Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de mayo de 2011 Num: 847

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas

Lo conocido
Nikos Fokás

El terremoto y Japón
Kojin Karatani

No es maná lo que cae
Eduardo Mosches

Hablar de Leonora
Adriana Cortés entrevista
con Elena Poniatowska

Los volcanes de
Vicente Rojo

Carlos Monsiváis

El corazón more geométrico
Olvido García Valdés

Ordenar, Destruir
Sergio Pitol

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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Leñero, una academia para el dramaturgo completo

Vicente Leñero es uno de nuestros escritores con el registro literario más amplio, consistente e innovador de la segunda mitad del siglo XX. La diversidad de sus hallazgos y búsquedas lo coloca bajo la mirada de críticos de distintos ordenes genéricos que miran una parte de su obra omitiendo otra.

Escribo esta nota frente a su Teatro completo (tendría que llamarse Dramaturgia completa) que el Fondo de Cultura Económica ha editado en dos tomos, el segundo publicado hace unos días con poco más de seiscientas páginas, unas cincuenta menos que el primer volumen pero ambos apasionantes y conmovedores por lo que han significado en momentos fundamentales del teatro, su enseñanza, su montaje y representaciones, su capacidad de ponerse delante, detrás y en medio del hecho escénico, detrás y a un lado del demiurgo de la escena.

Me impresiona la desnudez de los dos tomos: empiezan con el teatro y con el teatro terminan. Sin presentaciones, sin fotos, sin la historia de sus montajes (la mayoría afortunados), sin la crítica y el comentario reunidos para explicar esa literatura, esa dramaturgia como atinadamente la llama.

Editores Unidos Mexicanos en su momento y ahora Ediciones El Milagro le han puesto el ejemplo al Estado en materia de ediciones de dramaturgia. Pero es muy valioso que el FCE edite estos sendos volúmenes de teatro porque sienta un buen precedente en una industria editorial que, en lo comercial, suele ser bastante mezquina y poquitera, apostando (así dicen los ejecutivos de las editoriales) a lo que ni siquiera es apuesta. Si bien Leñero se ha ido convirtiendo en una institución, ahora con su silla numerada en la Academia es imperativo que se defienda la edición del teatro desde la tribuna pública que representa el Fondo.

No es una obviedad decir que Vicente Leñero no es Carlos Fuentes y que no pensó una obra como La edad del tiempo. Él parece que procedió al revés y ahora se encuentra con ella. Nos toca pensarla a nosotros sus lectores, organizarla, discutirla, debatir y ensayar sobre ella porque tiene esas dimensiones sobre México, su historia, su política, su cultura y el orden de lo cotidiano religioso, como pasa con la empresa magna de Fuentes.

Creámosle a Leñero y pensemos que no lo sabía; que todas esas sabidurías se las fueron dando sus propios pasos sobre una realidad política y social que lo hacía empuñar el teatro como una herramienta de participación en el presente, de una eficacia que no pocas veces provocó que algunos poderosos quisieran ponerlo contra la pared y frente al paredón: Nadie sabe nada, que montó De Tavira, como siempre con sus rasgos aportadores en lo estético (el tema de la simultaneidad era el juego de entonces) y que puso de cabeza a una procuradora y su legión.

Para quienes conocemos y disfrutamos la obra de Leñero (en mi caso desde Los hijos de Sánchez y La mudanza, mucho antes de saber que Leñero era Leñero) y sabemos que su sabiduría, sus lecturas y su experiencia han sido selectivamente compartidas, es un placer ver en sus alumnos, en sus seguidores también, la impronta de una manera de ver el teatro que se ha consolidado en los últimos treinta años.


Pueblo rechazado

Hace algunos años conversé con Leñero sobre su pasión por el teatro y decía que “salté al teatro a mediados de 1968. Después de El garabato estaba paralizado. Siempre quise escribir teatro pero nunca lo había hecho. Siento que esa era mi verdadera vocación. No me atrevía porque estaba muy contaminado por las telenovelas. Cuando empecé Pueblo rechazado lo sentía como una telenovela espantosa. Apliqué mi experimentación formal de la novela en el teatro. La dramaturgia me ofrecía la objetividad que perseguía.” (M. A. Quemain, Reverso de la palabra, El Nacional, 1996).

Teatro Completo I y II permitirán un trabajo de conjunto sobre su obra. Su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, “En defensa de la dramaturgia”, sólo lo conocemos en partes. Valdría la pena que estuvieran disponibles tan valiosos documentos a través de la página de la Academia. Sobre todo éste, que plantea distinciones precisas sobre los alcances del director y el dramaturgo.

Me sorprende que Usigli sólo se consagrara en el mundo de las instituciones con el Premio Nacional de Letras. Me hubiera parecido emblemático que Leñero hubiera ocupado su silla en la Academia de la Lengua y que la ocupara también en El Colegio Nacional, tal vez su próxima y justa escala.