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Arturo Álvarez-Buylla Roces
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a semana pasada se anunció el otorgamiento del Premio Príncipe de Asturias a Arturo Álvarez-Buylla Roces en la categoría de investigación científica y técnica. Nacido en México en 1958, el galardonado realizó sus estudios de licenciatura en investigación biomédica básica, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la que obtuvo la medalla Gabino Barreda, con la que se premia a los estudiantes con los más altos promedios. Al concluir sus estudios profesionales se trasladó a la ciudad de Nueva York, en los Estados Unidos, para realizar sus estudios de doctorado en la Universidad Rockefeller, los cuales concluyó en 1988, y se desempeñó en ella como profesor hasta 2000. Durante esos años buscó en varias ocasiones volver a México para desarrollar su trabajo de investigación, pero, como ocurre con muchos otros talentos científicos de nuestro país que intentan regresar, las puertas estaban… cerradas.

Actualmente se desempeña como profesor en la Universidad de California en San Francisco, en la que ha realizado los trabajos por los que ahora se le premia. En 2001, el científico mexicano planteó una nueva hipótesis unificada sobre el desarrollo de las células nerviosas. Durante mucho tiempo se pensó que las neuronas y las células gliales (consideradas por mucho tiempo elementos de sostén) se formaban sólo durante la etapa embrionaria y su producción (neurogénesis) cesaba a partir del nacimiento. Álvarez-Buylla mostró que las células troncales en el cerebro persisten incluso durante la etapa adulta, dando lugar a nuevas células nerviosas en algunas regiones cerebrales. Este trabajo se publicó en la prestigiada revista Nature Reviews.

En estudios posteriores, describió en detalle a estas células precursoras, como una subpoblación de células gliales, localizadas en zonas específicas de los ventrículos cerebrales, desde donde emigran hacia otros sitios, en particular hacia el bulbo olfatorio, siguiendo una vía específica. Sus estudios contribuyen a entender la plasticidad del sistema nervioso y abren posibilidades enormes para dirigir el desarrollo de nuevos elementos neuronales en regiones en las que en condiciones normales no lo hacen, con lo cual se podrán enfrentar en el futuro diversos padecimientos neurológicos, como él mismo describe en la oportuna entrevista realizada por Ángeles Cruz Martínez, publicada en esta sección (La Jornada, 26 de mayo de 2011).

Pero para hablar del investigador reconocido con toda justicia este año con el Premio Príncipe de Asturias resulta inevitable referirse a su familia. Lo hago con gran admiración y respeto. Arturo lleva el nombre de su abuelo paterno, Arturo Álvarez-Buylla y Godino, quien nació en Oviedo, España, y fue pionero en la aviación civil y militar en aquel país. Leal a sus convicciones y a la República, fue fusilado por el franquismo, al que siempre se opuso, en la provincia española de Ceuta, en marzo de 1937. Su abuelo materno, fue el abogado Wenceslao Roces, nacido en Soto de Agues, en Asturias. Comunista y republicano, fue ampliamente conocido en nuestro país por su labor académica e intelectual. Durante su exilio, fue profesor emérito de la UNAM y contribuyó a la difusión de numerosas e importantes obras de autores europeos; una de las más conocidas y trascendentes fue la traducción que realizó a la obra de Carlos Marx El Capital. Murió en México en 1992.

Los padres de Arturo, Elena Roces y Ramón Álvarez-Buylla, nacida ella en Madrid y él en Oviedo, fueron dos destacados investigadores, ejemplo de la invaluable contribución del exilio español al desarrollo de la ciencia en México. Tuve el privilegio de conocerlos en su laboratorio del departamento de Fisiología en el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, en el que don Ramón, como lo llamábamos cariñosamente algunos de los estudiantes (hace más de 30 años), era un auténtico tigre, lleno de vitalidad, creatividad y energía. Entre sus contribuciones (que no le han sido plenamente reconocidas) fue pionero en los estudios de la actividad de los receptores sensoriales (tanto a estímulos mecánicos como químicos), realizó impresionantes experimentos de sustitución de la glándula hipófisis por tejido de la glándula parótida con la recuperación de múltiples funciones, y sobre la regulación de la glucosa, entre muchos otros trabajos. Murió en México en 1999. Trabajó y publicó algunas de sus investigaciones al lado de su esposa Elena, quien siempre fue no sólo un apoyo, sino un elemento principal en el trabajo científico que se desarrollaba en ese laboratorio. Ella vive actualmente en México.

El Premio Príncipe de Asturias es considerado el Nobel de Iberoamérica. Desde su creación, sólo cinco mexicanos lo habían conseguido en el área de la ciencia y la técnica: Emilio Rosemblueth (1985), por sus contribuciones en la ingeniería antisísmica; Pablo Rudomín Zevnovaty (1987), por sus estudios en el campo de la neurofisiología; Marcos Moshinsky (1988), por sus aportaciones en la física nuclear teórica; Francisco Bolívar Zapata (1991), por sus trabajos en biología molecular y biotecnología, y Ricardo Miledi (1999), por sus descubrimientos sobre la transmisión sináptica. Este año se une a este elenco otro gran mexicano: Arturo Álvarez-Buylla Roces, quien lo recibirá en Oviedo, tierra de sus antepasados, junto con dos gigantes de las neurociencias: Joseph Altman y Giacomo Rizzolatti. A Arturo corresponde muy bien el dicho: “Hijo de tigre…”