16 de abril de 2011     Número 43

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Lo especial del maíz cacahuacintle


FOTO: CIMMYT

Blanca Idalia Sarmiento

El maíz forma parte de la cultura en México, la presencia de este grano en todo el territorio es por medio de diversas razas, aproximadamente 54, según la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). Entre ellas se encuentra el denominado pozolero o cacahuacintle. Características del cacahuacintle tales como su sabor dulce, textura suave, consistencia harinosa y grano grande lo hacen ideal para degustarlo como elote tierno; con su harina se pueden preparar una infinidad de postres, y su grano es el ingrediente principal para la elaboración de pozole, un platillo de origen prehispánico que tiene diferentes presentaciones según la tradición de cada región. El maíz cacahuacintle depende de un microclima con temperaturas semifrías, altitudes elevadas y suelos filtrados para su cultivo, por lo que este grano se produce principalmente en ciertas regiones del Estado del México, Puebla y Tlaxcala. Según Alberto Ramos, de la Universidad Autónoma Chapingo, todo lo anterior ha influido en que el cultivo de este grano sea privilegiado, porque cuenta con un mercado cautivo donde se puede vender a un precio superior al de otros tipos de maíz.

Gracias al conocimiento empírico, la observación y la experiencia de los campesinos que cultivan maíz cacahuacintle, se ha podido lograr un mejoramiento en el rendimiento o productividad de la planta, de sus características y en la adaptabilidad de la semilla a los diferentes tipos de suelo que predominan en las regiones donde se siembra. También ha sido posible por el reducido intercambio de semilla entre diferentes localidades propiciando una mayor uniformidad fenotípica y una reducción en la variabilidad genética en la morfología de la mazorca.

La Universidad Autónoma Chapingo ha participado con algunos agricultores de maíz cacahuacintle en programas para mejorar la producción, aplicando tecnologías agrícolas convencionales como “mejoramiento genético por métodos de hibridación y selección”. Como el destino del grano no es el autoconsumo y los compradores exigen calidad, el mejoramiento va encaminado a obtener un maíz de buen tamaño, color e incremento en la producción.

La producción de maíz cacahuacintle enfrenta diversas problemáticas como las plagas, la sequía, las granizadas y las heladas. Su comercialización es otro reto, a pesar de contar con un mercado cautivo: por ser una variedad especial, su precio nunca ha estado fijado por alguna autoridad, por lo tanto, su valor se determina con base en las fuerzas del mercado, la oferta y la demanda, además de la especulación de los intermediarios, pues los productores no cuentan con canales directos de venta.

El cultivo de maíz cacahuacintle también se ve afectado por otros elementos que inciden en el medio rural, como el crecimiento de la mancha urbana, la escasez de mano de obra (por ser una actividad temporal, las personas prefieren buscar fuentes de empleo más estables), el aumento en los precios de insumos químicos y sobre todo la falta de apoyos públicos que den mayor certeza económica a los agricultores.

La importancia que tiene México por su diversidad biológica está estrechamente relacionada con la riqueza cultural. Es por ello que no sólo las valías económicas son las que protagonizan la importancia de conservar la biodiversidad, pues en el caso cultural, el valor es inminente, ya que conlleva un conjunto de conocimientos milenarios. Sobre todo si consideramos que la redimensión de la biodiversidad como recurso cambió de considerarse uno cualquiera a uno con categoría de estratégico.

La preservación de la diversidad genética del maíz en el país actualmente es un fenómeno que ha cobrado relevancia, por su importancia social, económica e intelectual. Los principales elementos que inciden en esta biodiversidad son aquellos que están estrechamente relacionados con los productores locales, pues ellos son los que de manera especial contribuyen a su protección, basados en el conocimiento tradicional que han desarrollado y acumulado.

La cultura del maíz en México tiene raíces prehispánicas, pues según la cosmovisión de antiguas culturas mesoamericanas, el ser humano es descendiente del maíz. La comida es un rito de significación en las culturas y la presencia del maíz en la cocina mexicana es fundamental. Puesto que la elaboración del pozole en México es en ciertas fechas tradicionales o para celebrar algún momento especial, el consumo de este platillo en el país es un símbolo de identidad y pertenencia.

La continua siembra de maíz cacahuacintle es lo que preservará la existencia de la raza, tal como afirman sus productores. Mientras el grano tenga la posibilidad de colocarse en el mercado y se conserven sus cualidades, sus cultivadores idearán maneras de conservarlo en sus parcelas y de transmitir la actividad a sus descendientes. Como afirma un productor de maíz: “pues uno anduvo desde pequeño en el campo, toda la vida en el cultivo de maíz, lo mismo los hijos aunque tengan una formación profesional, sino quién se va a dedicar a la siembra, quien va a atender al campo”.

La producción de maíz cacahuacintle es un ejemplo de que dedicarse a una actividad agrícola es rentable y no necesita la aplicación de tecnologías costosas o complejas, pero sí requiere que existan políticas públicas que garanticen el acceso a recursos en caso de contingencias climáticas y estimulen la conservación de esta variedad del grano. [email protected]


Ante el neoliberalismo, propuesta de innovación tecnológica en maíz de temporal

Miguel Ángel Damián Huato* y Artemio Cruz León**

El campo tiene problemas de baja productividad, pobreza extrema y cambio climático, que tienden a empeorar porque los precios de los alimentos han aumentado y las políticas públicas han desdeñado a productores de subsistencia que siembran granos básicos, sobre todo maíz. Este grano es clave, ya que ocupa 39.3 por ciento del área total cosechada (21.8 millones de hectáreas).

En México coexisten dos modelos tecnológicos contrastantes para el manejo del maíz. Uno se despliega en la agricultura de riego y se basa en el uso de semillas híbridas que logran altos rendimientos sólo si se irrigan y aplican altas dosis de agroquímicos. El estado prototipo de este manejo es Sinaloa, con rendimientos promedio de 10.2 toneladas por hectárea. En el otro prevalece la agricultura de temporal, dominante en entidades con altos niveles de pobreza extrema. Son maiceros minifundistas, de autoconsumo y bajos rendimientos porque siembran en condiciones edafo-climáticas y económicas restrictivas. Para adecuarse a este entorno, han recreado un sinfín de sistemas agrícolas intensivos y complejos que aprovechan mayormente los recursos que no les cuestan (energía solar, aire, nitrógeno, carbono, cadenas y tramas tróficas), ensamblando varios elementos del agroecosistema (cultivos, suelos, plantas, animales), mediante la ejecución de distintas prácticas: siembra de semillas criollas, asociación y rotación de cultivos, manejo integrado de plagas y enfermedades, uso de estiércol como abono, conservación de suelo y agua. También utilizan ciertos agroquímicos.

Estas tecnologías están desapareciendo, porque el neoliberalismo ha transformado al campo en un reservorio de mano de obra, cuya reproducción se basa en la pluriactividad, ya que para sobrevivir el productor tiene que realizar varias actividades en su terruño o fuera de él. La pluriactividad amplía el ingreso familiar rural y reduce su dependencia de la agricultura, al tornarla una estrategia de vida secundaria, lo que causa discontinuidad técnica entre los maiceros y pérdida de su especialización, por el poco tiempo de que disponen para innovar y mejorar el manejo del maíz.

En un estudio hecho en San Nicolás de los Ranchos, Puebla, con una muestra de 77 maiceros, se halló que: a) el uso de tecnología moderna es bajo (40.6 de cien unidades) y que no hay significancia entre el empleo de ésta y el rendimiento, y b) el uso de tecnología campesina es mayor en 20.7 unidades que el de las modernas, con un efecto significativo en el rendimiento. También se encontró que: a) 70 maiceros son pluriactivos, 63 por ciento en tareas primarias y 37 por ciento en secundarias y terciarias; b) los pluriactivos primarios usaron mayores niveles de tecnologías campesinas (71.8 de cien unidades) en el manejo del maíz que los secundarios y terciarios (43.8 unidades), y c) los rendimientos de estos maiceros (917 kilos por hectárea) están por debajo del de los pluriactivos primarios (mil 650 kilos por hectárea), aun cuando usaron más tecnología moderna.

