Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas
Lo conocido
Nikos Fokás
El terremoto y Japón
Kojin Karatani
No es maná lo que cae
Eduardo Mosches
Hablar de Leonora
Adriana Cortés entrevista
con Elena Poniatowska
Los volcanes de
Vicente Rojo
Carlos Monsiváis
El corazón more geométrico
Olvido García Valdés
Ordenar, Destruir
Sergio Pitol
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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Corporal
Manuel Stephens
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Felipe Garrido
Al Vuelo
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La Otra Escena
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Cabezalcubo
Jorge Moch
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Mester de junglaría, el oficio en la jungla
Recientemente la editorial morelense-independiente Eternos Malabares (que junto con la revista Mala Vida cumplen catorce años de actividades) amplió su Colección Mester de Junglaría y coeditó con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes seis títulos de gran calidad, a sabiendas de que es poco menos que imposible publicar en Morelos, y lo que se publica, salvo escasísimas excepciones, francamente no vale la pena. Un escrito que circula propone que los ciudadanos tengan injerencia en la elección del próximo director del Instituto de Cultura de Morelos. ¿No priva esta situación en muchos estados de la república? La cultura no es importante para muchos políticos (no generalizo), les da lo mismo asignar en el cargo a una bailarina que a un porro; el otorgamiento de becas a creadores cuyo único mérito es ser amigos de los jurados ha sido uno de los más vergonzosos y lamentables hechos, amén de la conformación de jurados que no cuentan con la mínima trayectoria para evaluar proyectos de creadores que los superan. Quien hable de esto será tachado de “ardido”. Pero como la cultura no es un banquete de saqueadores y ladrones, tenemos la responsabilidad de consignarlo. Podríamos, por ejemplo, preguntar a Martha Ketchum: “¿cuántos creadores están vetados en su administración por expresar con libertad su opinión?”, o “¿es necesario escribir repugnantes apologías, alabanzas y defensas de su persona para pertenecer a su congregación?” El peor autoengaño de un funcionario es creer que los recursos asignados a una institución son de su bolsillo.
En esta tesitura se publican los libros de una editorial que, contra viento y marea, ha realizado una férrea batalla para publicar y distribuir (ojo, libro sin distribución es libro inédito) sus ejemplares en la red nacional de Librerías Educal.
En poesía, el género menos socorrido en estos tiempos infames, encontramos Estancias, de Itzela Sosa, quien con la sonoridad de un lenguaje propio dice: “Hay quien toca la luz/ quien danza en la cumbre del instante/ Hay quien de golpe es capaz de acariciar el brillo/ en la voz más profunda de un amate.” Con Para un árbol amarillo, de Alma Karla Sandoval, la autora nos entrega un ejercicio de conciencia: “Ya entiendes porque no cesa el viaje en tus ojos/ cuando se levantan a llorar junto a las musas.” Carne de cañón, de Juan Díaz, novela prima de uno de los autores morelenses que dominan varios géneros. Díaz se reconoce heredero de la literatura de la Onda y “cabalga de un estilo a otro con severo desparpajo y una prosa desaliñada”. En Las palabras en la obra plástica de Cisco Jiménez, de Elizabeth Delgado, encontramos una serie de ensayos, de excelente factura, sobre la obra plástica de uno de los más sobresalientes artistas plásticos de Morelos. Quien diga que en Morelos no hay escritores se equivoca; a pesar de tanta simulación, sabemos que la literatura son textos, no prestigios, publicidades ni premiolitis.
Ilustración de Huidobro
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