Comuneros de Atlapulco hablan de su autonomía

El suelo, el agua, la ardilla,

el coyote y nosotros mismos

 

Marcela Salas Cassani, San Pedro Atlapulco, Estado de México. “Esta comunidad aún existe porque hubo un movimiento en los años setenta que evitó la privatización de nuestras tierras. Durante los años sesenta se vendieron de forma ilegal terrenos comunales, pero un grupo de jóvenes pugnaron por que se decretara la ilegalidad de la venta y lograron recuperar los predios. Ésta fue la primera restitución agraria que se dio en el país”.

La historia, sin embargo, ha ido perdiéndose con el tiempo, junto con el sentido de identidad comunitaria. “Sentimos que a nuestros padres les faltó hablarnos de la experiencia que vivieron para defender la tierra y transmitirnos sus ideales comunitarios. Ahora, estamos tratando de evitar eso llamando a los jóvenes. Por ejemplo, hace poco fue la inauguración del invernadero e invitamos a nuestras esposas e hijos. Estamos tratando de privilegiar la comunicación y la educación”, afirma el comunero Esteban Solano Peña.

Los logros de la organización comunitaria se reflejan no sólo en los proyectos de educación y en la nueva granja cooperativa que es el orgullo de la comunidad. Durante el periodo administrativo anterior se planteó al gobierno de la ciudad de México la necesidad de dar una compensación a San Pedro Atlapulco por el usufructo de agua de esta comunidad desde tiempos inmemoriales. La petición del comisariado se justificó en la cantidad de agua que diariamente aporta Atlapulco al Distrito Federal, así como en las tarifas que el gobierno cobra por ella y la cantidad de personas beneficiadas. El resultado fue la entrega del 56 millones de pesos (por derecho de uso de agua de 2006 a 2012) que fueron invertidos en infraestructura. El hecho de que se lograra la compensación no afectó la autonomía, aseguran los comuneros, quienes insisten en que siguen trabajando en la reconstrucción de sus formas de organización.

Actualmente, señala Solano, “quisiéramos tener más incidencia en las decisiones de la comunidad para preservar los recursos, y creemos que para ello es nuestra obligación entender cada vez más lo que ocurre. Hace algunos años, cuando se empezaban a aprovechar las minas de cascajo, era natural venderlo para obtener recursos, pero ahora sabemos que ese tipo de suelo genera una filtración idónea. Debemos entender cada componente de nuestra comunidad: el suelo, el agua, la ardilla, el coyote y nosotros mismos”.

Para lograr el objetivo de “entender más”, los habitantes de San Pedro Atlapulco, tienen una biblioteca con documentos históricos e informativos. “Aspiramos a generar un programa pedagógico accesible para los niños, pues hay datos de la comunidad que muchos (incluso los adultos) ignoramos. Por ejemplo, pocos conocemos su polígono exacto. Si un niño sabe a dónde llega su comunidad seguramente hará un esfuerzo por conservarla, por cuidarla y cuando vea que están afectando las tierras que conoce, va a responder”, dice Esteban Solano.

 

Los comuneros ñahñú realizan también un proyecto de granja cooperativa, esfuerzo cuyas finalidades primordiales son fortalecer la organización comunal, sembrar la tierra y “trabajar para vivir de los recursos que hay en la comunidad sin dañarla”, señala Solano Peña, uno de los fundadores de la iniciativa colectiva.

 La nueva granja no sólo es un proyecto autogestivo, sino que lo más importante es que está apoyando la reconstrucción del tejido comunitario: “Este proyecto comenzó únicamente con lo que teníamos, con lo que somos: las tierras y el trabajo. Y empezó bien, porque nos daba gusto volvernos a encontrar, convivir y estar en el surco. Así fue como sembramos cuatro hectáreas de maíz y haba, y desde entonces fuimos avanzando”, explicó el comunero de Atlapulco.

  La idea de la granja nació en 2010 como una necesidad de materializar un proyecto surgido durante la gestión administrativa realizada en la comunidad por Solano, Juan Dionisio y otros miembros de la cooperativa. “Durante nuestro periodo al frente de la administración de los bienes comunales hicimos un plan de acción a largo plazo para responder a las necesidades, pero no tuvimos tiempo suficiente para capitalizar estos planes, y por ello ahora estamos llevándolos a cabo”.

Un año después, los cooperativistas están produciendo huevo, pues con la cosecha de maíz, avena y haba del año pasado adquirieron gallinas, borregos y algunas vacas que están por dar a luz. Su trabajo de este año les ha permitido tener ya 12 hectáreas sembradas, más un invernadero, que empezará a producir jitomates a finales del año.

 “El resultado del esfuerzo inicial es muy bonito, porque podemos ver los frutos de nuestro trabajo materializados. Empezamos a vislumbrar la posibilidad que anhelábamos: generar trabajo para los demás miembros de la comunidad, producir los alimentos que vamos a consumir y propiciar un intercambio entre lo que producen otros compañeros. Un claro ejemplo son los borregos, pues un compañero nos los intercambia por avena, y “quienes no tienen dinero para la cooperación semanal, nos dan zacate para alimentar a las vacas. La idea es darle continuidad al proyecto para que contribuyamos de manera determinante a la solución de los problemas que tenemos como personas, como familias, como comunidad”, comentó orgulloso Este­ban Solano.

Los comuneros mexiquenses aseguran estar realizando un esfuerzo integral para mejorar el aprovechamiento de los recursos: “Todos juntamos los sobrantes de desperdicios orgánicos la tortilla y el pan, y se los damos a las gallinas, para que la alimentación sea más sana. Con los demás residuos orgánicos hacemos composta para eliminar —en la medida de lo posible— el empleo de fertilizantes químicos”.

Aunque los miembros de la cooperativa han logrado avances significativos, existen al interior de la comunidad diversos problemas. “Por ejemplo” —dice Esteban— “hay un sector de la comunidad a favor de que se preserven los recursos naturales, pero hay otro que piensa ‘ya que hay recursos, debemos aprovecharlos’. Hay además compañeros convencidos de la importancia de preservar el trabajo comunal, pero formar parte de la granja implica ‘perder’ un día y medio de trabajo, más 50 pesos de cooperación semanales y esto limita la participación de varias personas”.

 “A mí me parece muy importante” —aseguró Crispín Rosas Peña, comunero originario y ex presidente de Bienes Comunales— “que sigan naciendo proyectos como el de la granja cooperativa porque actualmente el país sufre por falta de productos agrícolas; ojalá que otros grupos hicieran conciencia y se organizaran para seguir produciendo la tierra, porque nos hemos convertido en un pueblo consumidor”.

 

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