Opinión
Ver día anteriorSábado 23 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Infancia y sociedad

Celebración y crespones

E

ste año celebraremos el día del niño sin olvidar poner moños negros en nuestra puerta: por los 49 nenes muertos trágicamente en la guardería ABC de Hermosillo, a causa de corrupción de mafias de gobierno y negocios sin escrúpulos de familiares y amigos de Calderón y esposa. Por el niño Martí, por el joven Sicilia y por los miles de menores y jóvenes, cuyos apellidos desconocemos, pero que bien sabemos han perdido la vida en la absurda, inútil, guerra de Calderón contra los narcos.

La infancia no siempre es época de risas y juego; también de experiencias de dolor, a veces absolutamente trágicas, que singularizan el destino del individuo.

Mas hay también una experiencia colectiva, ya que cada generación de niños recibe el impacto del mundo cultural que habita, que los define según sus expectativas o su falta de ellas sobre la niñez, en cada tiempo histórico (ver Philippe Ariés, Siglos de infancia). De modo que si no asignamos un valor a los menores, difícilmente tendrán los cuidados y oportunidades que requieren para crecer y ser.

Los países europeos saben muy bien cuánto valen los niños. Lo aprendieron en las posguerras y volcaron su humanismo en sus huérfanos, su cultura y sus recursos económicos. Así la infancia fue ¡descubierta! como oportunidad y riqueza y en buena medida eso los hizo países desarrollados. Pensar en el desarrollo económico sin planes de desarrollo humano y postergando la preocupación por la infancia sólo lleva a la concentración de la riqueza y a la reproducción de la pobreza, en cada generación. Infancia es destino social y político.

Hace dos semanas camino por las hermosas calles de Madrid y por más que busco no me he topado con un solo niño de la calle. Eso me gusta y me duele: veo que en España, como en toda Europa, la Convención Internacional sobre los Derechos de los Niños ha sido respetada, pues hace 20 años los niños de la calle abundaban por aquí.

Ellos, como fenómeno extendido en el mundo, son producto directo del neoliberalismo, que se inició a principios de los años 80. En el mundo pobre, en nuestra América Latina, el neoliberalismo ha sido una guerra contra los pobres.

Nuestros niños pobres son, hasta cierto punto, huérfanos de guerra y de estados nacionales, los cuales se han desentendido de su papel humano y social. No son seres abandonados, sino los niños héroes de las familias abandonadas; son expresión de una segunda colonización de los fuertes y sus modelos económicos. La infancia callejera es el actual grito de dolor de Latinoamérica.