Opinión
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Algunas novedades
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e pronto, entre nuestras convencionales carteleras musicales, aparecen sesiones de concierto que bien pudieran considerarse como un antídoto contra el tedio.

Una de esas sesiones fue la presentación de Ónix Ensamble en la Escuela Nacional de Música en el contexto del 33 Foro Internacional de Música Nueva, con tres partituras cabalmente distintas entre sí, y todas ellas muy bien logradas. Anancy (‘Las danzas del Hermano Araña’), del costarricense Alejandro Cardona, es una muy bien articulada secuencia de miniaturas, a lo largo de las cuales se percibe una gran variedad en el uso de todos los parámetros sonoros y estructurales. Hay aquí también una buena estilización de las referencias sonoras vernáculas y un trazo rítmico de alta complejidad.

En la entrega número 15 de su extensa serie Folksongs, el iraní Reza Vali procede en plena congruencia con los métodos utilizados en las demás piezas, y en esta obra en particular incluye muy interesantes estilizaciones de la sonoridad de ciertos instrumentos tradicionales, así como sugestivos episodios de vocalización a cargo de los instrumentistas. La escritura de Vali para los instrumentos es a la vez eficaz y retadora, y en esta pieza destacan algunos episodios particularmente bien logrados, como aquel que encabezan el violín y las campanas tubulares.

Finalmente, Ónix interpretó Divinum Mysterium, del estadunidense Daniel Kellogg, que se inicia sorprendentemente con un episodio de canto llano interpretado por los propios instrumentistas. En el resto de la obra, hay episodios en los que contrasta la energía volcánica con la pincelada colorística, el laberinto rítmico con la textura sutil. A través del uso de diversos grados de arcaísmo, Kellogg conduce su obra a un final apoteósico de raíces claramente clásicas que incluye un diáfano e insistente centro tonal. Todas las interpretaciones, realizadas con el alto nivel que acostumbra Ónix Ensamble.

Junto con la muy significativa Quinta sinfonía de Dimitri Shostakovich, la Orquesta Sinfónica Nacional y su director artístico Carlos Miguel Prieto programaron el Concierto No. 4 para violín y orquesta de Alfred Schnittke, obra de carácter bipolar en la que cohabitan mundos sonoros, expresivos y conceptuales diametralmente opuestos a través de los cuales el compositor logra, finalmente, una poderosa y elocuente síntesis de ideas. El solista, Vadim Gluzman, no sólo ejecutó la música con habilidad, concentración y poderío, sino que asumió plenamente y con convicción los elementos teatrales indicados por Schnittke en la partitura. La conjunción de esos detalles escénicos, el alto contraste entre los materiales y la diversidad estilística producen la inquietante impresión de una música soñada, que pareciera ser plurifocal aunque su fuente es espacialmente única.

Finalmente, cabe apuntar la visita que hizo a México el israelí Yoav Talmi, como director huésped de la OFUNAM, ocasión que aprovechó para hacer el estreno mexicano de su obra Reflexiones de Dachau. Inspirada en un par de visitas realizadas por Talmi a ese campo de la muerte, la obra es una austera pero emotiva elegía concebida para una parca dotación de cuerdas, timbales y acordeón.

Desde el punto de vista de su lenguaje, Reflexiones de Dachau se coloca en un equilibrado punto medio entre el romanticismo post-straussiano y la aspereza integral de algunas partituras contemporáneas de intención análoga. Talmi utiliza aquí el silencio como una poderosa herramienta expresiva, y su escritura clara y decantada permite al oyente, también, hacer sus propias reflexiones sobre la huella histórica no sólo de Dachau, sino de todos los mataderos nazis.

En el entendido de que el público que asiste al Foro suele ser bastante especializado y conocedor, es interesante notar que los públicos de estos conciertos de la OSN y la OFUNAM recibieron las obras de Schnittke y Talmi con oídos abiertos, así como con elocuentes y emotivas reacciones. Hay esperanza, sin duda. Es cuestión de que los músicos y los públicos se decidan a encontrarse ahí con más frecuencia.