18 de junio de 2011     Número 45

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Alfonso Contreras

Rumbos opuestos
de manzanas, perros, leyes y soberanías

MM

El Mercedes rojo resplandece bajo las luces mientras espera a su dueño frente al Alexander´s Cafe de Santa Cruz, Bolivia.

–¿Y no habría forma de que el derecho campesino al “buen vivir” incluyera autos como este?, dice MM con socarronería y marcando las comillas con los dedos.

Acabamos de cenar y vamos camino del hotel. En la sobremesa Edson, que viene de Brasil; Francisco, que llegó de Ecuador, y yo, que soy el mexicano, nos hemos enterado, entre otras cosas, de lo injusto que le parece a MM que su primo gane un platal trabajando con horario fijo en una compañía petrolera, mientras que ellos –los pequeños agricultores de Río Negro– se matan en el laburo día y noche y a veces no sacan ni para comer.

MM viene de Neuquén, en el sur de Argentina, donde cultiva una pequeña pero bien cuidada huerta de manzanos: presume que tiene unos mil arbolitos por hectárea, lo que es mucho. La cosecha se vende por volumen y también por pieza en un localito a borde de carretera donde igualmente puedes encontrar los dulces que hace la familia con la fruta caída. Pero los manzanos cada vez dejan menos y cada vez piden más, de modo que cuando MM trabajó en una empacadora casi todo su sueldo lo invirtió en la huerta.

Además de los Mercedes descapotables, a MM le gusta cultivar manzanas –“las más dulces de la región”– y por sobre todas las cosas ama a sus perros: tiene 20.

Se llama Mariana Marini, y lo de MM se lo pusieron en la escuela a pesar de que es delgada y morocha. Vino al Seminario sobre Desarrollo Rural y Economía Campesina Indígena en representación de una federación de agricultores familiares argentinos y está sorprendida por el intenso comunitarismo y pachamamismo discursivos de los campesindios andino amazónicos predominantes en la reunión.

–Nosotros somos más individualistas –reconoce sin ambages–. Pero igual cuidamos la tierra y también estamos organizados.

MM tiene veinte años y representa a las fuerzas básicas de su Federación.

–Cuando mis padres me llevaban a las reuniones, me daba cuenta de que siempre se discutía lo mismo, siempre se acordaba lo mismo y nunca pasaba nada. Entonces nosotros, los pibes, pensamos que algunas ideas nuevas no vendrían mal. Y decidimos reanimar la sección juvenil de la Federación que ya criaba telarañas.

A la luz del protagonismo que se han ganado a pulso las comunidades andino-amazónicas y mesoamericanas, agricultores familiares como MM parecieran anomalías, excepciones. Pero no; los productores pequeños y medianos del continente son tan numerosos, representativos y aferrados como los hoy lucidores campesindios.

Portavoz en el Seminario de la extendida y perseverante agricultura doméstica, MM es también alentador ejemplo de que entre los jóvenes rurales aún se gestan sólidas vocaciones campesinas. Vocaciones que en este caso han ocasionado un conflicto familiar.

Y es que MM y sus dos hermanas no están de acuerdo con que su único hermano varón quede al frente de la huerta, ahora que el padre ya no puede trabajar igual que antes por un problema de espalda que le vino de tanto trajinar en el tractor. Ellas son agricultoras familiares –dicen– y quieren seguir con sus manzanos y sus perros, no importa que el primo de la petrolera trabaje menos y gane más.

BJ

–Era un pueblo rabón. Veinte familias escasas. No había iglesia, no había comercios, menos escuela… La verdad es que ahí no había nada.

Ya mayor y exitoso profesionista, BJ rememora sus rústicos días de infancia. Y los recuerda quizá con afecto y cierta ternura pero sin añoranza.

Como la familia de Mariana, el papá de BJ – que era viudo– vivía de vender fruta. Pero en uno de sus viajes a la capital cayó muerto en un corredor del palacio de gobierno. Así, desde muy pequeños BJ y sus hermanos quedaron huérfanos, primero a cargo de sus abuelos y después de un tío.

De niño BJ trabajaba en el campo, como todos.

–Pero esa vida se me hacía corta y el pueblo me quedaba chico. Quería conocer otros lugares, otras gentes; ver otros mundos. No quería seguir por siempre de campesino, mi ambición era vivir en una ciudad y de ser posible estudiar una carrera.

Por fortuna, una de sus hermanas se le había anticipado yéndose a la capital del estado donde trabajaba de sirvienta. De modo que cuando BJ cumplió 12 años y decidió marcharse a la ciudad, tenía a donde llegar.

En la capital se ocupó en varios oficios y aprendió a leer y escribir casi por su cuenta hasta que lo admitieron en un Instituto donde podía estudiar leyes.

–Como los maestros eran de ideas avanzadas y a los estudiantes nos veían pobres y la mayoría bajados del cerro, la gente dizque decente decía que el Instituto era una casa de putas y que los alumnos éramos herejes y libertinos…

Y seguramente los oaxaqueños racistas le han de haber dicho también indio patarrajada y pelos necios, pues aun trajeado y con la negra cabellera minuciosamente aplacada, a BJ se le nota a leguas lo zapoteca.

Habiéndose recibido de abogado, BJ consiguió trabajo y por algunos años le fue bien. Digamos que para ser indio, pobre y migrante, le fue muy bien. Pero en la de malas tuvo que salir por piernas dejando atrás a la familia y, como tantos, terminó en la frontera con Estados Unidos. Ahí anduvo a salto de mata entre Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León.

Por unos meses BJ se estableció a orillas del Río Bravo, en un pueblito que entonces conocían como Paso del Norte. Y gracias a que ahí vivió, hoy Paso del Norte se llama Ciudad Juárez…

–¡No me cuente! Mejor no me cuente de cómo está ahorita esa ciudad. Prefiero recordar Paso del Norte como era antes…

*

MM y BJ. Dos jóvenes campesinos con vocaciones divergentes pero igual de plausibles.

Si Benito Juárez no hubiera decidido largarse de Guelatao y hacer su vida en la ciudad, es posible que las Leyes de Reforma se hubieran demorado y sin duda el imperio de Maximiliano habría durado un poco más. Pero sin mujeres como Mariana Marini, empeñadas en que los manzanos sigan floreciendo, este mundo sería un peor lugar para vivir.