Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de abril de 2011 Num: 842

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

México, el país y sus miedos
Alejandra Atala

La revolución
somos nosotros

Claudia Gómez Haro entrevista
con Octavio Fernández Barrios

La narrativa mexicana: entre la violencia
y el narcotráfico

Gerardo Bustamante Bermúdez

Erasmo: necedad
y melancolía

Augusto Isla

Un vicio como otro
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Enrique López Aguilar
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La imagen desolada en la obra
fotográfica de Juan Rulfo (VI DE X)

Inframundo no sólo desordenó los materiales de Homenaje nacional, lo cual se entiende por la pérdida de negativos e impresiones comentada, sino que no resulta muy clara su propuesta de lectura. Aunque el libro salió a la luz con la anuencia de Rulfo, parecería una edición pirata por sus muchos descuidos editoriales: la última página del libro, antes de pasar a la tercera de forros, es una fotografía; no se incluye colofón y no se indica el lugar de la edición.

Rulfo tomaba en serio su gusto por la fotografía: éste nació y se desarrolló de manera simultánea a su trabajo literario, exploró un limitado pero constante número de temas y no trabajaba improvisadamente como un turista, al contrario, pues sus primeras fotos, en formato de 4 x 4, fueron tomadas con una cámara soviética, probablemente una Leika, misma que, después de extraviada fue sustituida, sucesivamente, por tres cámaras de formato 6 x 6: una Roleiflex, a la que siguió una Hasselblad –después de un viaje a Alemania–, que casi no utilizó y fue, a su vez, reemplazada por otra Roleiflex. Su obra fotográfica, aunque concebida con seriedad, nunca fue ordenada en series, a excepción de la configurada alrededor de los ferrocarriles, pues los grupos de retratos, alpinismo, tendederos, vecindades y arquitectura popular y urbana, nunca fueron planeados de esa manera; sin embargo, ya porque fueran tomadas con mucha cercanía en el tiempo, alrededor de un viaje o de alguna actividad particular, como una filmación, varios grupos de fotos rulfianas parecerían ser susceptibles de un ordenamiento en series, como las de músicos, retratos, fotos fijas y las que he mencionado arriba.

Algo característico de este “desorden” es el archivamiento de los negativos en cajas de zapatos y el carácter asistemático con que Rulfo registró fechas y lugares de las tomas, así como la falta de nomenclatura para todas ellas: una consecuencia indirecta de esto ha sido la pérdida de algunos negativos, aparte de los que fueron sustraídos de la Imprenta Madero, en 1980.

Con la misma pasión que con la literatura, Rulfo siempre mantuvo con la fotografía esa amorosa y reservada distancia de “aficionado” o dilettante, que resulta muy rara en un siglo XX tan dado a la profesionalización de todo: dueño de una personalidad curiosa que también lo acercó al cine, él nunca se concibió a sí mismo como fotógrafo “profesional” y estaba más interesado en el trabajo alrededor de la imagen que en el de los procesos de revelado, impresión y amplificación, por lo cual mandaba revelar sus rollos a un laboratorio (lo cual fue la causa de que algunos de los negativos contuvieran defectos derivados del proceso de revelado, tales como empañamientos, rayones o pérdida de matices en los tonos); finalmente, a pesar de su formación autodidacta, no sólo poseía una buena cultura fotográfica (seguramente conocía la obra de los Álvarez Bravo, Weston, Tina Modotti, Gabriel Figueroa y Hugo Brehme –con la que tiene ciertas semejanzas–; admiraba la obra de Cartier Bresson, para la que escribió el texto del catálogo cuando su obra fue presentada en el Centro Cultural de México, en París, en 1983; y fue amigo de fotógrafos como Nacho López, Héctor García, Antonio Reynoso y Daisy Ascher), además de que “tenía un buen conocimiento de la técnica y solía hablar con sus amigos al respecto; llegó incluso a instalar un pequeño cuarto oscuro”, según testimonio de Giménez Cacho.

Si ese cuarto tuvo existencia, ya no dejó rastros suyos, por lo menos entre 1950 y 1955, a excepción del vago testimonio de una aparatosa ampliadora que viajó con la familia durante su mudanza de México a Guadalajara, emprendida en 1958, y que se perdió durante el regreso a la capital de la República, en 1962. De hecho, Clara Aparicio, la viuda de Rulfo, no recuerda la existencia de ningún cuarto oscuro durante su vida de casados, y Juan Pablo Rulfo es el único de los hermanos que se acuerda de la ampliadora mencionada, lo cual le otorga un carácter impreciso a esa imagen infantil formada entre los cinco y seis años de su edad.

Alrededor de dicha estancia en Jalisco, que se dilató cuatro años, comenzó el abandono progresivo de la fotografía y de los espacios editoriales por parte de Rulfo: un silencio de palabras y de imágenes que no fue total. ¿Será cierto lo que le dijo a Benítez?:

–¿Y de ti, qué decir?

–Sí, qué decir. En cuatro meses escribí Pedro Páramo y tuve que quitarle cien páginas. En una noche escribía un cuento. Traía un gran vuelo pero me cortaron las alas.

(Continuará)