Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de mayo de 2011 Num: 843

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas

Hablo...
Manolis Anagnostakis

Ritual
Salvador García

Con la música a otra parte (la lírica migrante queretana)
Agustín Escobar Ledesma

Fechas como cortes
de caja

Raúl Olvera Mijares entrevista con Rafael Tovar y de Teresa

El otro Melchor
Orlando Ortiz

Del imaginario y
otras teorías

Natacha Koss

Se toca lo que se escucha
Alain Derbez

Leer

Columnas:
El sobreviviente
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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ASILO DE RECUERDOS

HUGO PLASCENCIA


Descripción de un brillo azul cobalto,
Jorge Esquinca,
Ediciones Era/Gobierno del Estado de Chiapas,
Secretaría de Educación/Pre-Textos,
México, 2010.

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, dice Borges para referirse a la parvada de sueños, espacio subjetivo de la razón onírica, raíz y veta del proceso creativo, eje temático de múltiples recursos como el vuelo de las aves en círculos concéntricos donde se instala y hace su nido “el instante mismo de la revelación” (Octavio Paz). La madeja de evocaciones y la dicotomía entre lo místico y lo mitológico forjan una brecha, para dar asilo a los recuerdos en los cuales se instaura el más reciente poemario de Jorge Esquinca (Ciudad de México, 1957), reafirmándose como una de las voces más importantes de la poesía mexicana, al ser galardonado por este libro con el Premio Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines para Obra Publicada 2009. Bajo un concreto dominio del lenguaje poético, Esquinca nos entrega un poema dividido en cantos, un réquiem de contrastes que se unifican en diversas líneas temporales entrelazadas bajo “cielos distintos”: geográficos, simbólicos y simultáneos. Coleridge decía: “La memoria emancipa el orden del tiempo”, y con base en esa premisa concibe un libro en la tradición lírica con “el oro sepulcral de la memoria” (Borges), que disloca la época de la infancia en veinticuatro laberintos sincréticos compuestos en tercetos donde el ritmo y la imagen se materializan en lo tangible de un viaje, en la migración en un auto Vauxhall azul cobalto en el que el hijo y el padre navegan con vértigo hacia el origen donde “la distancia es luz” y “Dios es el sol.”

Las historias se trenzan y se bifurcan en una espiral de obsesiones. Dos historias son las corrientes verbales de un árbol conceptualizado en umbral: “cada árbol es un umbral/ la garza lo atraviesa/ en el momento preciso/ y se posa ahí/ ese ahí es lo sin nombre”. El hilo conductor es el tiempo paralelo en diversos parajes de México y París junto a Nerval; aunado a la historia de María de Jesús Crucificado encarnada en la hermana y en la Garza de Egipto: simbolizando la omnipresencia de la muerte, mientras un jinete nos remite a José Alfredo Jiménez y al Romance sonámbulo, de García Lorca, las citas a los cuentos de Christian Andersen y “una partida de ajedrez” de Eliot, confirman la cita de Leopoldo María Panero: “Escribir es una partida de ajedrez contra la muerte.”

La poética del viaje de Ulises, la inquietud del cuestionamiento socrático y la búsqueda metafísica de la infancia confluyen en el hijo: reflejo azul del padre en el poeta (“pienso al mirarme mirándolo/ en los espejos […] donde mi padre/ abre los ojos para que yo vea”) al cabalgar el iniciático viaje flâneur, al mirar los pájaros en los pasos de Nerval con un crustáceo simbolizando en sus pinzas el diapasón que hará vibrar la garganta del progenitor, en una oscura melodía que llena de sombra la boca del poeta como testigo de su propia catástrofe. La noción del oriente del romanticismo y el simbolismo ahonda en una tesitura metafísica, se mitifica a la “garza” dándole una diversidad de sentido con la muerte, la Aurelia de Nerval, la Pájara, la hermana, y María de Jesús crucificada en “la sin nombre” ya que siempre “la garza sabe a su manera” quién tocará el próximo arpegio del cielo. En la poética de Esquinca el motivo de las aves es leitmotiv que sobrevuela la volátil intemperie de la hoja en blanco. Pero otras estrellas más profundas en su destello habitan en un acto de fe, el universo sincrético de lo precolombino, lo pagano y lo mitológico son espiral de un abismo, caracol en descenso donde se mezcla lo místico con lo urbano, alteridad de tiempos en un mismo tiempo bajo diversos contextos espaciales entre los que hace su aparición el dios sol de Nerval, el infierno de Dante, la Odisea y el Hades con su Caronte que transporta al padre en compañía de Nerval por la Estigia y, donde se presiente la parvada de murciélagos rondando este gran poema que atesora un universo en el que “todo es ahora”


UN CAFÉ CERCANO, UN TÉ REMOTO

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ


8.8: El miedo en el espejo,
Juan Villoro,
Almadía,
México, 2010.

