Deportes
Ver día anteriorMartes 12 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

El clímax del recorrido, en el Ángel, donde también se cantó el Cielito lindo

Aclaman a los campeones Sub-17 durante un desfile por la ciudad

Debutar en primera división, su anhelo

Espericueta, Gómez y Fierro alzaban por momentos sus respectivos trofeos de Balón de Oro

Al final festejaron con sus familias en una comida

Foto
En su camino, la selección paralizó el tráfico, como en Periférico, donde la gente los felicitóFoto Jesús Villaseca
 
Periódico La Jornada
Martes 12 de julio de 2011, p. a13

Con vítores, agitar de banderas y de manos, una multitud copó los diversos puentes peatonales que atraviesan el Periférico rumbo a Paseo de la Reforma, para sumarse a los festejos y saludar a la gloriosa tripulación del turibús que llevó a la selección Sub-17, campeona del mundo, al lugar donde se desbordan las pasiones: el Ángel de la Independencia.

El sentimiento exaltado de nacionalismo triunfal arrancó algunos gritos de ¡a güeeevo! y ¡somos chingones!, de gente que se arriesgó entre las decenas de motociclistas que abrían paso a la caravana, mientras desde balcones, banquetas y diversos negocios algunas personas enfocaban sus cámaras fotográficas y celulares para captar imágenes de los jóvenes.

Para estos jugadores que comienzan a alejarse de la infancia resultó un trayecto divertido, una catarsis tras casi un mes de estar concentrados, bajo el acoso de la dietista, quien llegó a despojarlos de sus golosinas en una salida que tuvieron al cine; de la sicóloga y el rigor del preparador físico, así como del propio entrenador Raúl Gutiérrez.

Los futbolistas portaban la playera verde con su número en la espalda. El 14, Luis Guzmán, se plantó un sombrero negro de charro, mientras miraba a sus compañeros atarearse firmando playeras y autógrafos. El desfile partió a las 11:05 del hotel, sede de su concentración, al grito de ¡México, México!

Breves comentarios hicieron al subir al vehículo. Es increíble todo lo que estamos viviendo, es momento de festejar con la gente, de disfrutar con la familia, expresaron Francisco Flores y Jorge Espericueta. Asimismo, el anhelo generalizado es debutar en el máximo circuito en sus equipos.

Hubo tramos en que los saludos con las manos desde el turibús eran dirigidos a los automovilistas que transitaban sobre Periférico hacia el sur; varios detuvieron su marcha para disparar la cámara del celular, y pese al bloqueo que generaban, pocos conductores se quejaron, la mayoría no tuvo más remedio que sonreír, en tanto que otros sincronizaban claxonazos al festivo: tu, tu, tu, tu, tu...

Jorge Espericueta, Carlos Fierro y Julio Gómez por momentos alzaban orgullosos los trofeos que los distinguían como los mejores de un Mundial que fue enteramente suyo. A ratos la fiesta era tal que los campeones cimbraron el turibús con brincos para entonar el oeee, oeee, oeee, oe, oe, oe, campeón, campeón... Oeee...

El trayecto no fue todo fácil, había que estar atentos en algunos cruces donde se advertía que la altura era de cuatro metros, entonces, los Sub-17 se agachaban para librar el bloque de cemento, para luego volverse a levantar y saludar a toda clase de personajes: albañiles con cascos, atrincherados en un edificio en construcción; barrenderos que suspendían su labor unos instantes; oficinistas y hasta soldados con ropa de fajina, quienes también fotografiaron a los monarcas del mundo.

En el Ángel de la Independencia la romería tuvo su esplendor con infinidad de flashazos, gritos histéricos, el lance de playeras hacia los campeones, quienes las devolvían autografiadas, y el infaltable baño de espuma artificial. Se vendió de todo: banderas, trompetas, playeras con la palabra campeones, vendajes del tipo usado por Julio Gómez, llaveros, tazas, coronas de cartón, nieves, botellas de agua... Tampoco aquí faltó el Cielito lindo, entonado por grupos de jóvenes.

A mayor velocidad, el camión enfiló hacia Insurgentes Sur para tomar avenida Chapultepec rumbo a Los Pinos, donde los campeones fueron recibidos por el presidente Felipe Calderón, y pocos fueron los que entonces se atrevieron a correr detrás del vehículo. Tras la escala en la casa presidencial, los monarcas celebraron una comida en el restaurante Arroyo, donde departieron con sus familiares.