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Ver día anteriorLunes 2 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Con nuestros miedos
D

os figuras masculinas, una joven, la otra no tanto. Corpulentas. Ocupan los extremos de una diminuta mesa redonda de bar de banqueta a media mañana. La distancia que las separa es mínima. Sus pies podrían patearse. Sus rostros casi se tocan, crispados. Cual boxeadores segundos antes de que el primer campanazo les suelte la correa. Aunque no simpatizan, Roger (el joven) y Matías (el otro) tienen bastante en común. No trabajan para nadie, o sea lo hacen para sí mismos. Cada uno a su modo, son parásitos de la sociedad. Su proximidad es tal que se salpican la saliva de sus palabras. Podrían empezarse a tirar tarascadas. Además, no quieren ser escuchados. Sus frases susurran roncas, por momentos parecen ladridos apagados.

–Lo van a hacer. Me canso que lo van a hacer –dice Roger.

–Qué va. No tienen con qué. Sólo juegan con nuestros miedos.

–No te hagas el ingenuo, Matías, a tus años. Óyeme bien. Me lo dijo (inaudible), a quien personalmente se lo dijo el general (inaudible). Cuentan con obtener la bendición internacional, del Papa al menos. Y la licencia de Washington, que es la que importa.

–Juegan con nuestros miedos, Roger. Están imposibilitados. Les falta. Personalidad.

–¿Quién dice que los dictadores son gente especial? Son chiquitos como cualquiera, y si están encaramados es porque se lo propusieron, jardineros con suerte, y han sabido acatar los poderes que son.

–Juegan con nuestra imaginación. Implícitamente reconocen que la tenemos, y ellos no. Lo que tienen son delirios, carajo.

–Por eso mismo, Matías. No distinguen los contornos de la realidad.

–Por eso mismo. Nosotros tenemos imaginación y conocemos desinteresadamente la realidad.

–¿Desinteresadamente?

–No nos dejamos engañar, y no sacamos raja de nada.

Bruscamente, Roger se echa atrás hasta el respaldo. Toma una copa pequeña llena de algo transparente que apura. Sonríe goloso.

–Vodka a estas horas –deplora Matías.

–Qué quieres. Hábitos que agarré cuando hice mi maestría de ciencia política en Moscú.

–¿En tiempos de Putin? ¿Sí? Vaya, maestría. Creí que las personas inteligentes habían dejado de perder su tiempo en esas cosas.

–Qué te pasa. Estoy por terminar un doctorado. El segundo.

–Ah, es modus vivendi –dice Matías dando un sorbo a su vaso de cerveza oscura. Le queda espuma en el negro bigote, que limpia, como gato, con la lengua.

–Si lo quieres ver así. Yo diría modus operandi.

–Astuto –admite Matías.

Roger echa el cuerpo adelante. Coge con fuerza los bordes de la mesa, como si la fuera a levantar.

–Ven acá –gruñe.

Matías da un sorbo lento y un jalón al cigarro, aproxima su rostro al de Roger y le suelta el humo en las narices. Como si nada, éste dice:

–Los trámites de sus leyes y elecciones son pura apariencia. Ya dieron su golpe, y nosotros rascándonos la barriga.

–Oye no, tampoco. La gente está preocupada. Harta.

–No van a hacer nada. Marchitas. ¿No ves que la matazinga crece y crece? Que sea una guerra atípica, ajena a la gente, es una cosa. Así se jodió Albania en el 90. Otra cosa, que sí es una verdadera guerra, con territorios retráctiles, rehenes en masa, victorias, derrotas, componendas. Es confusa. Corrupta. Esto, en el supuesto de que haya guerras que no lo sean.

–Las hay, Roger, las ha habido a veces.

–Me vas a venir con el cuento de tus revoluciones.

–Pues fíjate que sí.

–Puro sufrir de la gente para que las cosas empeoren.

–Te equivocas, hijo de Putin.

–Te equivocas tú, hijo de Moisés Gandhi.

Matías sonríe y alza el vaso. Roger pide otro vodka para brindar por los desacuerdos, ahora que pueden todavía.