Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de junio de 2011 Num: 850

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gonzalo Rojas revisitado
Juan Manuel Roca

Un café en España con Enzensberger
Lorel Manzano

Juan Rulfo en Cali
Eduardo Cruz

El Guaviare. ¿Dónde concluye y comienza
La vorágine?

José Ángel Leyva

Con los ojos del paisaje
Ricardo Venegas

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
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Cabezalcubo
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Un café en España con Enzensberger

Lorel Manzano

Cuando el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger se trasladó a España para realizar la investigación en torno a Buenaventura Durruti, era consciente de que perseguía el espectro de un fantasma, el mito de un hombre arraigado en la cultura popular. Enzensberger aguzó el oído, se atuvo al relato de personajes anónimos en una reconstrucción que pendía casi por completo de la tradición oral. No podía ser de otro modo: la vida de Durruti se desarrolló bajo la sombra de la clandestinidad y la persecución, no dejó obras completas, no dictó sus memorias y existen muy pocos documentos que contengan sus palabras. Quizá por eso, el papel de Durruti en la revolución española se encuentra en la otra historia, aquella que sólo pertenece a quienes vivieron El corto verano de la anarquía, título con el cual Enzensberger presenta este collage de voces y al cual añade el subtítulo de Vida y muerte de Buenaventura Durruti.

El texto, publicado en 1972 y presentado en español por Anagrama en la colección de Panorama de narrativas, conserva la estructura original con la que fue concebido: como un documental solicitado por la radio de Colonia para la televisión. ¿El resultado? Una biografía poco convencional, estructurada con recursos provenientes de la novela fragmentaria, el documental, el ensayo. Enzensberger se apoya en discursos, cartas, biografías, relatos de viajes, memorias, boletines clandestinos, pero sustancialmente en la entrevista. El escritor alemán no teme presentar versiones distintas del mismo hecho; es conciente de que las contradicciones son inherentes a la tradición oral y así asume el riesgo, haciendo de él un método, pues llevar esas contradicciones al lector implica una lectura activa: “leer aquí significa diferenciar, juzgar y tomar partido” en torno a este hombre y sus circunstancias.

Circunstancias muy aciagas para el movimiento obrero, exclamó uno de los hombres, dio un sorbo a su café y encendió su pipa. Enzensberger se quedó esperando algo más; sin embargo, el narrador guardó silencio. La tarde era calurosa pero un airecillo ligero recorría las calles, arrastrando el aroma a primavera y a café recién molido. Enzensberger encendió un cigarrillo. ¿Dónde nos quedamos? Durruti luchó por la revolución desde muy joven. Había participado en barricadas, asaltado bancos, arrojado bombas y secuestrado jueces. Fue condenado a muerte tres veces: en España, Chile y Argentina. Pasó por innumerables cárceles y fue expulsado de ocho países… ¡Vamos mal!, alguien interrumpió la descripción. Empecemos por el principio: Durruti nació en León en 1896, en el seno de una familia pobre y numerosa. Cursó la primaria, después estudió por breve tiempo con los padres capuchinos y desde los catorce años trabajó como obrero metalúrgico. Tras la huelga general de 1917, en la cual participó activamente, se exilió en París. Fue el primero de muchos exilios. Tres años después, cuando regresó a España, se afilió a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que era el sindicato anarquista de obreros. En aquellos años la represión era tremenda: los empresarios, las autoridades y el cardenal Zoldevila organizaron un grupo de matones, conocido como los Pistoleros, que se encargaba de asesinar e intimidar obreros. En respuesta, la CNT creó el grupo de los Solidarios, un brazo de acción capaz de enfrentar la violencia con violencia. En 1923, el dictador Miguel Primo de Rivera subió al poder en extraña alianza con Alfonso XIII e inmediatamente la CNT pasó a la clandestinidad, muchos de sus miembros fueron encarcelados o asesinados. Durruti, acompañado por dos compañeros, logró huir a Sudamérica…


