Opinión
Ver día anteriorJueves 7 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Europa y México
C

omo en viejos tiempos, un fantasma recorre el mundo. Pero esta vez ese fantasma es distinto: es la indignación y la desesperanza. Los ciudadanos en Europa y México han sido y siguen siendo afectados por decisiones tomadas por quienes se suponía que les representaban. Los procesos electorales en los que se pensaba que la decisión de los ciudadanos cambiaba las cosas, no están cumpliendo adecuadamente esa función. De modo que se ha producido un alejamiento importante de amplias proporciones de votantes. Lo que piensan, lo que viven lo que padecen, no parece resolverse en el sistema de representación existente.

Mientras los ciudadanos sufren la crisis, los gobernantes de Europa respiraron luego de que se liberaran 12 mil millones de euros del último tramo de apoyo de la Unión Europea y del FMI para Grecia. Los españoles satisfechos señalaron que los diputados griegos salvaron al euro, sin importarles las gravísimas implicaciones políticas y sociales del ajuste fiscal aprobado. La medida agudiza la tendencia a terminar con el estado de bienestar. Lo que ni a izquierdas ni a derechas les preocupa, solamente los indignados, expresado su rechazo absoluto a la primacía de los intereses de los banqueros internacionales sobre los de las poblaciones.

El gobierno de México cada vez respira con mayor dificultad. Los resultados electorales del domingo y las exigencias prácticamente unánimes para que replantee su guerra contra el narcotráfico, demuestran su aislamiento. Los priístas satisfechos por sus apabullantes victorias parecen pensar que sólo hace falta que ellos gobiernen para que el estado de cosas se supere. La inexistencia del Estado en partes crecientes del país no puede explicarse solamente por los errores de Calderón. El Estado, creado y desarrollado por los gobiernos mexicanos entre 1924 y 1982, ya no es capaz de mantener un país unido y funcionando.

Europa es cada vez menos la región incluyente y solidaria que le mostró al mundo su capacidad de construcción de un espacio sin fronteras, donde sus habitantes compartían territorio y, por lo menos parcialmente, sus recursos. La crisis financiera ha fortalecido las tendencias excluyentes y los viejos nacionalismos. La crisis de la deuda soberana, por su parte, ha revitalizado las visiones que sostienen que el Estado tiene que reducir su capacidad de respuesta a los problemas, no importa el costo social que implique.

El gobierno mexicano se ha venido ocupando con insistencia en informar mensualmente de los nuevos empleos creados, cuando lo que es realmente impresionante es el peso de la ocupación informal en la economía. Tres secretarios de Estado y el director del IMSS dan cuenta alegre de los muchos empleos, pero no informan de lo que significa que más de la mitad de la población ocupada carezca de seguridad social. Con desvergüenza dicen que la fortaleza de la economía y la posibilidad de seguir creciendo está en la fortaleza de las finanzas públicas. Esta fortaleza, sin embargo, no está en que ingresos y egresos sean muy próximos, sino en que el gobierno disponga de los recursos económicos necesarios para cumplir con sus responsabilidades sociales.

Poco a poco la deuda pública de los gobiernos europeos irá disminuyendo. Rápidamente, en cambio, las condiciones de vida de griegos, irlandeses, portugueses, así como de españoles, italianos e incluso franceses e ingleses se deteriorarán. Las instancias estatales que les protegían de las dificultades económicas, políticas y sociales están desapareciendo y, en consecuencia, su capacidad para enfrentar, entre otras cosas, un desempleo provocado por causas ajenas a ellos. En cambio, los banqueros alemanes, ingleses, franceses, españoles sudarán algunas gotas para conseguir financiamiento, pero comerán, beberán y vivirán como siempre.

En Europa y en México reina el pesimismo. Los niveles de participación electoral se reducen consistentemente, cuando lo que se requiere es justamente que esa capacidad de indignación mostrada con importantes movilizaciones en ambos lugares se traduzca en una fuerza capaz de cambiar las cosas. Los próximos años no serán buenos ni en Europa ni en México.