Opinión
Ver día anteriorMartes 5 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
¡Cómo lograr algo de ese modo!
P

areciera ya inútil remarcar el increíble desorden que hay en el seno del gabinete de seguridad nacional y sus consecuencias. La razón de tal desorden, a diferencia de tantos enredos administrativos, es una y simple: se carece totalmente de liderazgo. El Presidente se ha negado a adoptar esa obligada función. Públicamente, ante el consejo, ha dicho que él no cree en esas armonías forzadas. En vez de procurar un liderazgo institucional, ejecutivo, o sea la conducción sistémica del planeamiento, organización, dirección y control de un proyecto, ejerce uno de corte insustancial, o sea tolerancia y aceptación al quehacer de voluntades independientes.

Las consecuencias han sido de conformación paulatina. En la primera reunión supuestamente sustancial, cuyo único asunto fue el anuncio de la guerra al narco, todo mundo se rigidizó, pero un segundo después todos sonrieron y empezaron a llover felicitaciones por el arrojo anunciado. Nadie, de los que tenían obligación de preguntar, objetar, pedir un detalle o el estudio que sustentaba la decisión, dijo nada. Tal vez esto hizo insuflarse a Calderón, sintiéndose amo y señor de la situación. ¡Era innecesario golpear la mesa!

Las consecuencias inmediatas fueron que cada quien empezó a actuar por su cuenta –presupongo la buena voluntad– tanto en el fangoso campo de la inteligencia como en el de las operaciones. En inteligencia en general y operaciones, el Ejército llevaba ventaja, dado su tradicional despliegue y contacto con las realidades locales; la Policía Federal, menos conocedora en ese momento, tenía también antecedentes. La Marina era la que, empezando a cambiar de medio ambiente de operación, estaba en clara desventaja.

La Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) de la SHCP, pieza clave, tiene escasísima coordinación en estas operaciones, no rinde cuentas ni está obligada a cooperar ni informar más que a autoridades de esa secretaría. La UIF es el instrumento de seguridad nacional responsable de combatir el financiamiento al terrorismo, al crimen organizado, lavado de dinero, fraudes empresariales y, en los últimos años, prevenir el ingreso de dinero sucio a campañas políticas y procesos electorales. Creada hace seis años, ha sufrido varias crisis, alguna de corrupción, por haberse visto varios de sus funcionarios involucrados en ventas ilegales de bienes nacionales. Su disfunción es incontrovertible.

Esto podría tener como metáfora un arrancadero de caballos. En materia de inteligencia el Ejército continuó solo con sus tradicionales prácticas; la policía, gracias a los antecedentes de García Luna en la materia, tomó un paso constante de superación, y la Marina, en un ambiente nuevo, acudió al auxilio de las agencias de inteligencia de EU. Inteligencia de muy alta tecnología, satelital, de sistemas inteligentes que dan grandes recursos de control sobre la recurrencia casi profética de la información y con recursos humanos altamente calificados. La UIF, más que nadie, actúa por su lado.

Aquí surge un elemento abstracto, pero determinante: la añeja antipatía del Ejército por la asociación con fuerzas estadunidenses, que lo llevó a enconcharse; la proclividad de la Marina exactamente por lo contrario, que la llevó a acentuar dependencias que son nocivas a la larga, y a la SPP a imitar a Marina en la conveniencia de ligarse a EU. Todo a ciencia y paciencia de Calderón.

Esto habría de ser –con todo lo grave de su propio peso– la primera falta de autoridad del Presidente: no poner orden, dando lugar a competencias sumamente dañinas, y abrir espacios de incalculables ramificaciones a los intereses estadunidenses.

La entonces proclamada y ostentada como guerra por el Presidente rompía con uno de sus principios clásicos: la coordinación y la cooperación. La coordinación es deber ineludible del mando; la cooperación es deber ineludible de los escalones subalternos. Ninguna se ha dado.

La otra expresión de la inobservancia de ese principio sería en el campo de las operaciones. De manera reconocida por todo mundo, el secretario de Marina, más audaz y codicioso que el cauteloso de Defensa, convenció a Calderón de llevar hasta el centro del país sus operaciones, violentando la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal (artículo 30, fracción 4) y la propia Ley Orgánica de la Armada de México (artículo 2).

Sin juzgar si para bien o para mal, simplemente eso sucedió ante la inmovilidad del Presidente. Los resultados se vieron en la persecución y asesinato de Arturo Beltrán Leyva; el homicidio de una madre de familia, señora Terroba Pintado, y un transeúnte, en Cuernavaca, en diciembre de 2009, y el posterior asesinato de la familia Angulo Córdoba en Tabasco, resultado de un faroleo de la Secretaría de Marina. La participación de la Armada en Cuernavaca se dio –según Wikileaks– por la negativa a actuar del general Galván. Esto es, cada quien hizo autónomamente lo que le pareció correcto. Todo por una razón: el señor no quiere o no puede poner orden.

Si una nueva distribución de competencias territoriales era necesaria en el convencimiento del gabinete de seguridad nacional y del Presidente, se debieron hacer los cambios legales correspondientes a la luz de situaciones que la ley no contempló en el momento de su redacción original. No, se aplicó el cómodo principio de laissez faire, laissez passer.

Las sesiones del gabinete de seguridad nacional han viajado de lo caótico de enfrentamientos verbales a la molicie del silencio cómplice o la grata charla casi social en que cada quien, como si se estuviera en un acuerdo individual, sólo informa y anuncia lo que a su área corresponde, dejando embargado lo que cree que es sólo para Calderón. La línea transversal de los avenimientos no existe. El secretario técnico del gabinete, Alejandro Poiré, debe sufrir para redactar las actas de las sesiones.

De ahí que el Cisen haya cobrado un valor crecientemente preponderante, aunque saliéndose peligrosamente de su papel ortodoxo. Obtiene información criminal, la procesa y discute en privado con el Presidente ante el caleidoscopio infructuoso que es el conjunto. Cumple una función que correspondería a los otros miembros del gabinete, pero lo hace por necesidad, por un vacío, exponiéndose a una contaminación que no le corresponde. Su director, persona de seriedad, inteligencia y lealtad, es de varios modos un fiel de la balanza en los juicios presidenciales.

Esto no podría seguir siendo, mas no hay esperanzas de cambio. El carácter integrista del Presidente, su alucinación de ser el dueño de la razón así lo apunta, pero dada la gravedad, ineficacia y vulnerabilidad que se han creado, habría que darle solución, así ésta deba pasar, y debiera ser así, por la retoma de las riendas perdidas del Presidente y por la reorganización de la fuerzas armadas. ¡Pero no hay esperanza en ninguno de los sentidos!