Kennedy en la mira del escarnio popular

Eugenia Huerta

Abril hace cincuenta años…

El primero de enero de 1959 el mundo se sorprendió: Fulgencio Batista, el sanguinario dictador cubano, abandonaba la isla acompañado de sus cómplices más cercanos. Eso quería decir que el Movimiento 26 de Julio, con el Partido Socialista Popular (comunista), el Directorio Estudiantil y otras organizaciones habían logrado derrocar al tirano.

El pueblo cubano dejaba atrás miles de muertos y honraba así la memoria de Julio Antonio Mella y tantos otros mártires. Se abría la posibilidad de una nueva vida.

En México, el triunfo de la Revolución Cubana despertó grandes simpatías. Por ello, cuando poco más de un año después, el 17 de abril de 1961, el gobierno estadunidense, encabezado por John F. Kennedy, decidió respaldar la invasión a Cuba organizada por grupos contrarrevolucionarios, muchos mexicanos decidieron salir a la calle a expresar su repudio. De inmediato se organizó una primera manifestación, que resultó multitudinaria, al frente de la cual iba el ex presidente Lázaro Cárdenas. Era una maravillosa sensación de triple orgullo: mostrar nuestra inconformidad ante la prepotencia imperialista, defender al pueblo que había demostrado que se podía ganar la libertad y caminar junto con el general Cárdenas.


Los primeros internacionalistas se habían apuntado


Carlos Prieto y Raúl Prieto, Nikito Nipongo, con su pancarta


También el pueblo, en todas sus variantes, se hizo presente

En la Escuela Nacional de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México se convocó a los simpatizantes de la revolución a anotarse como voluntarios para ir a defender Cuba. Fue la primera vez que puse un pie en Ciudad Universitaria y en la escuela en que después me inscribiría. El encargado de anotar a los jóvenes era Eliezer Morales, quien nos sometía a un interrogatorio bastante curioso: si teníamos entrenamiento militar, si sabíamos disparar armas…

Días más tarde se preparó una nueva manifestación; todos nos preguntábamos si también participaría el general Cárdenas. Teníamos muy presente la represión contra los petroleros, los maestros, los ferrocarrileros. Volvimos a recorrer la calle de Madero con un entusiasmo enorme y con la intención de llegar al Zócalo. La mayoría de los asistentes éramos estudiantes de las preparatorias.

Yo salí con mi hermana Andrea del Teatro del Caballito, donde habíamos estado con el grupo Teatro en Coapa. Caminamos con una mezcla de alegría y miedo, pero más que nada con el deseo de mostrar nuestro rechazo a la invasión y a la prepotencia de los gringos. Un par de cuadras antes del Zócalo nos “encerraron” en Madero y la policía lanzó gases lacrimógenos. Salimos corriendo y, al alcanzar la plaza, encontramos un gran desorden: muchos corrían, algunos eran perseguidos y atropellados por motociclistas de tránsito. Llovían golpes por todos lados y la saña de los policías contra los jóvenes era incomprensible.

Como pudimos, emprendimos el regreso a la calle de Rosales. En el teatro nos esperaban Héctor Azar y Ludwik Margules. Con mucha simpatía, Ludwik, polaco “experto” en los menesteres de sobrevivir a la represión, nos lavó los ojos con su paliacate empapado en vinagre.

Después vinieron otras manifestaciones: por Vietnam, por la República Dominicana… y más golpes y más humillaciones. Apenas en 1968 fue cuando pudimos volver a marchar con dignidad y sin miedo, con la certeza de que la razón estaba de nuestro lado… hasta el 2 de octubre en Tlatelolco…


Entre otros, El Gordo Valdés, Alberto Domingo, Raúl Anaya, Raúl Rangel,
el jovencísimo Carlos Monsivás, Froylán Manjarrez y Rosa Castro