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Desfiladero

No a la Torre de Luz, sí al memorial del Holocausto

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La lucha contra la delincuencia debe considerarse un problema social que debe combatirse con educación, trabajo, salud y deporte, En la imagen, Javier Sicilia en la marcha por la pazFoto María Meléndrez Parada
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i se legalizara la droga, México sería un paraíso de criminales, declaró el pasado miércoles el licenciado Felipe Calderón Narcofosa, en cumplimiento de una cláusula de su contrato de trabajo que lo obliga a negar la realidad con la fuerza de todos los medios de incomunicación electrónica y a vivir con tapones de cemento en los oídos para no escuchar los gritos, ya ensordecedores, ya insoportables, del dolor social. Ese dolor que el domingo, en el Zócalo, a pesar del solazo y del calorón, produjo continuas lloviznas de lágrimas. De lágrimas que todavía no se secan y siguen quemando la garganta.

Hace cuatro sábados, una familia del estado de México disfrutaba comiendo mariscos en un restaurante de Acapulco. De pronto recibió un narcomensaje. Éste llegó bajo la forma de una botella de güisqui. La manda aquel señor, les dijo el mesero. Minutos después, el generoso que se había tomado la molestia de enviarla se acercó al padre y le pidió permiso para sacar a bailar a su hija, una niña de 15 años. El padre se negó. Óyeme bien, le advirtió el generoso: Esta mujercita es mía.

Vámonos, dijo el padre. La familia regresó al hotel donde pasaba las vacaciones. Entre todos empacaron a las carreras y salieron a bordo de un coche rumbo al DF. Al cabo de una hora, dos camionetas los obligaron a detenerse. De ellas bajaron hombres armados con rifles. El generoso encaró al padre. Te dije que esta mujercita es mía pero no me creíste. Ora me la vas a entregar o mato a toda tu familia delante de ti.

La niña está desaparecida desde entonces. El breve episodio que tal vez terminó con su breve vida –que todos los dioses y todos los diablos se confabulen para que vuelva sana y salva– no fue relatado el domingo en el Zócalo, donde al menos 57 personas de todo el país, durante más de cuatro horas, contaron a gritos, y muchas de ellas llorando, sus propias tragedias. Historias espeluznantes y abominables, en las que destacan como elementos comunes a todas ellas tanto la corrupción de las autoridades locales, estatales y federales, como la ineptitud de la policía, del Ejército y la Marina, y de los soldados azules de Genaro García Luna, la nueva estrella del canal de las estrellas.

La única voz cargada de optimismo y de esperanza, en aquella asamblea pavorosa de la que miles y miles salimos destrozados –pero también transformados por la luz de la indignación–, fue la del representante de la Policía Comunitaria de la Montaña de Guerrero, una de las regiones más peligrosas de México hasta que los habitantes de aquellos pueblos asolados por bandidos y militares, hace 15 años decidieron encargarse de su propia seguridad y se armaron y uniformaron, como corporación civil, para restablecer la paz pública: un ejemplo que sin duda habrá que imitar a escala nacional cuando caiga este régimen asesino, que empieza a hundirse bajo el peso de sus decenas de miles de crímenes.

¿Por qué está sucediendo lo que está sucediendo? En 1996, según el Banco de México, 75 por ciento del dinero depositado en los bancos del país estaba concentrado en sólo 2.5 por ciento de las cuentas de ahorro, mientras 97.5 por ciento de las cuentas restantes se repartían el 25 por ciento del dinero. Hoy, hoy, hoy, 0.18 por ciento de la población mexicana (alrededor de 260 mil personas) posee 42 por ciento del producto interno bruto, es decir, casi la mitad de la riqueza que generamos anualmente más de 100 millones de mexicanos.

Tamaña desigualdad, aunada a la perversidad de George WC Bush y de Hillary Clinton y a la estulticia de Fox, Calderón y el equipo gobernante, nos llevó a la narcodictadura pero empieza a mostrarnos el camino hacia la libertad. Pensemos en los volcanes. Cuando la lava no puede salir por la boca del cráter, empuja por aquí o por allá hasta que encuentra el punto débil que le permite abrirse paso a la superficie.

Las grandes reservas morales del pueblo de México –la dignidad, la bondad, la nobleza, el espíritu solidario, la decisión de luchar pacíficamente, el anhelo de cambio que ya no admitirá una nueva postergación hasta 2018, los proyectos en algunos puntos coincidentes y en otros contrapuestos, las experiencias de militancia y de conducción política– son los ingredientes de la lava que, en estado de ebullición, se organiza para brotar desde el fondo de la tierra.

La lava que acumula y multiplica el Movimiento Regeneración Nacional, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, intentará subir al poder por la boca del cráter el día de las elecciones presidenciales de 2012. La otra lava, la que nutren con su dolor las familias destrozadas, y que es también mi dolor y el de millones que lloramos con y por ellas, la conduce Javier Sicilia y trata, no de llegar al poder sino de transformarlo por medio de la resistencia civil pacífica. Uno de los hechos más positivos del histórico mitin del domingo pasado es que entre ambos líderes hay coincidencias esenciales: los dos sostienen que la lucha contra la droga no provocará sino más muerte y destrucción mientras siga siendo concebida como un problema policiaco y militar, y no como un problema social que debe combatirse con educación, trabajo, salud, deporte y (agrego yo) los infinitos placeres que se derivan de la creación y la recreación artística.

La segunda coincidencia entre AMLO y Sicilia (y quizá la primera entre millones de mexicanos y millones de franceses) es la destitución de García Luna, un trofeo que Calderón de ninguna manera puede entregar porque Sarkozy de inmediato solicitaría su captura y su extradición a París. García Luna, bien lo señaló Magú, transformó la Secretaría de Seguridad Pública en un set de Televisa, y construyó el más formidable búnker subterráneo de todos los tiempos, mismo que –nos lo informó Enrique Galván Ochoa– quedó inundado e inservible tras la granizada que azotó al DF la noche de hace unos sábados.

Argelia

Serapio Bedoya, el olvidado tonto del pueblo de Tecamacharco, ahora vive en África. “Tengo un alcoholismo de Tehuantepec y vine a este país porque aquí no hay cantinas. Llevo dos años sin chupar. Además, me enamoré de Argelia desde el primer momento. Pero te escribo por otras razones. El próximo 25 de mayo se cumplirán exactamente 100 años de la renuncia de Porfirio Díaz. Por otra parte, Javier Sicilia busca un lugar para construir un muro en recuerdo del holocausto calderónico. Y supe que algunos activistas del colectivo que pinta las fuentes planean un festival artístico para el 28 de mayo, ante la narcofosa donde Calderón quiere levantar la narcotorre en memoria de Luz y Fuerza del Centro.

La idea, me cuenta un amigo pintafuentes por Facebook, es celebrar los 100 años de la caída de Díaz y pedir la de García Luna con espectáculos de teatro, pintura, escultura. Diles que además hagan una gran ofrenda de flores y serpentinas en honor de los caídos, y que haya música de jaraneros y cante el coro de la UACM. Pero, sobre todo, diles que inviten a Javier Sicilia y le pidan que, en nombre de todos los que estamos hasta la madre de la guerra estúpida, decrete que en ese lugar, en vez de una columna imbécil y pretenciosa recubierta de cuarzo brasileño pulido en Venecia (¡hazme el favor!), habrá un jardín y una lápida que guarde para siempre los nombres de los 40 mil muertos, y de los que mueran hoy, y los que mueran mañana, y pasado mañana, y luego, y más tarde, y aún después...