado por los pecados de todos. Por confiar en esa creencia, los estados cristianos han masacrado a millones de personas en el mundo, ¡y Cristo los perdonó por anticipado! La crucifixión es una mentira histórica.

Luego se pone mejor. En La ciudad y La aldea, el buen coronel condena la vida en la ciudad y apremia a su pueblo a volver a sus raíces. La ciudad es un infierno, no un lugar de felicidad. La ciudad es la tumba de toda la vida social, ¡oh!, una trituradora que destruye a sus habitantes, algo muy parecido a lo que su ejército intenta hacer ahora con Misurata, Ajdabiya y demás ciudades situadas al este. ¡Huid de la ciudad! ¡Oh, el morador de la ciudad no tiene nombre ni esperanza de mejoría! Su nombre es el número de su departamento, su número de teléfono. Y así sucesivamente. A Kadafi no le gustan las ciudades, ¿eh? Por eso le gusta vivir en una tienda tribal. “No mates la tierra –añade–, porque la tierra te matará.”

En El cosmonauta, nuestro autor favorito imagina un viajero del espacio que conoce a un campesino y se suicida porque no hay trabajo para él en la tierra. Como Alexandre Najjar subraya sin piedad, Kadafi formula a continuación una pregunta altamente filosófica: pregunta si la muerte es masculina o femenina. Prosigue elucubrando sobre el padre del profeta José, la peregrinación a La Meca, la oración del viernes y el comunismo, del cual concluye que no está muerto, sino que nunca nació. La revolución rusa de 1917 fue sólo una copia de la revolución francesa de 1789. Lenin y Stalin no fueron más que discípulos de Dantón y Robespierre.

Pero esperen: hay dos pasajes que arrojan una nube negra sobre sus intentos de aplastar la revolución de febrero en Libia. Niéguense a convertir a sus hijos en ratas que vayan de manicomio en manicomio, de alcantarilla en alcantarilla. Es el mismo hombre que hace pocos días llamó a los insurgentes ratas que deberían ser cazadas callejón por callejón, casa por casa, cuarto por cuarto. Al final de ese volumen extraordinario, Kadafi sostiene que la hora de la acción ha sonado, precisamente las mismas palabras que usó en su disparatado discurso en Trípoli, cuando leyó pasajes del Libro Verde.

No digamos que no fuimos advertidos. La fuerza es irresistible, anuncia. Amo las multitudes como a mi propio padre. Esos cuentos se estudian junto con citas del Corán, como para sugerir que las ideas del profeta se pueden comparar con los pensamientos del guía libio. En el periódico An Nahar de Líbano, un libio se atrevió incluso a comparar a Kadafi con el gran poeta libanés Jalil Gibrán. Por fortuna, un poeta libanés vivo, Charles Chehwan, escribió una indignada réplica en la que describió a Kadafi como un beduino ignorante obsesionado con la ecología. Pero aquí una advertencia: me temo que los árabes adoran a un líder triunfante. Un conocido político me lo dijo así en un mensaje de texto esta semana: Robert, me asombran las brigadas de Kadafi. Parecen más fuertes que el Afrika Korps.

Los libros de Kadafi fueron publicados originalmente por un ex embajador francés en Libia. ¿Los habrá leído? ¿Llevaría lord Blair de Isfaján, en su tristemente célebre visita a Trípoli, algunos documentos informativos en los que se sugiriese que Kadafi no era excéntrico, sino loco de atar, y se le aconsejara leer esas tonterías? En realidad, Blair acabó enloqueciendo un poco también, pero al menos él sólo nos bendijo con un libro (hasta ahora, me temo).

¿Y quién, me pregunto, fue el que a principios de la década de 1920 publicó un volumen en alemán del que mucha gente rió y lo consideró aburrido y desquiciado? Por sus libros los conoceréis, diría yo.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya