Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de abril de 2011 Num: 841

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Nerón (fragmento)
Desider Kostolanyi

Una carta para el autor
Thomas Mann

George Orwell, comentarista de la BBC
Ricardo Bada

La España republicana
Luis Perujo Álvarez

García Lorca en Montevideo
Alejandro Michelena

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jair Cortés
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Escribir en el presente


Ilustración de Margot

Para Amado Manuel Cortés

Hace más de una década Gabriel García Márquez se pronunciaba a favor de la abolición de la ortografía. Su propuesta, recibida por muchos como un embate de senilidad de un genio, ahora ha tomado una seriedad total ante los cambios radicales que la escritura experimenta en el contexto de internet. Es muy probable que dichos cambios no se hayan visto desde la aparición de la imprenta en la segunda mitad del siglo XV, cuando la invención de Gutenberg generaba nuevas formas de conservación del conocimiento, dándole a nuestra cultura su objeto más representativo: el libro. Actualmente, basta navegar por los blogs, las páginas web, los foros de discusión y las redes sociales para comprender que la brevedad es una característica indispensable de la escritura que busca, por sobre todas las cosas, cumplir su función primaria: comunicar. Esta brevedad implica, muchas veces, la supresión de toda regla ortográfica y sintáctica. Los correos electrónicos, los mensajes enviados por twitter o desde un teléfono celular, contrastan abiertamente con las extensas cartas que todavía hacia finales del siglo pasado circulaban de manera cotidiana. Ahora la escritura puede ser emitida desde cualquier computadora y el número de lectores se multiplica exponencialmente según la repercusión del texto; el canon literario se estremece frente a semejante circunstancia: todos los que tengan acceso a internet tienen la posibilidad no sólo de escribir sino también de publicar.

Pero más allá del asombro que generan las nuevas tecnologías, de las posturas fatalistas que vaticinan la desaparición del libro, y de un puritanismo estéril que se niega a aceptar los procesos evolutivos de la lengua, no debemos olvidar que internet no es democrático, y no lo será mientras las condiciones sociales sigan la misma tendencia de desigualdad y rezago. Un cambio de era no es tajante para todos los grupos que conforman una sociedad; en México, por ejemplo, conviven diferentes tiempos y geografías: exclusivos complejos residenciales en oposición a comunidades marginadas o pueblos olvidados a su suerte. Ser testigos del surgimiento de internet supone mirar la punta del iceberg del “progreso”, pero al mismo tiempo exige ser conscientes del basamento que sostiene al poder desde la manipulación que conllevan los medios electrónicos y de comunicación. Alessandro Baricco en su libro Los bárbaros, cuestionaba lo sucedido con “las toneladas de cultura oral, irracional, esotérica” que habían quedado fuera del concepto supremo llamado “libro”, y sentenciaba de manera brutal: “Lo que está en la red, por muy grande que sea la red, no es el saber. O, por lo menos, no es todo el saber. […] Pese a todo, no hemos llorado mucho por ello, y nos hemos acostumbrado a este principio: la imprenta, como la red, no es un inocente receptáculo que cobija el saber, sino una fórmula que modifica el saber a su propia imagen.”