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Foro de la Cineteca

La mujer que cantaba

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Fotograma de la cinta del canadiense francés Denis Villeneuve
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na voluntad testamentaria puede tener el peso de una maldición o ser la vía inesperada para una liberación. En La mujer que cantaba (Incendies), tercer largometraje del canadiense francés Denis Villeneuve (Maelstrom, Polytechnique), un chico y una joven, hermanos gemelos, se ven obligados, al morir su madre, a indagar sobre el pasado de esa mujer de origen árabe, inmigrante en Canadá, del que por largo tiempo ignoraron prácticamente todo.

Secretaria durante 14 años del hombre que ahora es albacea de su última voluntad, Nawal Marwan (Lubna Azabal) decide revelar a sus hijos la parte más oscura de su existencia y, de paso, enfrentarlos a una crisis de identidad tan penosa como necesaria.

Para poder descansar en paz y tener cristiana sepultura, la mujer, que termina sus días suponiéndose indigna, expresa la condición de que sus hijos entreguen un sobre sellado al padre que desconocen y cuyo paradero tendrán que buscar, y otro sobre a un hermano de ellos, de quien ninguno de los dos sospechaba hasta el momento la existencia. Cumplido este ritual extraño, habrá llegado venturosamente el tiempo de la reconciliación moral y de la serenidad verdadera.

Villeneuve organiza inteligentemente el material narrativo y lo divide en episodios que ostentan cada uno el nombre de un protagonista o de un lugar importante, elabora también transiciones temporales y desplazamientos de los protagonistas de un continente a otro, jugando también con dos lenguas.

Sin el tema del azar, remplazado aquí por el de la fatalidad, la película semeja en su inspiración y estructura a la película alemana A la orilla del cielo, del realizador de origen turco Fatih Akin, y el resultado es una historia muy ágil y emotiva que crece en intensidad a partir de sus sucesivas revelaciones dramáticas. Otra posible correspondencia la tiene el director con el trabajo de su compatriota Atom Egoyan, quien en cintas como Dulce porvenir o Ararat explora, de modo similar, los temas de la culpa y el perdón en ámbitos privados y colectivos.

Hay en la historia del poeta dramaturgo libanés una voluntad tenaz de indagar en el misterio de una vida y un pasado. Jeanne (formidable Mélissa Desormeaux-Poulin), hija de la enigmática mujer que cantaba, afronta peligros y desencantos sucesivos en su afán por entender el comportamiento extraño de su madre, la naturaleza singular de su voluntad testamentaria. A la manera de una heroína de tragedia griega, conduce con vigor a su hermano reticente y temeroso a la dilucidación de una verdad que cambiará para siempre sus existencias.