Una lección de dignidad

Rolando Cordera Campos

Una foto en la memoria

En abril de 1961 llegó a las costas de América la guerra fría. Por decisión unilateral de Washington, el conflicto global se instaló a unas cuantas millas de Miami y de la ciudad de México. Al permitir y auspiciar la invasión de Cuba por un conjunto de mercenarios cubanos que habían dejado la isla al calor de los primeros pasos de la revolución encabezada por Fidel Castro, Estados Unidos abrió la puerta para una pronta radicalización de ese proceso histórico, así como para la irradiación de las más variadas teorías y compromisos revolucionarios y antimperialistas en todo el subcontinente.

Nada sería igual a partir de entonces, y la visión y la acción del Estado mexicano hubieron de pasar, ahora de modo explícito, por la espesa y perversa red de criterios, paranoias y abusos de poder, desplegada por el poder imperial estadunidense para supuesta o realmente defender su seguridad nacional. Ésta, siempre fuente de los más grandes equívocos y aberraciones de la política exterior y aún de la política interna, se desplegó en el contexto inédito de la “importación” del enfrentamiento bipolar, propiciada por una invasión que no se hizo cargo en ningún momento de lo que iba a desatar.


Ahí, en las calles, marchaba la Historia


La razón de las armas vencida por las armas de la razón


Con los libros bajo el brazo, el macanazo a traición. Se incubaba el 68

Al asumir esta nueva cauda de exigencias imperiales, el Estado mexicano abrió nuevos flancos de división en la para muchos milagrosa unidad de la coalición gobernante. Se desató, a ritmo glaciar en los años inmediatos siguientes, una tensión cada vez más aguda entre la retórica del régimen y la que imponía una realidad nacional e internacional en punto de ebullición, como lo viviríamos un año después durante la crisis de los misiles. Lázaro Cárdenas fue, en esta tesitura, fuente de prudencia y consistencia para un movimiento que carecía de estructura pero no de la intuición y la sensibilidad de que los tiempos cambiaban y cambiarían más. Aquella retórica se vació y llevó al país a la tragedia del 2 de octubre, cuando el general dio cuenta de nuevo de su verticalidad como hombre de Estado y revolucionario.

Para nosotros, los estudiantes casi recién llegados a la Universidad Nacional Autónoma de México, la invasión implicó una toma de posición que con anterioridad era exclusiva de la reducida izquierda universitaria que se alojaba en Economía, Filosofía y Letras, Ciencias y Ciencias Políticas. No creo violentar demasiado la memoria si propongo que en aquel tiempo la opinión “media” de los universitarios, incluyendo a los inscritos en las escuelas mencionadas, distaba de ser la de una militancia incondicional con la gesta cubana. No se contaba con respuestas contundentes a los juicios sumarios de batistianos, ni podía entenderse con claridad la perspectiva que abrían las nacionalizaciones. Y sin embargo, a partir del día 16 de aquel mes terrible, el carácter socialista de la revolución decretado por Fidel Castro fue entendido como algo natural y legítimo, si no es que inevitable.

A todo esto y más me remite la gran fotografía de Rodrigo Moya, el querido Flaco, del general Lázaro Cárdenas subido en un automóvil en medio del Zócalo de la capital poblado de mexicanos indignados y dispuestos a exigir al gobierno de la República que respetara los preceptos sagrados de no intervención y respeto a la autodeterminación de los pueblos. El general y ex presidente habló de principios y valentía, y aquella noche nos llenó de orgullo de ser mexicanos. Luego vendría la represión a la segunda marcha de solidaridad con Cuba y los conocidos de siempre desplegarían sus dispositivos inquisitoriales y de persecución de la disidencia, en medio de un anticomunismo feroz que sólo sirvió para teñir de negro y rojo la disputa por el rumbo nacional que Cárdenas anunciara con solidez y consistencia aquel 21 de abril.

Una foto que obliga a la memoria, cuyo cultivo puede llevar a su vez a una revisión a fondo de aquellos días y años que desembocarían sin solución de continuidad en el 68.

Para mí y muchos más, la lección de integridad y hombría del general se volvió referencia obligada para encarar los dilemas futuros. El nacionalismo abusado por un poder cada día más abusivo podría ser encarado por otro nacionalismo que entonces, y por un buen tiempo más, podía presumir de progresista y revolucionario, porque así lo vivía el gran ex presidente que sumaba y se sumaba a nuevas avenidas de aliento popular.