Los gobiernos neoliberales han minimizado y desaparecido instituciones encargadas de la generación y difusión de innovaciones en el campo, particularmente para los campesinos.

Por eso se busca encontrar un método que permita evaluar las tecnologías eficientes aplicadas por los campesinos más productivos en un área, y retomar y difundir las innovaciones responsables de esa mayor producción. Y ello tiene que ver con el siguiente planteamiento: en un entorno de baja productividad, pobreza, cambio climático, alzas a los precios del maíz y la ejecución de políticas públicas erróneas de fomento agrícola, ¿hay opciones tecnológicas para promover la productividad y el desarrollo sustentable entre maiceros de temporal? La respuesta estructural a esta cuestión tiene que ver con la aplicación de un modelo de acumulación garante de la soberanía alimentaria. Para ello hay que aprovechar el stock tecnológico disponible. La innovación será más fácil de conseguir si se transfieren tecnologías que tengan coincidencias razonables con las condiciones de vida y producción de los maiceros; es decir, que se trate de usuarios de tecnologías que compartan recursos concretos y abstractos en un espacio-tiempo determinado.

El modelo de transferencia tecnológica se basa en identificar a los maiceros eficientes y las innovaciones que usan en el manejo del maíz. Con este fin se propone: a) calcular la diferencia entre los rendimientos unitarios extremos; b) dividir esta diferencia entre tres; c) sumar este cociente a los rendimientos menores para crear tres tipos de maiceros (bajo, medio y alto), y d) identificar las innovaciones usadas en el manejo por los maiceros eficientes, que son las que se van a transferir.

Al aplicar esta metodología con productores de San Nicolás de los Ranchos, hallamos que: a) 29 por ciento de los productores son considerados maiceros eficientes; b) en el manejo del maíz, interaccionan prácticas modernas y campesinas, siendo mayor la aplicación de las segundas en 20.7 unidades, y c) hay diferencias sustantivas entre los rendimientos unitarios de los maiceros eficientes, respecto a los de bajo y medio.

Con la transferencia de estas innovaciones es probable que aumenten los rendimientos de los maiceros de baja y media en 260 y 73 por ciento, respectivamente. Además, las innovaciones campesinas prestan servicios ambientales, ya que capturan carbono atmosférico. Su actual vigencia se debe a que se trata de sistemas agrícolas sostenibles, productivos, relevantes y resilientes. Aun así, los tecnócratas están empeñados en desaparecerlas.

*Instituto de Ciencias. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
**Maestría en Desarrollo Rural Regional. Universidad Autónoma Chapingo [email protected]


Incremento de rendimientos en maíz,
con visión sustentable

  • Experiencia de ANEC; es viable lograr la autosuficiencia

PORTADA: Hernán García Crespo

Lourdes Edith Rudiño

Elevar los rendimientos de maíz en campos temporaleros, en manos de pequeños y medianos productores, no es utopía, es un logro que se puede verificar en varios estados de la República y conlleva procedimientos en favor de los recursos naturales, de la ecología, y con un resultado favorable en lo económico, en el costo-beneficio.

Esta es la experiencia de campesinos de la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC), que en 2011 cumplirán tres años con su Programa de Desarrollo Productivo Sustentable con Destino, aplicado en ocho entidades: Jalisco, Nayarit, Michoacán, Guanajuato, Morelos, Campeche, Chiapas y Guerrero.

Los números lo dicen todo, o casi. Aquí algunos: en Nayarit el rendimiento promedio de los campesinos de la Integradora de Organizaciones del Sur de Nayarit fue en 2008 de 5.4 toneladas por hectárea, en 2009, con el programa, subió a 6.98 y para 2010 llegó a 8.66, y en Chiapas, la Unión Campesina Totikes del municipio Venustiano Carranza pasó de 3.85 toneladas por hectárea en 2008 a 4.28 en 1009 y a 6.49 en 2010 (un aumento de 68 por ciento en solo dos años).

