Opinión
Ver día anteriorMartes 26 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Barroco y esculturas en el ex Arzobispado
E

n mi texto anterior comente la primera sección de la muestra Cruce de caminos, proyecto armado básicamente con obras de la colección Pago en Especie, la cual cuenta con su correspondiente catálogo. De manera simultánea se inauguraron en el recinto otras exposiciones.

La que ocupa mayor espacio es Barroco, una semirretrospectiva de Benjamín Domínguez, egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, hará la friolera de algo más de 40 años. En esa época la escuela se encontraba no en Xochimilco, como ocurre desde hace décadas, sino en el edificio de la Academia en el Centro Histórico, casi frente al Museo José Luis Cuevas.

Barroco hace honor a su título, pues propone una mirada retro del pintor, pero incluye además su ya consabida serie de variaciones sobre El matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, que se ha exhibido en varias latitudes, siempre con éxito, debido al ingenio de que el pintor hizo gala incluyendo personajes que departen con los protagonistas, desnudándolos, brindando o entregados a actividades muy contemporáneas, como montar una motocicleta japonesa.

El formato de esos 23 cuadros es uniforme y en toda la serie hay constantes: la recámara, la ventana, el espejo y los enseres simbólicos que acompañan el célebre cuadro de la National Gallery, de Londres, que Domínguez conoce bien por haber vivido temporadas en la capital del Reino Unido. En ese ámbito van ocurriendo las historias, cada una diferente.

Es un pintor literario, que lee mucho y es afecto a manuscritos medievales, a las leyendas negras y a la poesía barroca. No ilustra, sino que toma de lo que lee ciertas connotaciones, con frecuencia perversas, plasmándolas en sus cuadros acompañadas con objetos de otras épocas que en la mayoría de los casos son de su propiedad. Podría ser un excelente pintor de Vanitas contemporáneas, y este género está presente, si bien siempre combinado con otro tipo de situaciones, igualmente de origen literario, cosa que genera sus iconografías a veces raras, otras enigmáticas y unas más propositivamente subversivas.

Los resultados a mi juicio son disparejos y eso puede percibirse, en ocasiones, examinando con cuidado un mismo cuadro, en el que los brocados parecen collages y no lo son, las telas transparentes, los paños, encajes y los objetos que los acompañan son tratados con minucia, pero no así las carnes con frecuencia desnudas de algunos de los personajes. Su moción de mezclar lo sagrado con lo profano es una constante. No sólo eso, hace referencia a hechos reales, como las decapitaciones que han ocurrido durante esta era de violencia no sólo en su estado natal: Chihuahua. Lo hace convirtiendo el tema criminal en un asunto mítico, mismo que hace señas a esa realidad, como también a la de la tortura y los asesinatos.

Los formatos en muchos casos son grandes y, según mi criterio, a este pintor, quien conoce ampliamente técnicas pictóricas porque las ha estudiado a fondo, no le conviene en todos los casos esa amplitud de soporte, porque parece conminarlo a trabajar con cierto apresuramiento o al menos así lo percibo.

Entre las mejores obras logradas destaca la titulada Preparativos para fotografiar un fantasma, en el cual alude, quiero creer, a la muerte de un torero, ya que la chaqueta taurina está presente, pintada con tal mímesis, que pareciera que está pegada a la tela. Ilusionismo puro. En cambio, el fantasma es evanescente y su factura acusa otro tipo completamente distinto de técnica, cosa que me pareció muy afortunada. Por supuesto la cámara fotográfica, instrumento por el cual el autor parece acusar gran predilección, comparece trabajada también con realismo.

Ya se trate de figuraciones de arcángeles, suntuosamente ataviados a la moda arcangélica del virreinato, que de representaciones de delincuentes o de personajes sometidos a tortura, la atención puesta en la indumentaria es de lujo.

En los amplios corredores del primer piso, que se recorren con gran flexibilidad, se montó una exposición de bronces de Flor Minor, misma que es una grata sorpresa, pues hacía tiempo que no veía trabajos de esta talentosa grabadora y dibujante que se involucra con los volúmenes, las posturas del cuerpo, los gestos, como si hubiera creado, en conjunto, una coreografía intemporal a partir de cuerpos desnudos de discretas dimensiones.

Para completar un giro bien redondeado, los visitantes se enfrentan con el escultor Jorge Marín, presente en la sala de la planta baja, que es como una pequeña capilla. Se trata de un conjunto de cerámicas, algunas en verdad maravillosas, como la figura del niño adiposo que retrotrae al recuerdo de nuestras culturas madres.