Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de julio de 2011 Num: 852

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La cultura crítica y la izquierda
Jaimeduardo García
entrevista con Tony Wood

Breve repaso de lo bailado
Carlos Martín Briceño

Fragmentos de mi autobiografía
Mark Twain

Mis experiencias con los doctores
Mark Twain

Twain, el humorista de hierro
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Verano de culpa y descontento

Una vez más ha llegado el verano y, con él, una lista larga de acontecimientos de recurrencia recusable. Anote el lector, entre los más insidiosos, uno de naturaleza no cinematográfica: el miasma subiendo hasta las orejas de las decenas de miles de personas que habitan al oriente de la Zona Metropolitana de Ciudad de México, no a consecuencia de las lluvias tanto como de la incuria, la irresponsabilidad y la ineficacia inefable de quienes, como el hasta hoy candidato y seguramente autodeclarado triunfador comicial Eruviel Ávila –otrora presidente municipal de ese Ecatepec una vez más amenazado y/o anegado por las aguas negras del Río de Los Remedios y demás conductos de desagüe–, son culpables de omisión, incapacidad, indolencia o las tres cosas al mismo tiempo, por no poner remedio a un problema inveterado, cíclico y exasperante.

Exactamente así, de inveterado, cíclico y exasperante debe calificarse otro acontecimiento veraniego del que, a lo que puede verse, jamás vamos a librarnos: la secular pobreza en la oferta cinematográfica que caracteriza a esta época del año, de la cual este sumaverbos ha hablado y seguirá hablando cada vez que junio asome su rostro gris, por la razón sencilla y también aquí previamente declarada de que ninguna costumbre, hábito, inercia u obstinación pueden ser buenas debido al simple hecho de que ya llevan un buen rato sucediendo.

Vea el lector la cartelera y certifique los motivos para el descontento: no llegan a veinte los filmes disponibles cuando se concentra uno en la oferta comercial. Esto es escrito un miércoles, antes de que sean incorporados los habituales estrenos semanales, pero le apuesto una entrada al cine a que la cosa no ha variado gran cosa –valga la no redundancia– y la segunda parte de Cars continúa enseñoreándose de un porcentaje grosero de los casi cinco millares de pantallas existentes en el territorio nacional, como si para ello le alcanzara con su indigencia guionística y su estéril alarde icónico; que Jennifer Connely, Winona Rider y Vince Vaughn prosiguen con ese muestrario de chatos dilemas moralinos de clasemediero, mediocremente descerrajados por Ron Howard en El dilema; que Paul Giamatti sigue siendo expuesto en el desperdicio triste de sus muchas capacidades histriónicas, junto a un Dustin Hoffman del que puede decirse exactamente lo mismo, todo por culpa de la sensiblería repelente y la obviedad argumental para contar la historia de uno de esos exitosos que tanto gustan a Hollywood, con Alzheimer para rematar y toda la cosa, a cargo de Richard j. Lewis y titulado La versión de mi vida; que pueden haber pasado ya al dulce olvido la más bien decepcionante El efecto tequila, así como la muy prescindible, previsible y francamente deleznable Sexo, amor y otras perversiones segunda parte, es decir los dos únicos filmes mexicanos junto a los otros dieciséis estadunidenses y un único proveniente de otras latitudes, esta vez Dinamarca, titulado Submarino.

Tres modos de inmersión

En esta última reside, por cierto, la única y solitaria carga de dignidad creativa disponible para ver en la cartelera comercial, en este verano de nuestro descontento. Thomas Vinterberg, cineasta bien conocido por ser uno de los fundadores del movimiento Dogma danés, explora ese sentimiento que es lamentable pilar de la cultura occidental judeocristiana llamado culpa. No se piense que Submarino propone una simple sucesión de hechos condenables cuya comisión mueve a sus protagonistas a vivir en un estado culpígeno que, a su vez, habría de impelerlos a nuevos actos, ahora redentores. Hay en Submarino culpabilidad y redención, ciertamente, pero no han sido plasmados con el facilismo y la complacencia que preñan, por ejemplo, a dos de los filmes arriba citados –El dilema y La versión de mi vida–, cuyo tema de fondo también es la culpa, aunque al parecer sus respectivos guionistas no lo consideraron así ni se dieron cuenta de los resultados a los que llegaron. Escamoteo de la culpa por transferencia –la esposa de mi amigo le pone el cuerno, pero el dilema es mío–, y escamoteo de la culpa por acopio de un egoísmo luego socialmente perdonado y al final inclusive apapachado, conducidos argumentalmente a happy ends de chabacana inconsecuencia, precisamente en la muy occidentalizada línea de escamotearse a sí mismo la verdad y, con ella, la auténtica disolución de la culpa, punto en el cual Vinterberg esgrime algo que sus colegas Howard y Lewis no quieren o no pueden: congruencia dramática, antipreciosismo y anticomplacencia formal.