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Panorama Asiático

Los retos de China
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Para la economía china es inevitable el descenso en el ritmo de crecimiento, pero afortunadamente la inflación aún no está fuera de controlFoto Xinhua
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Periódico La Jornada
Martes 12 de julio de 2011, p. 32

Entre quienes más motivos tuvieron para celebrar el 90 aniversario del Partido Comunista chino, el 1º de julio, están los burgueses reaccionarios del país. La clase media china, tal vez hoy día el pilar más importante del apoyo al partido, virtualmente no existía hasta que fue recreada, a finales de los noventa.

Hasta ahora, los comunistas han cumplido con creces su parte del acuerdo tácito según el cual los pobladores urbanos de posición económica desahogada han cambiado la capacidad de decidir en política por la prosperidad acelerada. Pero a medida que la economía desacelere, el partido tendrá que hacer cada vez mayores esfuerzos para cumplir su palabra. De hecho, es posible que la paz y la prosperidad dependan de una reforma política como la que se ha empeñado en evitar.

En los 15 años pasados la clase media ha apoyado al partido por lo que éste ha hecho por ella. Ha producido un progreso económico increíble, afianzado el papel del país como potencia mundial y, sobre todo, evitado que volviera a hundirse en el caos que lo asoló durante buena parte del siglo XX. Las penalidades de la ex Unión Soviética en la era posterior al comunismo han sido valiosas para lo que el partido solía llamar enseñar con el ejemplo negativo.

Sin embargo, el idilio entre un partido que se hace llamar la vanguardia del proletariado y la clase media que es hoy su principal respaldo se encuentra amenazado. En la raíz del posible conflicto está el inevitable descenso en el ritmo del crecimiento económico.

La primera década del siglo, con su implacable crecimiento de dos dígitos, podría haber sido la culminación de la exuberancia económica del país asiático. Un colapso súbito no es imposible: podría producirse por un torpe intento de enfrentar la burbuja de los bienes raíces, o por lo que el primer ministro llama el tigre suelto de la inflación (de 5.5% al momento, su nivel más alto en casi tres años), pero una perturbación inmediata sigue siendo improbable: la inflación no está aún fuera de control, muy por abajo del 27.7% que alcanzó en 1994. El peligro es más bien a mediano plazo: el crecimiento disminuirá su ritmo en la próxima década, conforme China se asiente como país de mediano ingreso y la carga de atender a un número sin precedente de ancianos en una economía más lenta vuelva bastante más incómoda la vida de la clase media.

Para compensar, el partido tendrá que realizar cambios radicales. En estos días se esfuerza por llevar a China del modelo actual, en el cual el crecimiento es impulsado por cuantiosa inversión y manufacturas orientadas a la exportación, a otro en el que el consumo doméstico tenga un papel más destacado. El país aún tiene un largo camino por recorrer en sus esfuerzos por construir sistemas de atención a la salud, pensiones y seguridad social que den confianza a los ciudadanos, todos los cuales son necesarios para persuadir a la clase media de ahorrar menos.

Además, las empresas de propiedad estatal tienen un apetito insaciable de capital, y muchas lo desperdician. Poner límites a esas empresas significa enfrentar a todas las personas influyentes que viven de ellas, lo cual incluye a una parte de la clase media. Para esas personas el credo del partido (marxismo-leninismo-maoísmo) no significa mucho. El partido guarda en secreto las cifras de reclutamiento en sus filas, que se estiman en 80 millones, pero un informe oficial de 2008 señalaba que entre los nuevos aspirantes a miembros la categoría más numerosa era la de los estudiantes universitarios de más de 18 años de edad. Aunque la decisión de estos jóvenes profesionistas de afiliarse muestra la influencia del partido, esos recién llegados tienen aspiraciones muy distintas de las de los viejos ideólogos.

El partido tendrá que esforzarse más también para sostener la urbanización que ha alimentado la economía. China ha hecho la parte fácil: atraer a los residentes desempleados del campo a trabajos urbanos. Pero la oferta comienza a decaer. Sería benéfico que los campesinos pudieran vender o hipotecar sus tierras labrantías y usar el dinero para asentarse mejor en las ciudades, pero el partido teme privatizar los predios agrícolas, en parte por el temor atávico a un campesinado miserable, y en parte por razones ideológicas.

Peor aún, el sistema de registro de hogares, o hukou, define hasta a migrantes urbanos de larga data como residentes rurales y los priva de vivienda, educación y otros beneficios. No es extraño que los migrantes estén cada vez más inquietos. De las decenas de miles de protestas que se llevan a cabo cada año, la mayoría siguen ocurriendo en el campo, sobre todo de campesinos enfurecidos por la inadecuada compensación por la tierra expropiada para el desarrollo.

Sin embargo, ahora los disturbios urbanos, como los recientes motines de obreros en la provincia sureña de Guangdong, se han vuelto más comunes. Para que el partido mantenga la paz en las ciudades y siga atrayendo migrantes en números suficientes, necesita encontrar formas de convertirlos en moradores de las ciudades con todos los derechos, y con un poder de compra equivalente a ese estado.

Éste es otro aspecto que perjudica directamente a la clase media. Dar a los migrantes los mismos beneficios de vivienda y otros de que gozan los poseedores del estatus de hukou urbanos y construir una red apropiada de seguridad social será costoso. Y si la solución son más impuestos, entonces la clase media bien podría comenzar a exigir mayor influencia política.

El partido teme el día que eso ocurra. Desde las protestas estudiantiles de 1989, la élite urbana instruida ha permanecido tranquila en su mayor parte. Sin embargo, el partido tiene más miedo a ese sector que a los campesinos o migrantes rebeldes. A principios de este año, el centro de Pekín se inundó de policías cuando por Internet circularon llamados a una revolución del jazmín, similar a las de los países árabes.

Las ansiedades de la clase media no han fermentado aún en una airada oposición al gobierno. Sin embargo, la inevitable erosión de algunos de sus privilegios ya ha comenzado. Si los burgueses comienzan a protestar, el partido se verá enfrentado a un viejo dilema: liberalizar o elevar la represión. Todas las evidencias del pasado apuntan a que elegirá reprimir. Pero esa reacción en sí misma puede contribuir a politizar a la clase media. En otros países asiáticos, el atractivo de la democracia ha aumentado con el ingreso, y la represión puede significar retirar libertades a personas acostumbradas a verlas crecer.

En 2012 el liderazgo del partido –junto con la tarea de manejar esas tensiones– pasará a una nueva generación. Pero cada cambio generacional de los 90 años pasados ha sido caótico y, pasada una década, las tareas que enfrentaron los líderes que asumieron el poder en 2002 parecen casi fáciles en comparación con las de hoy.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya