Opinión
Ver día anteriorSábado 25 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Regímenes híbridos
U

na parte significativa de las sociedades democráticas enfrenta hoy un dilema particular. En Estados Unidos (EU) como en Italia o en Francia, el Estado de excepción convive (deformándolo) con el Estado de derecho. En Estados Unidos, las leyes para responder al terrorismo decretadas desde 2004 cancelaron libertades civiles esenciales. En Italia y en Francia, los gobiernos de Berlusconi y Sarkozy han recurrido a medidas y dispositivos anticonstitucionales para hacer frente a la migración. En México y en Colombia, en aras de combatir al crimen organizado, se han cancelado las garantías individuales en vastas zonas de ambos países.

¿Qué pueden tener en común planos, discontinuidades y corrugamientos tan disímbolos del régimen de derecho? La respuesta no es sencilla pero si intuible: la desterritorialización de los sujetos de la política, los flujos de la globalización. Lo que en EU se llama terrorismo es la reacción de una franja del Islam a la expansión estadunidense en el mundo árabe: la guerra como retro-virus. Italia y Francia representan, como la mayor parte de los países europeos, centros inevitables de migración para los países periféricos. México y Colombia son hoy naciones desbordadas por los tráficos de armas, órganos, drogas, lavado de dinero y seres humanos. Cierto, nunca es fácil dirimir hasta qué punto medidas destinadas a preservar la seguridad nacional deben o no cancelar libertades civiles. Un problema que, por cierto, es tan antiguo como la Revolución Francesa, cuando Robespierre decretó la primera versión de un estatuto de seguridad nacional para defender al nuevo orden de la amenaza que le imponían las monarquías europeas.

Pero la pregunta es si se trata de un fenómeno transitorio (todo régimen de excepción se presenta siempre como transitorios, hasta que el peligro se desvanezca,…) o de un cambio en la forma del Estado. Por lo pronto, el espíritu neocon ha respondido a los desafíos que tiene ante sí el Estado-nación hibridizando al orden democrático, sustrayéndole su sustancia representativa. A diferencia de los años 30, cuando la pulsión autoritaria derrocó a las democracias que emergieron de la Primera Guerra Mundial en Europa modificando toda la estructura política del régimen, el autoritarismo de hoy es poroso, puntillista, segmentario, disociado. Mientras que los partidos políticos continúan con sus labores parlamentarias y la prensa recoge los diferendos de opiniones y posiciones, como si no pasara nada, en la micro política, en las calles de la ciudad se vive el derrame de un poder fuera de control que interrumpe e intimida la vida pública a cada trecho de la vida cotidiana. Regímenes híbridos (en plural y singular) se le podría llamar a este nuevo ejercicio del poder.

En el diálogo que sostuvieron el día de ayer en el Castillo de Chapultepec Felipe Calderón y Javier Sicilia, el jefe del Ejecutivo ofreció prácticamente una cátedra involuntaria de cómo funciona uno de estos regímenes. En una discusión abierta frente a la prensa y la televisión, mostró cómo un Estado es capaz de fomentar el cese de garantías sin que esto interrumpa el plano o el simulacro de la apertura misma. La militarización del país se ha traducido en la cancelación de libertades y derechos en aras de combatir a un enemigo cada vez más incomprensible.

Calderón lo explicó de la siguiente manera: el problema ya no es hoy el tráfico de drogas a EU, sino el control que el crimen organizado ha empezado a ejercer sobre poblaciones enteras. ¿Habrá que entender entonces que el Ejército ha sido empleado contra poblaciones enteras, contra las comunidades mismas? Suena heterodoxo y, en cierta manera, alarmante. Tal vez eso explique la cifra oficial de los 40 mil muertos (la cifra no oficial debe ser mayor). En principio, lo que se infiere es que en los recientes cuatro años el centro de la política de Los Pinos fue pasar del antiguo Estado corporativo al Estado policía. Una suerte de Panoptikum actualizado. Y todos los fondos y las energías que deberían haber sido destinadas a la educación, la salud y el bienestar en general, medidas que sí pueden reducir la criminalidad, fueron absorbidas en la construcción de este régimen híbrido. ¿Una nueva forma de Estado? Tal vez.