Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de julio de 2011 Num: 852

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La cultura crítica y la izquierda
Jaimeduardo García
entrevista con Tony Wood

Breve repaso de lo bailado
Carlos Martín Briceño

Fragmentos de mi autobiografía
Mark Twain

Mis experiencias con los doctores
Mark Twain

Twain, el humorista de hierro
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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En último recurso

Para mis amigos de Tijuana

La televisión en México, masiva y comercial, que hacen Televisa y TV Azteca, no tiene visos de cambio a la vista. Al contrario, parece abrazar la vocación de mirarse el ombligo y tiene su propia prensa acrítica y encomiástica, su propia radio en que apoyarse y extrapolar su quehacer malamente pasteurizado, su propia histórica, finamente tejida red de complicidades políticas, obcecada en perpetuar formatos y fórmulas luidos, seguir siendo televisión de divertimento y desgaste para uno de los elementos importantes de su audiencia, el público televidente y vasto al que mucho menosprecia de facto mientras hace todo lo posible para seguirse prostituyendo, veleidosa y servil si vigente y administrador de los bienes públicos y de las potestades del poder, o arteramente ponzoñosa si caído en desgracia o integrante de la oposición a su régimen-proxeneta, ante su otro, reducido público, el de los estamentos gubernamentales, los oligarcas dueños del capital –como ellos mismos, los dueños de los consorcios de la televisión– y los ancestrales contlapaches del poder enquistados en ámbitos cupulares como el clero, la industria o la banca.

¿Y el público que es razón de existir de este medio cutre que refrenda década tras década la definición del canadiense Herbert Marshall McLuhan, aquella tan sobada de que el medio es el mensaje?, ¿tiene alternativa un público sin voz en un juego unilateral y por ello profundamente injusto en que sólo existe el emisor pero sin retroalimentación que fustigue, que ilumine, que trascienda? Las figuras de ombudsman televisivo, ante la anuencia oficiosa de las autoridades federales que en materia de comunicaciones se limitan ante las televisoras, sus abusos y sus excesos, a mirar hacia otro lado (a saber si porque por ese otro lado reciben sustanciosas valuaciones a la omisión convertida en tónica cotidiana, en política pública o aun, como en el caso de Cofetel, en mera oficialía de partes que trabaja para ellos y no para la ciudadanía), son una entelequia. Lo más parecido a una defensoría del televidente agosta en el mero título de un programa de Canal 22 del que alguna vez esta columna se hizo cargo ante su promisoria aparición en parrilla, y aunque los oficios de Gabriela Warkentin gozan de la precaria salud que otorgan las buenas intenciones en un medio tan contaminado como la televisión, la incidencia de un programa como ése dista mucho de ser la mínima deseable en el espectro completo. No existe en México una verdadera defensoría del público frente a los embates desinformativos y vulgarizadores de la televisión. Somos público inerme y pasivo.

Los televidentes estamos entonces a merced de las televisoras, de la escoria de sus contenidos refritos y mal hechos, mal actuados, reiterativos hasta un infinito que rebasa cualquier capacidad de náusea, pero sobre todo a merced de su antonomástica vocación de mercachifle, de un constante bombardeo publicitario, embrutecedor, ruin. En sus horarios tripe “a”, por ejemplo, Televisa se ha estado pasando la legislación vigente –qué raro, vaya– por los oligárquicos destos de manera rutinaria, incólume, impune, arrogante: por cada segmento de cinco o seis minutos de contenido, nos zampa otro tanto (de cuatro a cinco minutos) de comerciales. Buena parte de esos comerciales, por cierto, referentes a su propia programación que, o no está alcanzando los niveles de rating y share proyectados por sus ejecutivos, o bien su cuota de venta publicitaria, estratosféricamente sobrevaluada, se ha visto reducida y sustituye los espacios destinados a publicitar productos de sus anunciantes con adelantos y cortinillas de su propia programación, principalmente programas de deportes y esos sempervirentes estafilococos de la televisión mexicana que son las telenovelas.

Echando ojo en conjunto a la programación de Televisa y TV Azteca; a su prensa rosa y de cotilleo de lavadero; escuchando su radio machacona, los “éxitos” musicales que promueven y en general tratando de hallar en todo esto un receptor válido para tanta porquería, uno llega indefectiblemente a una sola conclusión: las cabezas del duopolio hacen televisión para sí mismas. Porque, en última instancia, es derecho nuestro negar la entrada a nuestras casas (y a las mentes, por ejemplo, de nuestros niños) de tanta basura, desde el noticiero de la noche y sus verdades a medias y sus mentiras logreras hasta los más cutres espacios dedicados al chisme rastrero. Una televisión podrida que, en última instancia, podemos simplemente apagar.