Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de julio de 2011 Num: 853

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Francisco González León, modernista a solas
Leonel Alvarado

La inercia del lenguaje
Ricardo Venegas entrevista
con Evodio Escalante

Migración en Europa: ningún ser humano es ilegal
Matteo Dean

La dictadura de la transparencia
Fabrizio Andreella

El poder de la música
Julio Mendívil

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Columnas:
Galería
Rodolfo Alonso

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Francisco Torres Córdova
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De arcos y palabras

El Otro siempre está lejos. En esa distancia, para encontrarse basta un mínimo gesto, apenas una palabra; para perderse, también. En el arco de la comunicación, entre el emisor y el receptor, sus alternancias y pausas de silencio, se abren y cierran las certezas y dudas de la distancia que los aparta, pero también delinea su contorno, y frente a frente, de canto o de espaldas, hacia adentro y hacia afuera, los ubica y vincula. En ese espacio, que es horizonte o abismo, las fuerzas que libera o concentra, que cultiva o destruye, dejan su huella, su historia en el cuerpo y el alma: así un ademán, una palabra, un tono de voz, una mirada. Es un espacio severo e incierto que sin embargo constantemente renueva sus recursos y esperanzas, porque constantemente pone en evidencia su necesidad y urgencia en la vasta soledad humana. “Para lo esencial estamos indeciblemente solos”, decía Rilke al joven poeta de sus cartas. Y sin embargo, decimos. Nos arriesgamos seducidos por el deseo, por la ilusión de ser un poco con el Otro. Decir esa soledad es decirnos; es la promesa de un encuentro.

En la traducción de un poema, surgido de esa soledad, el Otro, su distancia, se acendra en las palabras. En el arco que tensa y arma la traducción –lengua fuente-lengua receptora–, el lenguaje pulido y trabajado del original involucra todas sus fibras, los hilos con los que precisamente habrá de tejerse la posibilidad de su entrega. Entonces, desde la lengua receptora tomarle el pulso a esa distancia es esencial: acercarse demasiado altera los rasgos, el sentido y perspectiva inherente a las palabras, el aliento que las impulsa, el espacio que requieren, y aunque pone en evidencia el anhelo de identidad absoluta entre las dos lenguas, también delinea los bordes de su absurdo: el poema traducido siempre será distinto, siempre y cada vez será otro de nuevo.

En el extremo opuesto, mantenerse demasiado lejos es no reconocer las palabras, que son el acto mismo del poema, su textura, que es decir su historia y su mundo, por lo tanto también el impulso que en un principio incitó el amoroso afán que la genuina traducción implica. La lengua receptora que no se acerca al texto original, que no lo busca o lo investiga, que no le propone con rigor su intuición e inteligencia, en un acto doble que la enriquece y la vulnera, la confirma y la expone, no se compromete con la lengua original ni consigo misma. Ni siquiera entonces traiciona al texto que traduce; se traiciona.

¿Cuál es entonces la distancia adecuada entre las lenguas que en la traducción se articulan? Porque el texto original, el Otro, es a la vez fascinante y peligroso, su traducción impone y requiere, me parece, el roce de las palabras, no su desgaste, a través del flujo, la trama y movimiento de varias distancias, en esa zona viva de la traslación fiel al original, pero autónoma en la lengua receptora. Zona de la diferencia que despertó el deseo, la esperanza del encuentro. Sinuoso juego de seducción que, como tal, a veces concede algo de lo que promete y oculta.