Un sismo es la frontera natural entre la ficción y la realidad: por un lado, alimenta la idea de que los edificios son de goma y los suelos espejismos y los ruidos del alma y del cuerpo una malformación genética de la especie; por otro, nos sumerge en la noción más estricta de nuestra naturaleza deleznable, tal como la percibiría un dios impío o el feroz ateísmo de la nada.

8.8: El miedo en el espejo cuenta de manera fragmentaria, en cuidadoso desorden (como conviene a la historia de un terremoto), el que ocurrió en Chile el año pasado, y al que sobrevivió Juan Villoro durante su estancia en Santiago, invitado a un Congreso de Literatura Infantil y Juvenil que no esperaba que el último día de sesiones, por la noche, un gran aquelarre de brujas y trasgos subterráneos festejara a lo grande y a su modo el coloquio, haciendo que el eje de rotación de la Tierra se modificara y “el día se acortara en 1.26 microsegundos” al provocar un sismo de 8.8 grados en la escala de Richter.

Hay cierta desproporción, y aun frivolidad, en la palabra sobrevivir del párrafo anterior; pero sólo quienes han pasado por una experiencia de esta clase pueden equilibrar esos efectos fallidos con la voz de su miedo más íntimo. La crónica del desastre se manifiesta, entonces, como una colección de gestos: los que reúne el recuerdo de Villoro van del aparatoso rasgueo del melodrama a la elegante indiferencia de un nocturno en que todo se oye (pues la lucidez no ha desaparecido): los gritos de pánico de los cuartos vecinos, ya que el teatro de la historia es el hotel donde le tocó atestiguar el desperezamiento de la corteza terrestre; las conversaciones a posteriori de los huéspedes alterados; el polvo, la oscuridad, el siniestro estremecimiento de los muros durante las numerosas réplicas. Pero el libro registra, asimismo, ciertas desenfadadas fisuras, como los “mensajes de texto” de otro congresista, Francisco Hinojosa, o la buena ocurrencia de un cubano luego de que este mismo escritor contara que una extraña mancha roja en la alfombra de su cuarto se debió al estallamiento de una botella de vino: “Me voy a beber todas las botellas del servibar, las voy a hacer trizas y voy a decir que se rompieron en el terremoto.”.

Nuestro gobierno, siempre atento a auxiliar a los connacionales en peligro, fue el único que no envió por el grupo de mexicanos varados en Chile, como sí lo hicieron las autoridades de Colombia, Perú, España y Brasil. El regreso ocurrió, cuatro días después de lo previsto, en un vuelo comercial. Pero el texto, atareado en asuntos más importantes que el de denunciar la archisabida inoperancia de los políticos, entreteje las voces exaltadas por el ánimo y las escritas incluso siglos antes, como la del poeta romántico Heinrich von Kleist, autor de una premonitoria historia de amor, El terremoto de Chile, que Juan Villoro tiene la virtud de evocar, a manera de cierre, para consolidar la naturaleza contrapuntística de su texto, que se desplaza subrepticiamente, como las capas tectónicas, del asunto personal al testimonio del desastre a la reflexión ensayística a la historia de una ruptura de pareja, con la soltura de una prosa que no conoce porosidades: como que es de las más diáfanas, naturales y amenas de la narrativa actual.

Escribir la crónica de una catástrofe desde la moderada comodidad de vivir para contarla es como evocar, en el amable aroma de un café cercano, el olor de proustianas madalenas en un té remoto; vale decir: obedecer a una inspiración que no hace expirar a las musas para levantar el recuento de los daños, la crónica de un instante de zozobra.


LOS PASOS DE TRAMOYA

ÉDGAR AGUILAR


Tramoya,
Universidad Veracruzana,
Número 105, octubre/diciembre,
México, 2010.

