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Disidentes

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Daniel Ellsberg, el ex analista militar que en 1971 filtró los Papeles del Pentágono –acción que ayudó a poner fin a la guerra de Vietnam–, al ser arrestado el pasado 20 de marzo en Quantico, Virginia, durante una manifestación contra el trato que recibe en prisión el soldado Bradley Manning, sospechoso de pasar información clasificada a WikileaksFoto Ap
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n vísperas de Semana Santa, una calcomanía en un coche afirma: Jesús fue un disidente.

La disidencia es la forma más alta del patriotismo, argumentaba el historiador Howard Zinn.

En Estados Unidos hay una amplia gama de oposición a las políticas oficiales, pero una de sus vertientes más impactantes es la disidencia, o sea, aquellos que desde dentro del sistema o establishment expresan su oposición. Con frecuencia, en especial si son desconocidos en ese momento o no tienen amplio apoyo público, la respuesta del poder es justo la misma que se dio con Jesús: crucificarlos (a través de ataques personales, acciones legales, calificarlos de traidores o expulsarlos de sus puestos o profesiones).

En medio del gran e intenso debate sobre el patriotismo, promovido por la derecha, que recientemente ha llegado a cuestionar si el presidente es estadunidense o un infiltrado musulmán y socialista, que cuestiona la lealtad de críticos progresistas y que nutre la gran ola antimigrante, mientras el gobierno condena cada vez más la difusión de información oficial, los disidentes continúan brotando; algunos arriesgan todo, otros protegidos por su éxito y el apoyo masivo de sectores de esta sociedad.

Sus actos han hecho temblar al sistema o han tenido mayor impacto que la oposición, justo por estar donde están o estaban. Hay grandes ejemplos como Daniel Ellsberg, el analista de defensa que filtró los famosos Papeles del Pentágono como un acto de conciencia, y que con ello contribuyó directamente a finalizar la guerra de Vietnam. Hay agentes de la CIA como Philip Agee y Ray McGovern, entre otros, que revelaron y denunciaron el trabajo sucio de su agencia en varias partes del mundo; más recientemente está el caso del ex embajador Joseph Wilson y su esposa Valerie Plame, quienes se vieron obligados a revelar parte del engaño oficial con que se justificó la guerra del gobierno de George W. Bush contra Irak (se acaba de estrenar una película, Fair Game, con Sean Penn y Naomi Watts, basada en este caso).

Soldados y oficiales veteranos han formado la organización Veteranos de Irak contra la Guerra, quienes visitan bases militares y realizan actos para advertir a militares activos. Tal vez la figura militar disidente de mayor perfil hoy día es el soldado Bradley Manning, quien está en una prisión militar, casi incomunicado y bajo condiciones denunciadas por agrupaciones de derechos humanos, acusado de ser el responsable de la filtración de documentos oficiales confidenciales más grande de la historia: los documentos y videos militares sobre la guerra en Irak y Afganistán y los cables diplomáticos que han sido difundidos al mundo por Wikileaks a través de varios medios internacionales, y en el caso de México, por La Jornada.

También hay disidentes en la legislatura federal. Aunque no tienen gran poder, sus voces frecuentemente provocan una disonancia en el debate oficial que logra provocar problemas para la cúpula política. De hecho, entre lo que se llama el club más exclusivo del país (con sólo 100 miembros), compuesto en gran parte por millonarios, que oficialmente se llama el Senado, hay un legislador que abiertamente se considera socialista (en definición más bien europea, más bien social demócrata): el senador federal independiente Bernie Sanders, de Vermont. Hace poco declaró que “hay una guerra en este país… una guerra promovida por algunos de los más ricos y más poderosos contra las familias trabajadoras de Estados Unidos”.

En la Cámara hay voces progresistas que a veces rompen con el debate oficial, como John Lewis, de Georgia, quien trabajó con Martin Luther King, o el representante Keith Ellison, de Minnesota, ex abogado de derechos civiles y frecuentemente identificado como el primer musulmán electo al Congreso, quien cada vez tiene una voz más influyente en la política exterior, sobre todo hacia Medio Oriente.

También figura el diputado federal demócrata y ex candidato presidencial Dennis Kucinich, de Ohio, quien ha denunciado políticas imperiales, y ha sido un ferviente defensor de los derechos laborales en este país. Tan problemático ha sido para los conservadores, que al redibujar los distritos electorales de su estado, este año, los republicanos en control de Ohio lograron desaparecer su distrito, y ahora tendrá que buscar otro para lograr su relección.

En los medios, las voces disidentes han encontrado audiencias masivas a lo largo de la historia. Lejos de ser marginales, trabajan tanto dentro como fuera de los canales del establishment mediático. En el mundo de la música se pueden identificar desde Bob Dylan hasta Patti Smith (cuya autobiografía ganó el premio nacional de literatura y es un bestseller aquí), de Bruce Springsteen a Tom Morello, con muchos ejemplos más. En la televisión está el gran periodista Bill Moyers, tal vez uno de los críticos más efectivos de la política oficial durante décadas, Bill Moyers, y hoy día no hay nada que se compare con la influencia crítica de los cómicos satíricos Jon Stewart y Stephen Colbert. A la vez, y tal vez de manera más sutil, David Simon, el creador de las series The Wire y Treme para HBO, ha ofrecido algunas de las visiones críticas más profundamente radicales de esta sociedad en la historia del medio. En el cine documental de distribución masiva, no se puede ignorar la influencia nacional de Michael Moore, o el hecho de que el Óscar al mejor documental este año fue entregado a Charles Ferguson por Inside Job, feroz historia de los responsables de la peor crisis económica desde la gran depresión.

Esta disidencia, desde dentro del llamado establishment, se vuelve parte clave de lo que se autodefine como oposición en este país, y a pesar de los intentos de crucificarla al calificarla de antipatriota, resucita una y otra vez.

En una entrevista con TomPaine.com en 2002, Zinn argumentó que, al contrario de la idea muy común de que el patriotismo implica apoyo para el gobierno, no tiene nada que ver: la obediencia al gobierno ciertamente no es una forma de patriotismo. De hecho, dijo que cuando un gobierno viola los derechos fundamentales de la libertad y la vida, cuando usa fondos para guerras en lugar de educación, empleo y salud, “obedecer a un gobierno así no es ser patriótico… cuando un gobierno se comporta así, lo más patriótico es desobedecer a ese gobierno”.

Enlaces:

Los cables sobre México en WikiLeaks

Sitio especial de La Jornada sobre WikiLeaks