Esto, mientras que a nivel nacional son “gramos” los que se han elevado en el rendimiento del maíz desde que se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), comenta Antonio Hernández, de la Sociedad Integradora del Campo (Sicampo), la cual ha estado fungiendo como despacho trasmisor de tecnología y métodos en este programa.

De acuerdo con Hernández, con José Atahualpa Estrada, coordinador central del programa y con representantes de organizaciones participantes, las claves de la experiencia son que los productores realicen antes que nada análisis de suelos de sus predios, para que a partir de allí se definan las cantidades adecuadas de fertilizantes químicos que deben utilizarse y la incorporación de fertilizantes orgánicos para restablecer nutrientes en los suelos, pues en términos generales el campo mexicano presenta suelos deteriorados por un uso anárquico de agroquímicos.

Pero sobre todo, son claves la organización, las reuniones para el intercambio de experiencias, la visita de campesinos a los predios donde se aplica el programa para que observen métodos y resultados. Además de que, dice Hernández, “el huarache es el mejor fertilizante”, esto es el cuidado esmerado de la plantas en su evolución.

En una reunión nacional de diálogo sobre este programa, el 25 de marzo, Víctor Suárez, director ejecutivo de la ANEC, afirmó que los resultados demuestran que el conocimiento experto (de técnicos) debe ir de la mano del conocimiento campesino, pues el productor es quien ve más las cosas y si hay cambio es porque éste lo decide, y por tanto las políticas públicas deben reconocer lo que hacen y quieren los campesinos y no verlos como objetos.

Asimismo, demuestra que es ineludible la organización local autogestiva; los enfoques integrales, no aislados ni desarticulados, y la integralidad del conocimiento.

Suárez reflexionó: en el marco actual de incertidumbres globales, México –con una dependencia externa de 10 millones de toneladas anuales de maíz, un tercio de sus necesidades— es vulnerable en su seguridad alimentaria, en su economía y en el bienestar de su población, pues hay muchos riesgos latentes, por ejemplo que haya un mal temporal y caída de producción en Estados Unidos, o que se profundice en el mundo el uso de maíz para generar agrocombustibles, o que sigan encareciéndose los precios del petróleo, etcétera. Por ello, y dado que ya se demostró en México que encarecimiento de alimentos es sinónimo a agudización de la pobreza (como ocurrió en 2008-09), es necesario impulsar decididamente esfuerzos como los del Programa de la ANEC para alcanzar algo que podría lograrse en tres años: la autosuficiencia en maíz, “y en trigo, sorgo, arroz, etcétera”, lo cual además implicaría reactivar el campo y mejorar el empleo rural.

Por impulso de la ANEC, este programa –que ambiciona aún más, como es el “desarrollo de compradores” para que las cosechas tengan destino desde su siembra; o el uso de nuevos fertilizantes que produzcan los propios campesinos, como el humus de lombriz— es también una política pública, el Programa Especial de Maíz de Alto Rendimiento (Proemar), que ejecuta el Fideicomiso de Riesgo Compartido (FIRCO) y donde están involucrados la Financiera Rural y Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA).

El problema es que, reportan los representantes de las organizaciones, hay serios problemas de burocratismo, por ejemplo el retraso de recursos, con lo cual los técnicos a veces deben trabajar sin sueldo durante meses. O exceso de requisitos, como es la acreditación de la tenencia de la tierra, lo cual no todos pueden cumplir; o integrar en el esquema superficies de 200 o 300 hectáreas. Lo que han hecho varias organizaciones es trabajar el Programa de ANEC al margen de los apoyos públicos, como ocurre en Campeche, donde avanzan poco a poquito. Pero dice Antonio Hernández: “con o sin los apoyos gubernamentales, este programa seguirá, se mantendrá vivo”.