Raras son en la actualidad las revistas especializadas en teatro. En México es muy probable que sea Paso de Gato la publicación más avezada en el tema. No obstante, no es una revista de dramaturgia propiamente, sino una especie de bitácora teatral (fotos, entrevistas, cartelera, reseñas) de las obras que se presentan en el país. Aunque no todas las obras ni todo el país.

Tramoya, cuaderno de teatro de la Universidad veracruzana, es otra propuesta interesante, quizá la mejor en el ámbito de la dramaturgia. Sobria, sin aspavientos comerciales, con una hermosa viñeta en el índice que nos remite al teatro griego, la publicación universitaria cumple en su número más reciente treinta y cinco años de vida, y de la que Emilio Carballido fue su fundador y director hasta su muerte.

Bellísimo ejemplar de aniversario, Tramoya nos brinda un reparto de lujo: Lev Tolstoi, Yannis Ritsos y Molière. Prácticamente desconocido como dramaturgo, del gran escritor ruso se aborda el drama Y la luz luce en las tinieblas, vivo reflejo de las inquietudes morales y espirituales de Tolstói en boca del protagonista, Nicolái Ivánovich.

Apesadumbrado por la vida fácil que lleva, en contraste con su entorno, Nicolái Ivánovich abraza un nuevo cristianismo en donde pone en tela de juicio los dogmas de la Iglesia cristiana, la familia, la propiedad privada, así como el papel que la disciplina militar juega en las sociedades. La incomprensión que recibe de los demás, principalmente de su mujer, es el hilo conductor de la obra. Un joven sacerdote y el novio de su hija son sus únicos adeptos, lo que provoca el conflicto entre el grupo de personajes.

De intermedio se nos ofrece el poema “Ayax”, del poeta helénico Yannis Ritsos. Como su nombre indica, se retoma al que quizá sea el héroe más trágico de la antigüedad griega. Ritsos, también dramaturgo, recrea un estupendo monólogo, siguiendo sobre todo a Sófocles, en el momento en que Ayax ha enloquecido y ha degollado corderos, perros, gatos, gallinas, creyéndolos sus enemigos.

Ayax se dirige a su esposa, reflexiona sobre el valor, la guerra, la dignidad, la adulación, el absurdo, el tiempo, la vida y la muerte. El poema-monólogo abre y cierra con breves acotaciones que nos dan idea de un Ayax contemporáneo, sin por ello perder la esencia del héroe homérico. La traducción de “Ayax”, al igual que de Y la luz luce en las tinieblas, son obra de Selma Ancira, ambas irreprochables.

Cierra este número el más grande de los grandes comediógrafos: Molière. El atolondrado o los contratiempos es la primera comedia del dramaturgo francés. Es una obra divertidísima, llena de enredos e inimaginables maquinaciones. Cabe apuntar que su protagonista, el criado Mascarilla, fue representado por el propio Molière en su estreno en Lyon en1653, con un éxito abrumador. Mascarilla lo dice todo: “¡Dioses! ¡Cómo hemos visto aventuras en tan poco tiempo, y cuántos papeles está obligado a representar un pícaro!”



Libro del abandono,
Javier Acosta,
Era/Instituto Cultural de Aguascalientes/INBA/Conaculta,
México, 2010.

Con este libro, el zacatecano Acosta obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes correspondiente a 2010. La compleja tarea de “escribir un libro sobre el arrebato místico en un mundo sin dioses” es llevada a cabo por el autor por medio de la máxima economía de recursos retóricos y léxicos, así como a través de la configuración de un espacio poético propio, habitado no en poca medida por el erotismo.



El agua pasa pero el cauce queda (antología)


Nubes que pasan


Vestigios olvidados

Estos tres volúmenes, publicados respectivamente los dos primeros en 2009 y 2010 por La Zonámbula, Conaculta y el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit, y el tercero también en 2010 por Temacalli Editorial, son los frutos más recientes del trabajo literario, eminentemente poético, del nayarita Ernesto Flores, quien entre otras cosas es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y maestro emérito de la Universidad de Guadalajara. Los poemarios El agua pasa... y Vestigios... son muestra elocuente de la vigorosa voz poética de Flores, mientras que Nubes que pasan es el primer cuentario entregado a la imprenta por el autor.