Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de abril de 2011 Num: 841

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Nerón (fragmento)
Desider Kostolanyi

Una carta para el autor
Thomas Mann

George Orwell, comentarista de la BBC
Ricardo Bada

La España republicana
Luis Perujo Álvarez

García Lorca en Montevideo
Alejandro Michelena

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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La imaginación orquestal de Jesús Díaz

En el corazón oscuro de la escena, un hombre de negro y bombín orquesta un amplio repertorio de movimientos que trazan la historia de equívocos, fracasos, triunfos y experiencias a través del desarrollo de una sucesión de acciones elaboradas a partir de oposiciones, series absurdas y elaboraciones con la síntesis del poema.

Un hombre solo sobre el escenario se dedica a mostrar que todo lo que le pasa es reconocible por el público. El espectáculo se llama Este poluto mundo, de Jesús Díaz, quien interpreta, dirige, y experimenta sobre asuntos que nos han pasado a todos, acontecimientos que le relatamos a alguien en algún momento pero que están bordados en un ejercicio verbal aunque se acompañen de gesticulaciones, tonos de voz y uno que otro teatro en el cuerpo.

Lo fascinante consiste en que Jesús Díaz no utiliza la palabra, pero su trabajo no es el de un mimo. Lo llaman clown y está de moda entre actores muy jóvenes que les gusta hacer de todo, quieren resultados inmediatos (entre ellos hacer reír) sin el enorme fardo que para algunos representan las obras de largo aliento (sean dramaturgias de la acción o del verbo) y hacen un coctel al que le suman algo de acrobacia, patines, monociclos o alguna herramienta malabar.

Jesús Díaz es un clown también por la diversidad de sus recursos, su entrenamiento corporal que incluye el gesto y el manejo de objetos con los que establece la interacción con el público. Es un clown pero sin la grandilocuencia de la moda; lo suyo es la observación, la destreza corporal, la dramaturgia breve, como los cuentos cortos, con la que crea situaciones. Espera un tren (como indica el programa), tiene una maleta y su cuerpo se inclina, como si estuviera sobre la línea amarilla en el andén para mirar si viene el coloso: mientras espera sucede un quehacer sutil y tan eficaz que nos hace olvidar eso que espera para instalarse en el presente de la acción.

Las situaciones que presenta Jesús Díaz están en el orden de lo vital, nos pasan todos los días, pero el actor detiene su transcurrir, como si fuera una foto, justo donde cobran una legibilidad y un sentido para el sujeto que hace o mira: ese sentido puede ser el absurdo, el ridículo, el de la competencia o el fracaso.

Recorre una silla, circula alrededor, se despoja de su traje de etiqueta, a medida que su físico empieza a descubrirse le lanza miradas al público, levanta sus brazos y exhibe sus bíceps –risas-; se despoja del pantalón y se aprecian unos calcetines con liguero, cruza coqueto(a) las piernas y se despoja de los zapatos –risas. Tiene una camiseta blanca, larguísima y ajustable que extiende hacia abajo y convierte su cuerpo en una larga salchicha en cuya punta hay una gorra de látex y, de diadema, unos gogles inútiles pues se lanzará un clavado desde la silla a un vaso de agua. Mete su dedo y el agua está fría, al menos eso indica el sobrecogimiento que lo impulsa a abrazarse a sí mismo como un conocido consuelo para el frío.

Cuando uno se asoma al trampolín, veinte metros arriba de la superficie, el foso es un pañuelo, un vaso, un “algo” que desde esa altura cabe en la palma de la mano mientras el estómago se pliega. Le sucede lo mismo. La realidad de las distancias y las alturas están indefinidas por la dimensión que les otorga el clown. Pide ayuda, algún espectador lo acomoda y lo reacomoda. Pero finalmente el temor lo vence y ese vaso que recibiría el cuerpo proyectado en un clavado cobra su dimensión real y el clown ingiere el agua en un develador trago largo.

Totus mundus agit histrioniam, nos recuerda Jean Starobinski, el ensayista suizo, en su extraño y bellísimo libro Retrato del artista como saltimbanqui, donde le pasa revista a la imagen del payaso en la historia de la pintura moderna y trae esa fórmula estoica que va de la Edad Media, proferida por Juan de Salisbury, hasta el frontón del Globe Theatre, donde representaba a Shakespeare. La pone en escena para recordarnos que el payaso es la figura reveladora que conduce a la condición humana “a la amarga conciencia de sí misma”.

La superioridad del payaso, ese “rey de la ridiculez”, sobre emperadores y jueces, consiste en mostrarlos presa de la tiranía vana de la apariencia. En eso radica precisamente la riqueza del trabajo de Díaz, en mostrarnos que la verdad indigente del clown es nuestro fugitivo, festivo, absurdo y triste espejo. Ver programación en el Teatro Casa de la Paz y en www.orquestalavadero.com.mx.