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Hay de pactos a pactos
E

n la guerra de Calderón contra el crimen organizado no habrá triunfadores ni derrotados. Y esto será así porque de origen estuvo mal planteada. Al llevarla a cabo lo único que ha logrado el Poder Ejecutivo ha sido dividir al enemigo (ahora son más los grupos criminales que en 2006), aumentar la violencia y el número de muertos, y así seguirá hasta el final de este terrible y dramático sexenio.

Ya dijimos que no habrá vencedores, y escribí dijimos porque yo pronostico que no ganará Calderón durante su periodo de desgobierno, y porque lo ha confirmado García Luna, secretario de Seguridad Pública, al declarar (el 6 de abril) que el Ejército saldrá de las calles en tres años (en el próximo gobierno, como si los militares se mandaran solos), y que la violencia en el país, producto de la lucha contra el narcotráfico, podría disminuir en el año 2015 (véase La Jornada, 7/04/11). ¿Podrá? ¿Y si no?

El capitán de fragata de infantería e integrante de fuerzas especiales Alfonso Reyes Garcés es de la misma opinión en su tesis de maestría presentada en diciembre de 2009 en la Naval Posgraduate School de California, en Estados Unidos (véase Proceso, 1799). En ella escribió que la guerra a las drogas en México se ha convertido en una historia sin fin, es decir, en un fracaso que no tiene para cuándo terminar si no se modifica la estrategia. Al final dice que México no tiene nada que perder al tratar nuevas estrategias de lucha contra las drogas. Al mismo tiempo, tiene mucho que perder por mantener una política antidrogas que ya ha demostrado ser ineficaz, tanto para reducir la oferta como para prevenir los daños sociales asociados con el comercio ilegal de droga, que es todavía más importante.

Una estrategia diferente que se ha venido proponiendo en diversos foros es pactar con el enemigo, en este caso con el narcotráfico, aunque sería ilegal pues un gobierno, formalmente hablando, no puede pactar con delincuentes, aunque se ha hecho y se hace con más frecuencia de la que imaginamos (en México, en Estados Unidos y en Europa).

Los pactos se hacen entre dos o más actores que se comprometen a cumplir algo acordado o estipulado. Hay pactos implícitos y otros explícitos. Todos los días cumplimos pactos implícitos: con el vecino, con el otro automovilista, con el tendero, etcétera, o pactos explícitos: no te hago ruido si tú no me invades con tu radio.

Algunos expertos en el tema han dicho que pactar con los criminales sería un error. Yo diría que esto depende. Hay de pactos a pactos. En esta hipótesis, yo pactaría con ellos que produzcan y vendan droga (que en su mayor parte va a Estados Unidos) pero que a cambio impidan, con sus poderosos medios y sus amplias redes, el crimen callejero, incluyendo asaltos, secuestros, levantones, balaceras y todo aquello que pone en riesgo a la población común sin relación con el negocio del narco. Agregaría que otra condición es que sean discretos y que disciplinen a su gente. Como era antes, pues. ¿Nadie recuerda cómo era Acapulco hace 25 años y lo bien que la pasábamos hasta la madrugada? Se vendía de todo, igual que ahora, pero las mafias se encargaban de que a los turistas no les pasara nada.

¿Problemas de un pacto de esta naturaleza? Que podría aumentar el número de consumidores, que pasaría más droga a Estados Unidos de la que ya ha estado cruzando la frontera, que se mantendría o aumentaría (¿más?) la corrupción en las diversas esferas de gobierno y en cuerpos militares y policiacos, que se lavaría dinero, etcétera. Todo esto está ocurriendo a pesar de los sangrientos resultados de la guerra de Calderón que, según García Luna, no terminará en este sexenio. Lo que ha señalado Eduardo Guerrero, experto en el tema de seguridad, es cambiar la política punitiva por una disuasiva. Y ejemplifica en Reforma (17/04/11) con el caso de Estados Unidos “tras la muerte del agente de la Oficina de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos Jaime Zapata, el 15 de febrero de 2011 en San Luis Potosí. Ocho días después del asesinato del agente, la DEA lanzó el operativo Fallen Hero contra operaciones de traficantes mexicanos en 150 ciudades estadunidenses, que duró tan sólo tres días, pero el gobierno estadunidense detuvo a 676 personas, decomisó 12 millones de dólares, 282 armas y 94 vehículos. Además, fueron decomisados alrededor de 15.9 toneladas de mariguana, 467 kilos de cocaína, 29 kilos de anfetaminas y 9.5 kilos de heroína pura. ‘El mensaje fue muy claro: sabemos dónde están, qué hacen y cómo lo hacen. En cualquier momento podemos capturarlos, así que no vuelvan a tocar a nuestros agentes ni aquí ni en México, porque se las van a ver con nosotros’”.

Guerrero dice que sería un error un pacto con los criminales. Bueno, es darle la vuelta a los conceptos: lo que él narra de lo ocurrido en Estados Unidos es un pacto implícito: no me meto contigo si no te metes conmigo (el gobierno). Cuando Guerrero señala que el mensaje de los gringos es sabemos dónde están, qué hacen y cómo lo hacen está diciendo, aunque no lo quiera llamar así, que hay un pacto y que éste consiste en no capturar a los narcos si las autoridades no lo desean. Este es un pacto, llámesele como se quiera. (Otra cosa, que suena como descabellada, es ¿por qué si saben dónde están no los capturan? Y la respuesta es sencilla: porque surgirían otros y muchos más, cuya identificación no tienen, y entonces sí el narcotráfico saldría de su control hasta que tuvieran una nueva base de datos, actualizada.)

Para llevar a cabo una política disuasiva, como lo sugiere Guerrero, que implica un pacto basado en cierta tolerancia (como la de las zonas rojas, que no acaban con la prostitución pero la circunscriben), se requiere que el Estado esté armado de información suficiente para llevar a cabo, si así lo quisiera, operativos como el que menciona el experto.

El gran problema, y de aquí tantas muertes, inseguridad e incertidumbre, es que el habitante de Los Pinos se lanzó a golpear al crimen organizado como un niño con los ojos vendados contra una piñata o, peor aún, contra un avispero. La gran diferencia es que ese niño está protegido mientras que los demás quedan expuestos a los palos y a las avispas. Le corrió la prisa en lugar de hacer lo que tenía que hacer primero: una gran labor de inteligencia (así la llaman los expertos), detectar las células malignas y controlarlas sin bombardearlas antes de tener un diagnóstico científicamente comprobado. Y aun así, quién sabe si esa sería la receta.