Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de junio de 2011 Num: 850

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gonzalo Rojas revisitado
Juan Manuel Roca

Un café en España con Enzensberger
Lorel Manzano

Juan Rulfo en Cali
Eduardo Cruz

El Guaviare. ¿Dónde concluye y comienza
La vorágine?

José Ángel Leyva

Con los ojos del paisaje
Ricardo Venegas

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Germaine Gómez Haro

Panorama del neomexicanismo en el MAM

A principios de los años ochenta surgió en nuestro país una generación de artistas predominantemente plásticos que buscaron reivindicar el ejercicio de la pintura frente a los conceptualismos de los setenta. Esa tendencia formó parte del neoexpresionismo postmoderno internacional que marcó esa década y cuyos ejemplos más conocidos son la Transvanguardia italiana y los Nuevos Salvajes alemanes, movimientos que, de alguna manera, tuvieron un eco importante en toda la generación de artistas mexicanos ochenteros. Estos artistas volcaron su mirada principalmente hacia la cultura popular urbana y rural para desentrañar los valores intrínsecos de la identidad mexicana a través de una relectura y reinterpretación del pasado indígena y colonial, y de la búsqueda, cuestionamiento y reafirmación de las identidades nacionales –y personales, de ahí también la búsqueda de la “identidad gay” mediante la exploración del cuerpo como tema fundamental en algunos creadores emblemáticos de esa época.

En 1987, Teresa del Conde escribió en el periódico unomasuno el artículo titulado “Nuevos mexicanismos“, a partir del cual se acuñó el término “neomexicanismo” para referirse a esta corriente que, más que un movimiento definido, devino en un fenómeno “incidental“, como ella misma lo percibió en su momento. El neomexicanismo, siguiendo algunas de las premisas del postmodernismo, se sirvió de la hibridación, el reciclaje, el pastiche y la apropiación libre de imágenes y clichés provenientes del pasado, para recontextualizarlos en lenguajes plenamente contemporáneos. Así surge una estética kitsch, a través de la cual los artistas recurrieron a la sátira, la parodia y la irreverencia, para desarticular los clichés de la alta y la baja cultura, y abolir la solemnidad de conceptos como la Historia –con H mayúscula– a partir del ensalzamiento de la frescura del pueblo frente al anquilosamiento de la burguesía y las incongruencias de la cultura oficial. En el Museo de Arte Moderno (MAM) se presenta la exposición ¿Neomexicanismos? Ficciones identitarias en el México de los ochenta, una amplia muestra que reúne pintura, escultura, fotografía y algunos registros de performance y videos realizados en esa década marcada por la eclosión cultural.

En el texto de 1987 mencionado líneas atrás, Teresa del Conde escribió lo siguiente a propósito del grupo de neomexicanos: “Ojalá que continúe así: gestándose y proponiendo sin pretender entronizar un nacionalismo más susceptible de ser visto desde afuera como la esencia de lo netamente mexicano actual”, observación aguda que devino premonitoria de lo que sucedería poco tiempo después: el afán mercantil se apropió de esta retórica oportunista para convertir el neomexicanismo en un producto de comercialización extrema y de exportación de una imagen nacionalista moderna, que fue manipulada para coincidir con los años dorados del salinismo que nos hizo creer en la construcción de un país primermundista. Por supuesto, nunca fue así. Con el paso del tiempo se constató que los precios de muchos de estos artistas se desinflaron al mismo tiempo que nuestra economía, y tristemente algunos de los creadores más propositivos de los ochenta quedaron varados en una narrativa que pasó de moda tan rápido como llegó a la fama. Esta exposición reúne una buena selección de obras representativas de esa época, como Germán Venegas, Alejandro Arango, Dulce María Nuñez, Adolfo Patiño, Rocío Maldonado, Esteban Azamar, Nahum B.  Zenil, Julio Galán, Eloy Tarcisio, entre muchos otros. La curaduría me parece acertada, aunque el afán de incluir piezas del acervo del MAM en ocasiones resulta limitante, como es el caso de Arturo Guerrero, cuya pintura El Hálito, Ritual de 1995 no corresponde a la época en cuestión, independientemente de que sea una buena pieza. Arturo Guerrero y su pareja artística Marisa Lara fueron sobresalientes representantes del neomexicanismo ochentero (Ídolos del pueblo, 1984, por ejemplo) y una imperdonable omisión es no haber incluido el trabajo de esta espléndida artista en la muestra. Con la distancia de treinta años, considero que esta revisión dará lugar a discusiones oportunas acerca del lugar que ocupa el neomexicanismo en el arte mexicano de fines del siglo XX, tachado en tantas ocasiones de provinciano, folclorista, decorativo y comercial en extremo. Es una corriente que corresponde al contexto sociopolítico del que surgió y cuya mayor relevancia es, desde mi punto de vista, que generó una estética que, con sus variantes e innovaciones, sigue siendo un cariz importante en el arte mexicano contemporáneo imbuido en la globalización.