Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de mayo de 2011 Num: 845

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Justicia de la poesía
Ricardo Venegas entrevista
con Ámbar Past

Irvine Welsh, el mudo irreverente
Ricardo Guzmán Wolffer

Kavafis, Arlt y la imposibilidad de huir
Sonia Peña

Temple y temblor de Onetti
Rodolfo Alonso

Arlt y Onetti: los siete locos y el viento
Matías Cravero

El interés vuelto asombro
Miguel Ángel Muñoz entrevista con Ana María Matute

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Columnas:
Galería
Alejandro Michelena

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
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Cabezalcubo
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Kavafis, Arlt y la imposibilidad de huir

Sonia Peña

El poema “La ciudad”, del griego Constantino Kavafis se encuentra entre los canónicos de su producción. Muchos críticos ven en estos versos una metáfora del ser, una urbe imaginaria, para otros, Kavafis es el primero en apropiarse de un elemento importante en la poesía contemporánea: la ciudad. Espacio al cual el argentino Roberto Arlt califica de “cárcel de cemento” y cuyo paralelo mexicano lo encontramos en la obra de José Revueltas.

Los versos de Constantino Kavafis y la prosa de Roberto Arlt tienen en común la visión desesperanzada del hombre moderno y su relación con una metrópoli que lo ahoga y de la cual desea huir a toda costa. Dice el primer verso de Kavafis: “Iré a otra tierra, hacia otro mar/ y una ciudad mejor con certeza hallaré.” Esta afirmación es la misma que pronuncia Silvio Astier, el adolescente protagonista de la novela inaugural de Arlt, cuando sueña que con el botín obtenido en uno de sus robos podría vivir como “bacán” y fugarse a ciudades “al otro lado del mar”. El jovencito piensa en “otras” ciudades, porque la que transita ahora como empleado humillado y ofendido le es completamente hostil. Al final de la obra, el precio que paga por la huída al sur, símbolo de purificación y penitencia, es la infame delación de “Judas Iscariote.” El nombre del discípulo traidor –con quien se identifica el personaje– es el estigma que lo acompañará a la lejana Patagonia, tierra mítica y lugar preferido de los prófugos de la ley, según las leyendas que circulaban en los años en los que Arlt escribe su obra. Él mismo se encargará de fomentarlas mucho tiempo después, cuando recorra la región como cronista del diario El Mundo.

Otros versos de “La ciudad” sentencian: “Y muere mi corazón/ lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.” Algo semejante piensa Remo Erdosain, protagonista de Los siete locos y Los lanzallamas cuando se repite que está “completamente solo, entre tres millones de hombres y en el corazón de una ciudad”. Sin poder encontrar una respuesta al sinsentido de la vida, Erdosain parece coincidir con Kavafis cuando éste escribe: “Donde vuelvo los ojos sólo veo/ las oscuras ruinas de mi vida/ y los muchos años que aquí pasé y destruí.” El protagonista de Arlt, haciendo un repaso por “las oscuras ruinas” de su existencia se pregunta una y otra vez: “¿Qué he hecho de mi vida? ¿Qué es lo que he hecho de mi vida?”.

En el capítulo La cortina de la angustia, incluido en Los lanzallamas, se observa casi una glosa del poema de Kavafis. Allí, al darse cuenta de la imposibilidad de la huída, Erdosain reflexiona: “A dónde vayas irá contigo la desesperación. Sufrirás y dirás como ahora: ‘Más lejos todavía’ y no hay más lejos sobre la tierra. El más lejos no existe. No existió nunca. Verás tristeza a donde vayas.” Y el griego profetiza: “No hallarás otra tierra ni otro mar./ La ciudad irá en ti siempre/ no hay barco para ti, no hay camino.”

El personaje de Arlt no encuentra salida a la angustia que lo agobia y de la cual no puede escapar, porque la misma ciudad por la que transita es la que le trasmite el “asco” de la vida y “la náusea” de la pena, como una enfermedad incurable, un “cáncer” del que ya no puede deshacerse, por eso Erdosain quiere “escaparse de la civilización; dormir en el sol de la noche, que gira siniestro y silencioso al final de un viaje, cuyos boletos vende la muerte”, único medio de escape de una Buenos Aires a la cual Silvio Astier califica de “babilónica”. Babilonia que a principios del siglo XX es la ciudad latinoamericana que recibe la mayor cantidad de inmigrantes europeos y –por lo tanto– también Babel donde se confunden lenguas, culturas y costumbres en una urbe en vertiginoso crecimiento. Calles porteñas que abrigan un lumpen que se desplaza en ellas como pez en el agua y le saca “viruta al piso” en las cantinas de mala muerte, donde “ruge lastimero el tango carcelario”.

Una ciudad caótica en pleno crack de Nueva York, en pleno apogeo migratorio y en vísperas de un golpe de Estado es la que muestra Arlt en sus novelas. Pero también se desprende de su personaje central la angustia que contagia al lector, y se aferra a su cuerpo como la misma humedad del Plata: “¿Qué he hecho de mi vida?” es la insistente pregunta que recorre las obras y cuya respuesta es extrema, porque “los seres sórdidos de la ciudad tienen dos opciones: la cárcel o el manicomio”. Erdosain se dispara directo al corazón para terminar con la relación ciudad/angustia que lleva aferrada a su cuerpo como una náusea insoportable, porque él concluye –al igual que Kavafis– que: “La vida que aquí destruiste/ la has destruido en toda la tierra.” El final de la novela de Arlt, la fuga del Astrólogo y de la prostituta hacia un lugar incierto es otra metáfora de la esterilidad de la huída, pues el Astrólogo es el hombre castrado.

Tanto en el poema de Kavafis como en los textos de Arlt se observa la paradoja del hombre “moderno”, que Marshall Berman define como “el amor-odio” a las grandes metrópolis. En ambos autores la evasión es inútil, pues el desasosiego del hombre citadino no se origina en el trajín y el desgaste cotidiano, sino en la angustia de la existencia y el sinsentido de la vida. Si bien en Arlt los personajes buscan siempre un escape (el sur de Silvio Astier, la Patagonia del Buscador de Oro, la chacra del Rufián Melancólico, el desierto de Ergueta) todos fracasan porque ya están “contagiados” de la angustia de la existencia que les provoca el “asco” y la “náusea” de la vida. En Kavafis la solución tampoco está “al otro lado del mar” porque, ya sea en una isla desierta o en la ciudad más grande del mundo, la desdicha del ser es una y la misma.

Estas obras son ejemplo de que la literatura es el oráculo más acertado –y el mejor psiquiatra– al que de vez en cuando vale la pena consultar, pues quién de nosotros no ha repetido iluso: “Iré a otra tierra, hacia otro mar”…