Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de mayo de 2011 Num: 846

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una expresión humana
de Satán

Defensa de la poesía

Cuando ni los perros ladran
Víctor Hugo de Lafuente

Poema
Andreu Vidal

La ficción predetermina
la realidad

Ricardo Yánez entrevista con Dante Medina

El Jilguero del Huascarán, cronista musical de su tiempo
Julio Mendívil

Bob Dylan: un lento tren
se acerca

Antonio Valle

El inclasificable Dylan
Andreas Kurz

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Germaine Gómez Haro

Los espejos lúdicos de Javier Cruz

No se sabe con certeza en qué momento apareció el espejo en la vida del hombre, pero se tiene conocimiento de su existencia desde la más remota Antigüedad, llámese Mesopotamia, Egipto, India o China. Los espejos tienen un significado simbólico en los mitos de casi todas las culturas, incluyendo la mesoamericana, en la que aparece Tezcatlipoca –Señor del Espejo Humeante– quien construyó su atributo con hilo extraído de la “Tierra Primera aún no alumbrada por el Sol.”

En su Diccionario de símbolos, Juan E. Cirlot dice que el espejo es un “órgano de autocontemplación y reflejo del universo”. Asociado con el mito de Narciso, el cosmos sería “un inmenso Narciso que se ve a sí mismo reflejado en la conciencia humana”. A lo largo de los siglos se ha desarrollado la idea de que la mente humana es como un espejo que refleja la realidad. Desde los griegos, pasando por Scheler y otros pensadores modernos, se vincula el espejo con la mente, haciendo de éste un símbolo de la imaginación y de la conciencia por su capacidad de reproducir los ecos del mundo visible. Así, pues, el espejo se asocia a la idea del arte como “imitación” o “mimesis”, ya que según Sócrates el espejo es “el gran maestro capaz de crearlo todo”. Por el contrario, para Platón el espejo es el gran engañador, ya que sus reflejos son simples “fenómenos” que no revelan lo “verdadero”. El espejo y el arte son el vehículo seductor que nos hace creer que lo que muestra es verdad, cuando en realidad es mero reflejo. Como en el mito platónico de la caverna, donde las imágenes que los hombres creen ver son sólo las sombras de los objetos verdaderos.


Foto: Marco A. Pacheco

El espejo –como la pintura misma – encierra en sí todos los secretos y misterios que se quieran guardar en su velada superficie. Es –asimismo, como todo arte– metáfora y contenedor de un universo paralelo a la realidad. Evoca el azar, lo posible, lo que se percibe más allá de las formas palpables. Si hay un elemento que varía sustancialmente nuestra percepción de las cosas es el espejo: al reflejar todo lo que se le pone delante, modifica la sensación espacial, de ahí que Velázquez en sus Meninas haya conseguido plasmar la idea de la conciencia de la representación. Y es partiendo de esta analogía que el pintor Javier Cruz, tras la lectura de El inventor de espejos, de Philipp Vandenberg, desarrolló su reciente trabajo que se presentará en su octava exposición en la Casa Lamm bajo el título de Espejismos, a partir del 25 del mes en curso. A través de la multiplicidad de imágenes que se desprenden del espejo, Javier Cruz intenta aprehender el universo de formas y personajes que lo han acompañado a lo largo de toda su trayectoria, y desplegarlos como en un juego infinito de reflejos y duplicidades que nos revelan todo un calidoscopio de luces, colores y texturas. Para Javier Cruz, en el espejo se encuentra toda la esencia del yo como una forma de enfrentarse y conocerse a sí mismo y plasmar esa experiencia cognoscitiva en sus poderosos lienzos cargados de símbolos, sueños y deseos. Más allá de mostrar una reproducción ilusoria de la figura, el espejo revela las esencias y evanescencias que sutilmente alternan el mundo de las apariencias y la realidad objetiva. En sus cuadros, siguiendo las propiedades del espejo, Javier Cruz presenta una realidad otra. La realidad que se desprende de la percepción más profunda y que propicia un permanente juego de los sentidos. La pintura y la literatura son, como el espejo, la gran mentira que nos abre los ojos y nos permite asir con la mirada una realidad distinta en el intento de reencontrarnos y descubrirnos a partir de la reciprocidad del ver y del ser visto. Es en ese espejo insondable donde se busca la respuesta a la pregunta eterna que el ser humano se ha hecho por siglos: ¿Quién soy yo?

El espectador entra en los cuadros de Cruz como en un laberinto de espejos que revelan y ocultan su intrincado universo lúdico poblado de fulgurantes personajes y animales que retozan, vuelan, danzan, en la fluidez de un espacio abierto que hace caso omiso a la gravedad. En nuevas propuestas formales en cuanto a la distribución del espacio y la elección del color, los cuadros-espejos de Javier Cruz reflejan los ecos de una imaginación desbordada que ha dado como resultado, a lo largo de varias décadas, un trabajo sólido, de impronta personal, que no deja de sorprender por su frescura, espontaneidad y genuino espíritu alegre y vivaz.