Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de junio de 2011 Num: 849

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Entre el corrido y
la lírica popular

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Margit Frenk

Un muralista en la UAEM
Óscar Aguilar

Borges y el jueves
que fue sábado

Ricardo Bada

Con Borges en Ginebra
Esther Andradi

Borges en catorce versos
Ricardo Yáñez

Los halcones, cuatro décadas
Orlando Ortiz

Leer

Columnas:
Galería
Rodolfo Alonso

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Jodido poder jodido

Es preciso arrancar con el que acaso sea el más incontestable entre los infinitos axiomas del irrebatible Perogrullo, es decir, aquel según el cual la realidad supera a la ficción, para evitarse un bizantineo inane acerca de lo mucho o poco, cerca o lejos, fiel o infiel que puede ser apreciado todo aquello que nutre la trama de Bala mordida (México, 2009), ópera prima largometrajista de Diego Muñoz que en el reparto incluye a Miguel Rodarte, Damián Alcázar, Gustavo Sánchez Parra y Dagoberto Gama, entre otros.

Tiempos éstos poco propicios para el naturalismo urbano cuando quiere ser aplicado a la manifestación fílmica –puesto que la realidad actual no parece tener mejor ocupación que la muy persistente de empeorar–, evidentemente no favorecen una postura artística-creativa que se pretenda denunciante de situaciones censurables, anómalas, ilegales, condenables y punibles, como de hecho son prácticamente la totalidad de las que componen esta cinta. Como por desgracia es bien sabido, y por más desgracia ya estamos acostumbrados, nuestra cotidianidad se la pasa rebasando, a toda velocidad, hasta la más osada de las versiones y reelaboraciones literarias, cinematográficas, dramatúrgicas, etecé, especialmente cuando se trata de abordar su flanco de corrupción y violencia. “A mí no me alcanzan, cabrones”, pareciera decir la descomposición social que padecemos, de modo que toda interpretación pareciera estar apriorísticamente condenada a quedar en mero y tibio intento, en bosquejo para siempre incompleto.

Puede que así sea, pero desde luego eso no significa que deba ser abandonado todo ejercicio de traslado realidad-ficción, y menos si el primero de los términos de dicho binomio lacera, ofende y avergüenza. Tratándose, como se trata en este país, de un problema con rostro de atavismo, máscara de universalismo y antifaz de inveteración, el verdadero riesgo para una filme como Bala mordida no es, como querría el simplismo, “verse ingenuo” si se compara su trama con la sección policíaca –y en tiempos recientes la sección política, si alguien todavía puede diferenciarlas claramente– de cualquier diario cualquier día; el riesgo no es tanto “quedarse corto” sino pretender una omnisciencia que se sabe inalcanzable: imposible meter, en las dos horas promedio de un largo de ficción, absolutamente todo lo que puede suceder y de seguro sucede en términos de corrupción policial mexicana.

Desde esa perspectiva se aprecia mejor el principal acierto de esta cinta de nombre afortunado: todo lo circunscribe a Ciudad de México, concretamente al cuerpo capitalino de policía, específicamente a un sector en particular y, aún más pormenorizado el abordaje temático-dramático, a un grupo de oficiales que tienen a su cargo cierta zona geográfica del sector al que están adscritos. Delimitado desde la secuencia inicial el microcosmos dentro del cual ha de suceder la historia, Muñoz elimina la “necesidad” de generalizaciones y procesos inductivos explícitos, y con ello se ahorra el riesgo de caer en grandilocuencias narrativas de ésas que se desinflan como globos viejos. De mucha mayor importancia que ensayar una denuncia que no denunciaría nada porque todos conocemos, y de sobra, todo eso que vemos que sucede –sobornos al por mayor, narcomenudeo tolerado y asistido por la policía, lenonismo, venalidad, asociación delictuosa intra y extra institucional, más un interminable etcétera–, el director y guionista acierta cuando decide poner el acento en la manera insidiosa, corrosiva e implacable que tienen las costumbres, lo consabido, lo que se da por hecho, para pudrirle alma y actitudes al corrupto. Engranes desechables que se creen piezas insustituibles mientras forman parte de la maquinaria, los corruptos –y entre ellos la “pinche gente jodida” a la que sin morderse la lengua alude el policía tercero Hernández– no están haciendo otra cosa que no sea reproducir, a su jodida escala, los mismos vicios, la misma mendacidad y la misma ambición material de otros jodidos a otra escala, que no son ni menos jodidos ni menos corruptos por el hecho de tener más posesiones.

En lo anterior, curiosa aproximación en big close up al extremadamente mezquino ejercicio del poder a ras de calle, con todas sus miserias y sus (des)vergüenzas y babas y pestilencias, consiste la verdadera propuesta de Bala mordida, y a este sumaverbos le da por pensar que no está mal ni de sobra echar un ojo a una de nuestras más inveteradas simas sociales, dejando de lado el argumento facilón de que ya sabemos cómo es todo eso.