Opinión
Ver día anteriorJueves 30 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tutti contenti
M

ás allá de la bien estructurada primera intervención de Javier Sicilia, el encuentro en el Castillo de Chapultepec (23 de junio) me dejó un pésimo sabor de boca. Me pareció una ópera bufa en la que cada uno de los intérpretes había aprendido, más o menos, su papel. Y aquí incluyo la escena del escapulario, que finalmente no fue el que recibió Calderón. A Sicilia se le enredaron los diferentes colguijes que traía en el cuello y el señor Presidente, después de acercarse al poeta, escogió el que pudo y se lo puso en el cuello: no era el escapulario, como todos pudimos ver, pero no importó. Lo que importaba era la escena de un religioso dándole a otro religioso un símbolo religioso, y se supone que dicha acción sería conmovedora. No lo fue, no para quienes pugnamos por un Estado y un gobierno laicos.

El montaje en escena se entiende mejor si tomamos en cuenta los antecedentes y los resultados. Éstos fueron nulos para el país, buenos para Calderón y controvertidos para Sicilia y quienes lo acompañaron previamente seleccionados al castillo. El titular del Ejecutivo se presentó, una vez más, como un gobernante que dialoga en vivo y a todo color con quienes han criticado una de sus políticas principales: su lucha contra el crimen organizado y la inseguridad creciente en México. Diálogos, ambos, demagógicos y sin resultados prácticos para la nación, pero eso sí, aplaudibles para algunos… de derecha.

Más allá de esa escena, Calderón demostró que cuando se sube en su mula nadie lo baja. Usó la tribuna para decir lo que todos sabemos y para justificar acciones del Ejército que no le corresponden ni tienen base legal. Por lo tanto, el país no se verá beneficiado por el encuentro del castillo, sino que todo seguirá igual: las mismas arbitrariedades, la misma criminalidad de tirios y troyanos, la inseguridad, las mismas políticas sociales y económicas, la corrupción, la impunidad y un largo etcétera.

Lo de Javier Sicilia provoca sospechas, y lo digo aunque sea políticamente incorrecto. Un breve y esquemático repaso de los antecedentes del encuentro nos obliga a ser maliciosos. El lunes 28 de marzo fue encontrado el cadáver de su hijo. Sicilia estaba de viaje, al parecer en Filipinas. El viernes primero de abril Carmen Aristegui le preguntó si ayer [el jueves] lo había llamado Felipe Calderón, y el poeta titubeó precisamente por el cambio de horarios pues si en México son las 12 del día del jueves en Manila son las 3 de la tarde del viernes. Sí es para confundirse, pero haciendo cuentas lo más probable es que Calderón lo llamara el martes 29 en la noche o en la madrugada del miércoles 30. ¿Dónde consiguió el número telefónico de Sicilia y por qué le habló? Son amigos o, en palabras del poeta, “me conoce […] su esposa me conoce” (entrevista D. Rea y H. R. González a Sicilia en Reforma, 4/04/11). Yo conozco a mucha gente y no necesariamente me sé sus números de teléfono como para hablarles si les ocurre una desgracia. Pero en fin, son conocidos.

En la conversación telefónica Calderón-Sicilia (éste en Filipinas), el poeta dice que le dijo ya estamos hasta la madre de ustedes y Calderón se comprometió a que se aclararía el crimen (véase, entrevista de Arturo Jiménez a Sicilia, La Jornada, 3/04/11). Más adelante el habitante de Los Pinos convocó al poeta a su residencia oficial. Sicilia fue y de ahí se trasladó a Cuernavaca para sumarse a la marcha del 6 de abril. Ahí emplazó a los gobernantes, de Morelos y de México, a presentar a los culpables el 13 de abril, y si no lo hacían convocarían a una marcha en el Distrito Federal para exigir la renuncia de Marco Antonio Adame y un alto a la absurda guerra de Calderón contra el narcotráfico.

El 13 de abril llegó sin la presentación de los culpables, por lo que, en el zócalo de Cuernavaca, el poeta Javier Sicilia pidió la renuncia del gobernador de Morelos, Marco Adame (no la de Calderón), y convocó a una marcha silenciosa el domingo 8 de mayo hacia el Zócalo de la ciudad de México, para obligar a Calderón y los demás actores (políticos) del país a firmar un pacto nacional auténtico, que debería signarse en la ciudad más dolida de las dolidas: Ciudad Juárez.

El domingo 8 de mayo, ya en el Zócalo del DF, no pidió la renuncia de Marco Adame, sino de García Luna, secretario de Seguridad Pública. Esta demanda no estaba en el programa, fue una iniciativa del poeta, según dijo, para ver si el gobierno federal daba señales de haberlos escuchado.

Más adelante se organizó la famosa marcha a Ciudad Juárez. Y ahí quedó claro, contra los resolutivos de las mesas de debate, que Sicilia estuvo en contra de que el Ejército volviera de inmediato a los cuarteles y de que se le exigiera la renuncia a Calderón. No más exigencias de renuncias, ni Marco Adame, ni García Luna, ni mucho menos el jefe del Ejecutivo federal.

Finalmente el encuentro del castillo, donde García Luna no fue vituperado. ¿Por qué no estuvo Luz María Dávila, la madre de dos jovencitos asesinados en una fiesta en Juárez (30/01/11) y que increpó a Calderón diciéndole que no le podía decir bienvenido porque para ella no lo era? Más llama la atención su ausencia en el castillo pues fue ella la que recibió a Sicilia en Villas de Salvárcar y le dio un rosario para agradecerle el esfuerzo de recorrer el país. No me pareció ver tampoco a algún familiar de Josefina Reyes Salazar, asesinada el 3 de enero y activista de movimientos contra la represión y violencia del Ejército en el Valle de Juárez. Aunque su familia fue mencionada por Sicilia, ¿por qué no fue invitada Maricela Reyes Salazar, su hermana? ¿Por beligerante y contestataria? ¿Porque ella y otros son parte de los duros excluidos precisamente en Ciudad Juárez?

Ni estaban todos los que son ni son todos los que estaban. Fue como una reunión de las que organizaban los gobernantes priístas con la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, aunque más amable y con menos protocolo. Amistosa, pues; tanto que Sicilia preguntó si podía fumar, como un fumador hace cuando está en casa de amigos donde no hay cenicero en la mesa. El final, feliz, todos amigos y nadie quiso recordar que el primero de abril Sicilia, desde Cuernavaca, había hablado de cabrones del gobierno y que se largaran si no tienen [Calderón y Adame] capacidad para garantizar paz, seguridad y justicia en el país (La Jornada, 2/04/11). Los publicistas de Calderón y las derechas están muy contentos y elogian el encuentro, por ambas partes.

Tutti contenti, como en la ópera de Mozart o tal vez, como dijo el mismo Sicilia después, le faltó dureza, una posición más fuerte frente a Calderón (entrevista con José Gil Olmos, proceso.com.mx, 26/06/11).