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Ver día anteriorDomingo 26 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

El cachondeo taurino prosiguió en Calpulalpan

P

aís conservador, sobre todo de sus vicios, complejos y desviaciones, en México sus taurinos, aficionados y público en general, por no mencionar a sus ocupadas autoridades y a la acomodaticia crítica especializada, nomás no atinan a recuperar el concepto elemental que sustenta el espectáculo de los toros, no sólo como negocio, sino como tradición y expresión con 485 años de existencia en estas tierras: la dignidad animal del toro de lidia en su encuentro sacrificial con el hombre.

Defensores cultos o ignorantes de la fiesta de toros aquí en particular y en América Latina en general, deben hilar más fino a la hora de esgrimir argumentos en favor de esa centenaria tradición de frágil posicionamiento en nuestros días, debido en gran medida al mediocre desempeño empresarial de los promotores del espectáculo, fascinados con las importaciones y desentendidos de fomentar una fiesta brava propia y taquillera a la vez, del Río Bravo al Apurímac, que tenga al toro de lidia con edad, trapío y sus astas íntegras como sustento y sentido de esa tradición.

Atenerse a la antigüedad, a la nostalgia y a los recuerdos de cuando la fiesta brava servía de inspiración a otras artes, no basta para remendar las roturas que hace décadas acusa otra tradición de nuestros pueblos secuestrada por taurinos sin perspectiva o, si se prefiere, degradada al sustituir con dinero lo que sólo pueden lograr la sensibilidad, los conocimientos y el respeto, tanto por esa tradición como por los países donde aún está inmersa y, elemental, por el público que paga por emocionarse, no por divertirse, como muchos erróneamente suponen.

Defender en abstracto la fiesta de los toros, sin pueblos, sin nombres, apellidos, antecedentes, significado, desviaciones y circunstancias actuales, no pasa de ser mero juego de logomaquia con el pretexto de amar la tauromaquia, de custodias chafas y de seudoinspiradas formas que no tocan fondo, pues se corre el riesgo de ofender exquisitos y de exhibir a adinerados sin idea de lo que son tradiciones y grandeza propias.

El Diccionario de la Real Academia Española, del que se cachondeaba hasta el cansancio con sólidos argumentos el inolvidable lexicólogo y escritor Raúl Prieto, conocido también por su seudónimo de Nikito Nipongo, define cachondeo como acción y efecto de cachondearse, y también como desbarajuste, desorden.

Incansable en sus disparates, el mamotreto, como Nikito calificaba al rezagado y clerical diccionario, afirma pudoroso y machista que cachondear es acariciar amorosamente a una mujer (en ese tiempo las mujeres no cachondeaban a hombres ni a mujeres), para al fin concluir que el sabroso vocablo equivale también a burlarse, a poner en ridículo a alguien o algo. Implica engaño, incumplimiento entre lo que se promete y lo que se cumple o entre anunciar toros y lidiar e indultar novillos.

Calpulalpan, conocida también como La Puerta Grande del estado de Tlaxcala, no debe confundirse con la comunidad de San Miguel Calpulalpan, en Jilotepec, estado de México, donde el 22 de diciembre de 1860 las tropas liberales encabezadas por Jesús González Ortega derrotaron al ejército conservador comandado por Miguel Miramón. La Calpulalpan tlaxcalteca cuenta con una plaza de toros de mampostería para unos 3 mil espectadores, propiedad del municipio, hoy encabezado por Érick Márquez García.

Se debe aplaudir que un modesto municipio con un coso de tercera categoría, por su aforo, resuelva dar festejos como el del domingo 12 de junio, en que se lidió un terciado encierro de la ganadería de Torreón de Cañas, propiedad de Julio Uribe Barroso, sobrino de ese señor del campo bravo que fue don Luis Barroso Barona, cuya memoria compromete.

Censurable, en cambio, que en muchos municipios del país, no sólo de Tlaxcala, con autoridades permisivas o protagónicas, se sigan anunciando toros cuando se trata de reses sin trapío, sin armonía entre anatomía y defensas acordes con su edad, como fue el caso del corniausente pero repetidor novillo indultado en la citada corrida. Confundir trapío con ingenuidad o docilidad repetidora con bravura, son otras claudicaciones de esa alarmada fiesta de toros que ofuscados defensores no logran o no quieren ver.