Columna de anarquistas armados que luchaban por la República junto con Durruti

Enzensberger comprendió la emoción del narrador, su repentino silencio, pero el hombre, después de hurgar en sus recuerdos, volvió a la conversación de café con la mirada alegre: éramos ingeniosos, agregó, y continuó donde se había quedado. Enzensberger soltó el humo de su cigarrillo, miraba y remiraba al narrador sin encontrar en ese rostro el típico gesto del revolucionario derrotado o desencantado, tampoco existía en él la amargura del intelectual ramplón que no entiende la diferencia entre Marx y Stalin. El viejo es fuerte, pensó Enzensberger, no vive del pasado, no se autocompadece ni se arrepiente. De pronto, se levantó una algarabía de voces, todos deseaban contar su experiencia, describir aquellos años previos a la Guerra civil. Hubo de todo: huelgas, boicot, sabotaje, rebeliones que de inmediato abolían la propiedad privada, pero también hubo asesinatos, represión militar, detenciones arbitrarias, encarcelamientos, ¡deportaciones masivas hacia África!

Mientras el escritor alemán escuchaba a los narradores, se preguntaba sobre los orígenes del anarquismo español. Una rápida secuencia de ideas atravesó su mente: la llegada de Giuseppe Fanelli a Madrid, el éxito de la doctrina revolucionaria entre los trabajadores rurales e industriales; comunidades donde privaba la autogestión y para las cuales el capitalismo era extraño y superficial.

¿Cuál era la situación de la CNT previa al golpe de Estado? Difícil, ¡pero la situación de los obreros siempre había sido difícil! Sin embargo, la CNT contaba con algo que los partidos ni soñaban: más de la mitad de la población obrera y campesina del país estaba afiliada a la CNT. En las elecciones de febrero de 1936, la socialdemocracia se alió con el partido comunista en el Frente Popular para combatir a la ultraderecha. Pidieron el apoyo de la CNT en la contienda electoral, a cambio liberarían a 30 mil presos anarquistas. El dilema: o votaban por los partidos que antes los habían traicionado y perseguido, o se prepararían a enfrentar solos a Francisco Franco. Durruti lo resolvió en un discurso: “Estamos ante la revolución o la guerra civil. El obrero que vote y después se quede tranquilamente en su casa, será un contrarrevolucionario. Y el obrero que no vote y se quede también en su casa, será otro contrarrevolucionario.” Los obreros acudieron a votar a favor del Frente Popular. Franco se preparó para el golpe de Estado.

La madrugada del 19 de julio, una multitud de obreros barcelonenses se sumaron de manera espontánea al convoy de los anarquistas que marchaban a enfrentar a los militares. Eran obreros del gas y químicos, de las fábricas de papel, metalúrgicos, textiles, ferroviarios, gitanos, peones, desempleados, basureros. Dos días después, los obreros derrotaron a los golpistas atrincherados en el cuartel de Atarazanas. El recuento: Barcelona y toda Cataluña estaba en manos de los trabajadores. Había comenzado el corto verano de la anarquía.


Un miliciano de la columna Durruti en las trincheras de Madrid

Llegó la tercera ronda de cafés, se encendieron los cigarros, una pipa. Había caído la tarde y los narradores anónimos se interrumpían con más frecuencia para dar su versión de los hechos. Enzensberger se esmeraba por mantener el orden secuencial del relato: derrotados los golpistas en Barcelona, se inició la tarea política de negociación entre las distintas fuerzas. Por un lado, estaban los comunistas, socialdemócratas y pequeños partidos liberales de izquierda que pretendían restaurar la República y, por otra parte, los anarquistas, apoyados por el pueblo, que peleaban por una revolución social, profunda y de largo alcance. ¿Entonces, cómo participaron los anarquistas en el poder? No lo hicieron. Se planteó el problema, se armaron las discusiones pero ahí se estancaron. ¿Que cómo fueron los días en que reinó la anarquía en España? Al principio fue caótico, se abrieron las puertas de las prisiones, hubo quema de iglesias, persecución de curas, saqueos, pillaje. Sin embargo, en menos de una semana se estableció un nuevo orden: se pusieron en marcha las fábricas, convertidas ahora en un bien social, los conventos se volvieron escuelas, los comités obreros sesionaban en las mansiones, se distribuyeron los alimentos con los cuales especulaban los grandes comerciantes, casi toda la rama productiva se sociabilizó, incluyendo las firmas extranjeras. A finales de julio marcharon las tropas a enfrentar al fascismo que tenía en su poder Zaragoza y Pamplona, donde había importantes arsenales, así como fábricas de municiones.

