Sociedad y Justicia
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En 5 años, las universidades del país tramitaron 381; en 2010 la Universidad de California pidió 306

Ínfimo registro de patentes ante el desinterés de la IP en ciencia

Las empresas evitan arriesgarse y sólo se involucran cuando ya hay un producto listo: expertos

 
Periódico La Jornada
Miércoles 22 de junio de 2011, p. 45

Aun cuando las universidades mexicanas, en particular las públicas, realizan una importante contribución al desarrollo científico del país, el sector industrial ha mostrado gran desinterés para traducir dicho conocimiento en nueva tecnología. Muestra de ello es el bajo número de patentes tramitadas por las instituciones de educación superior: sólo 478, de 2006 a 2010.

Un análisis de la Dirección General de Evaluación Institucional de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e información del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) revelan que en casi dos décadas (de 1991 a 2010), universidades –públicas y privadas– del país sólo han tramitado mil 245 patentes.

Especialistas agregan que otras causas de la raquítica producción de dichos registros de las casas de estudio son: baja inversión gubernamental en ciencia y tecnología, déficit de las universidades para generar entre sus científicos cultura de la protección a la propiedad intelectual y que los sistemas de estímulos económicos y académicos para los investigadores nacionales privilegian la publicación de artículos por sobre la transferencia de conocimiento.

Las estadísticas del IMPI señalan que de las 14 mil 576 patentes solicitadas en México durante 2010, sólo 951 (6.5 por ciento) pertenecen a connacionales, y de ese total, únicamente 137 corresponden a las universidades, lo que representa 0.93 por ciento.

Trabajo duro con presupuesto público

La vinculación entre el sector productivo y las universidades se dificulta aún más debido a que entre ambos existe una relación muy desigual, donde las primeras hacen el trabajo duro con presupuesto público, y las segundas únicamente quieren utilizar su capital para adquirir desarrollos tecnológicos ya hechos, sin riesgos y a buen precio.

Emilio Sacristán Rock, académico de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Unidad Iztapalapa, y autor de 20 patentes en México y Estados Unidos, señala que las empresas se involucran en el desarrollo tecnológico en etapas muy tardías, cuando ya hay un producto listo para lanzarse al mercado y sólo se necesita una buena estrategia comercial.

Para Roberto Rodríguez, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, la iniciativa privada (IP) mexicana prefiere importar tecnología ya desarrollada que producirla, con el argumento de que es más económico.

Afirma que, en parte, el reducido número de patentes generadas por las universidades mexicanas tiene que ver con la baja demanda de éstas por las empresas nacionales. Si no existe un socio industrial dispuesto a arriesgar capital para comercializar la patente, crearla y mantenerla, es costoso. Crear patentes sólo por crearlas no tiene sentido.

La diferencia de producción de estos registros entre las universidades del país y sus pares de naciones desarrolladas es abismal: en cinco años, las seis instituciones de educación superior que más patentan en México sumaron 381 solicitudes, cifra apenas superior a las 306 que sólo en 2010 tramitó la Universidad de California.

Las cifras del IMPI arrojan que de 2006 a 2010, el Instituto de Estudios Superiores de Monterrey presentó 147 solicitudes; la UNAM, 90; el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav), 44; la UAM, 38; el Instituto Politécnico Nacional (IPN), 34, y la Universidad Autónoma de Nuevo León, 28.

Producción lejana de lo que hacen casas de estudio de Japón, Estados Unidos y Corea del Sur. De acuerdo con la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), dependiente de la Organización de las Naciones Unidas, el número de patentes solicitadas en 2010 por el Instituto Tecnológico de Massachusetts fue de 145, mientras las universidades de Texas, 130; Columbia, 91; Florida, 107; Harvard, 91; Tokio, 105, y la Nacional de Seúl, 86.

El vicepresidente de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), José Franco, considera que la falta de vinculación entre empresas y universidades es como sembrar en el desierto: Tienes semillas potenciales para generar cosechas jugosas, pero la tierra no sirve.

En muchas ocasiones –dice–, la falta de vinculación con el sector productivo provoca que las patentes no lleguen a la aplicación, y el costo (en tiempo, dinero y esfuerzo) que implicó conseguirla se tira prácticamente a la basura.

En el diagnóstico La competitividad en México. Alcanzando su potencial, elaborado por el Banco Mundial (BM) a petición del gobierno mexicano, se indica que el sistema de innovación del país registra un desempeño que lo ubica por debajo de otras economías con su mismo nivel de ingreso.

El BM afirma que existe una participación insuficiente del sector privado en las actividades de innovación. Las empresas mexicanas invierten poco más de 0.1 por ciento del PIB en investigación y desarrollo, en comparación con el 1.5 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), 0.4 que destinan las compañías en Brasil, 0.3 las chilenas y 0.8 las chinas.

Además de la falta de vinculación entre universidades y empresas, el ínfimo número de patentes en México se debe a la falta de recursos económicos que el gobierno dedica para llevar adelante experimentos largos. Alberto Ruiz Treviño, director de Investigación de la Universidad Iberoamericana, recuerda que México únicamente dedica a la ciencia 0.34 por ciento del PIB, mientras los países industrializados le otorgan hasta el 3 por ciento.

Para incrementar el número de patentes, cada universidad debe aplicar una política específica dirigida a ese fin, en la que también se motive a los investigadores a producirlas, además de contar con una legislación federal que permita la vinculación ágil e inmediata, considera José Franco.

El titular de la Coordinación de Innovación y Desarrollo (CID) de la UNAM, Jaime Martuscelli, asegura que deben rediseñarse los programas de estímulos académicos, como el Sistema Nacional de Investigadores o el PRIDE de la UNAM, para que no sólo se ponga énfasis en la publicación y formación de recursos humanos, sino también en la transferencia científica. El año pasado nuestros científicos presentaron 29 solicitudes de patente, contra 3 mil artículos. En muchos de nuestros académicos existe la noción de que es incompatible publicar y patentar. Esto es un mito, las dos acciones pueden ser congruentes.

Preocupados por publicar

El que los investigadores mexicanos obtengan la mitad o más de su salario por los estímulos, los obliga a preocuparse por publicar y dejan de lado la colaboración con la iniciativa privada, subraya Jorge Luis Solleiro, director de Vinculación de la máxima casa de estudios.

Otra de las razones que han impedido la vinculación efectiva entre las universidades y el sector privado es la visión tradicional de las casas de estudio como centros que únicamente deben abocarse a la docencia y la investigación individual, afirma Emilio Sacristán.

Por mucho tiempo hemos considerado a las universidades simplemente como escuelas, y no se reconoció que un trabajo fundamental es el desarrollo y validación de nuevos conocimientos.

El esquema que rige actualmente a los científicos, apunta el inventor Dimas Jiménez, los obliga a tener al menos 10 publicaciones anuales. Se les exige demasiado y no se les da tiempo para pensar en patentes. Hay un divorcio entre la ciencia pura y el patentamiento.

Privilegiar los artículos por sobre el trabajo de innovación, señaló el ingeniero químico –quien ha solicitado 13 patentes por su cuenta–, incluso va directamente contra la obtención de nuevos inventos e ideas.

Si tú publicas algo, pueden darte la vuelta y desarrollarlo por su cuenta. Son un mal necesario y no nos conducen a nada. Según mi experiencia, 80 por ciento de los artículos no llegan a buen término ni hacen que el investigador gane dinero por ellos.