Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de mayo de 2011 Num: 846

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una expresión humana
de Satán

Defensa de la poesía

Cuando ni los perros ladran
Víctor Hugo de Lafuente

Poema
Andreu Vidal

La ficción predetermina
la realidad

Ricardo Yánez entrevista con Dante Medina

El Jilguero del Huascarán, cronista musical de su tiempo
Julio Mendívil

Bob Dylan: un lento tren
se acerca

Antonio Valle

El inclasificable Dylan
Andreas Kurz

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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El Jilguero del Huascarán,
cronista musical de su tiempo

Julio Mendívil

Hace veinte años Ernesto Sánchez Fajardo, el Jilguero del Huascarán, partió a reunirse con nuestros ancestros. Desde entonces y, contrario a lo que pudiera pensarse, su éxito no ha disminuido, sino ha ido creciendo aceleradamente gracias a los nuevos medios de difusión que nos ofrece el mundo globalizado. Hoy en día hasta se pueden ver videos y bajar un buen número de canciones suyas en la red, o comprar sus CDs en los sitios internacionales menos pensados, porque el Jilguero del Huascarán ha dejado de ser un “producto” para ancashinos o peruanos y se ha convertido en un símbolo de la música andina por doquier, en un artista recordado y escuchado tanto en Japón como Francia, en Brasil o en Estados Unidos. Que la música del Jilguero viaje por el mundo no se debe a casualidad ninguna. Y es que los inmigrantes jamás se desplazan solos; llevan siempre con ellos sus costumbres, su cultura y su música. Y puesto que la música del Jilguero se encuentra entre las de más arraigo en Perú, es lógico que los inmigrantes del área andina peruana la hayan metido en su equipaje al echarse al mundo.

El Jilguero del Huascarán es una figura gigante de la música andina, pese a haber sido un hombre de pequeña estatura. José María Arguedas cuenta en un célebre artículo que el Jilguero entusiasmaba tanto a sus oyentes en los coliseos de los años cuarenta en Lima que éstos lo obligaban a repetir sus canciones innumerables veces, temiendo él que el cantante de endeble figura colapsara en el escenario. Cuando, a finales de los años cuarenta, el Jilguero llegó al disco, su fuerza interpretativa no disminuyó en absoluto. Al oír sus canciones uno puede disfrutar sin reparos su enorme vitalidad artística, en gran parte debido a que grababa sus canciones en directo, sin montajes en pistas como es común en la actualidad.

No hay mejor palabra para definir al Jilguero del Huascarán que la de cronista. Sus canciones encierran todas las facetas de la vida de los pueblos del Ande. Su canto ensalza la alegría, expresa el dolor, llora el amor perdido o la soledad del desamor, canta a los seres queridos, a la amada, a la madre o a los hijos, loa la naturaleza exaltando la majestuosidad de las montañas y los ríos, o la injuria cuando lamenta los desastres naturales que azotan los pagos remotos. Como todo buen cronista, el Jilguero también ha recogido el sufrimiento de su pueblo. Así, muchas de sus canciones están dedicadas a denunciar el maltrato y la injusticia que padece el hombre común de los Andes. Pero su canto no se conforma con ser denuncia, sino que, más allá de ello, se esfuerza por abrir nuevos caminos hacia un mundo nuevo: el canto del Jilguero es también un canto al futuro.

Sería injusto decir que el interés del Jilguero por sus semejantes se agotaba en dedicarles sus canciones o retratar su vida en sus versos. Movido por su afán de justicia para con los artistas andinos, el Jilguero jugó un rol de suma importancia en la organización sindical de los folcloristas en Perú. Tras largos años de trabajo gremial, el Jilguero ingresó en la arena política, llegando a ser miembro de la asamblea constituyente de 1979 y promoviendo la primera ley de preservación del folclor y de las lenguas indígenas.

Pero no se crea por ello que el Jilguero fue un tradicionalista. Tal vez mejor que ningún otro miembro de su generación, Ernesto Sánchez Fajardo supo dialogar creativamente con las corrientes musicales más disímiles, tanto con la tradición criolla costeña como con la tradición erudita europea, que aprendió del maestro italiano radicado en Perú, Alejandro de Bianchi; tanto con géneros de moda como el rock o la cumbia como con géneros provenientes de otras regiones del territorio andino. Su defensa del folclor jamás fue por eso una actitud discriminante y excluyente, sino por el contrario una fuerza integradora que, para decirlo en palabras de Arguedas, era capaz de vivir todas las patrias.

José María Arguedas recomendaba a sus lectores ir al Coliseo Nacional a escuchar al Jilguero y conocer el Perú nuevo que él creía se estaba forjando entonces en el país. Abusando de mi escasa autoridad, yo quisiera terminar estas líneas recomendándoles a los lectores escuchar las grabaciones del Jilguero del Huascarán. En ellas encontrarán la misma vitalidad que entusiasmara años atrás al escritor apurimeño en el coliseo limeño. No importa que el Perú nuevo no haya llegado todavía y que el Jilguero ya no esté más físicamente entre nosotros, pues sus canciones siguen sonando alegres y vigorosas como el cauce de los ríos que bajan por las cordilleras andinas y su presencia es tan fuerte como antaño sobre los tabladillos del coliseo. Escuchen las grabaciones del Jilguero del Huascarán y comprobarán que él, como Carlos Gardel, cada día canta mejor.