Enzensberger preguntó si Durruti tenía verdadera conciencia de su situación. ¡Uno de los narradores aseguró que Durruti era consciente de los peligros!: hacia dentro estaban los comunistas; al frente se levantaba el horror de la dictadura apoyada por el fascismo alemán e italiano, y desde fuera, la URSS deseaba intervenir en la revolución española para manipularla. ¡Sólo un loco aceptaría librar una lucha condenada al fracaso! Era cierto, pero el líder anarquista confiaba en la fuerza del pueblo y no se equivocó… ¡Yo estuve el día en que salió la columna Durruti!, exclamó un narrador, todo el mundo quería estar en el frente con él, era algo realmente impresionante: un barullo de uniformes, voluntarios de todas partes del mundo, ropas multicolores y heterogéneas. Nunca se supo realmente cuántos obreros se ofrecieron de voluntarios para integrarse a la milicia anarquista, se habló de cien mil enlistados en menos de diez días en la columna Durruti, la cual fue creciendo en el camino, se hizo legendaria, concluyó el narrador con la expresión de quien paladea un instante magnífico perdido en el tiempo.

Sin embargo, mientras los anarquistas le arrancaban a Franco poblados aragoneses cercanos a Zaragoza, el gobierno de la retaguardia representado por el comunista Largo Caballero llamaba al respeto a la propiedad privada, pedía disciplina militar en el frente; a pesar de la postura antiautoritaria y horizontal de los anarquistas, hacía propaganda a favor de la República y limitaba cada vez más el abasto de armas en el frente. La cuestión del armamento fue determinante.

La exaltada discusión en el café español le permitió ver al escritor alemán las fisuras por donde se desgarró el sueño de la anarquía. Aquel verano, los anarquistas se entramparon en una coalición con sus enemigos hereditarios. Luchaban al lado de los grupos que poco antes habían organizado su aniquilamiento; se debatían en un ataque ofensivo a favor de un reparto justo de la riqueza. En cambio, la guerra de los republicanos era defensiva: sólo deseaba volver al orden anterior. Las contradicciones en el propio campo eran irreconciliables. Los anarquistas carecían de la tradicional cautela de los marxistas. Los dirigentes de la CNT-FAI no eran corruptos, esto es evidente. La mayoría de ellos eran obreros, la organización no les pagaba, eran todo lo contrario del jerarca, del capitulador o del burócrata. Pero la moral incondicional que se exigían a sí mismos y al movimiento contribuyó a su ruina, pues se volvió contra ellos en forma de dudas corrosivas y escrupulosas demoras tan pronto como se les exigió que dieran el primer paso táctico en el camino al poder.


Durruti entre colaboradores de la CNT

¿Y Durruti? Fue asesinado por la espalda. Llegado a este punto, los personajes anónimos cayeron en contradicciones, daban versiones distintas del mismo hecho, sospechaban de los otros, culpaban el descuido de los propios, no sabían la verdad, la conocían a medias o apenas la sospechaban. Sólo por la espalda pudieron asesinar a ese hombre que había desempeñado un papel decisivo durante los días en que una verdadera, profunda revolución social era posible. Durruti había utilizado todas sus fuerzas para desarticular la maquinaria que esclavizaba a la clase trabajadora, y lo hacía a golpe de martillo, no conocía otra forma; en esencia era un obrero, uno como tantos hombres que desde su nacimiento no habían experimentado sino el dolor de la miseria.

Entró la noche, en el café se veía cada vez menos gente y el viento recorría las calles ahora solitarias. Cesó la voz colectiva. Enzensberger cerró su libreta de anotaciones y encendió otro cigarrillo. Desde un principio era consciente de que perseguía el espectro de un fantasma, cuya existencia fue completamente absorbida por su papel social. Cuando se marchó, dejó tras de sí el vago eco de conversaciones en un café español.