Opinión
Ver día anteriorMartes 12 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La pintura contrataca
D

ebido a que llevé un paper a la sesión comentada en mi texto anterior, que tuvo lugar en La Esmeralda el 30 de junio, transcribo aquí la parte medular del mismo.

Las obras de arte o trabajos artísticos,de acuerdo con las nociones estéticas actuales no constriñen o restringen calificaciones respecto de lo que puede denominarse arte. Por eso ya casi nadie se atreve a decir si algo es o no una obra de arte. Lo último que supe proviene de una mininstalación cuyos poseedores son coleccionistas de alto nivel económico.

La obra, si así puede denominarse, incluye una cáscara de plátano y poco más. La custodia en servicio debe sustituir la cáscara por otra mas fresca de vez en vez. Entiendo que eso sucede cuando se vuelve negra. Pero no tengo la certeza de que ésa sea la principal razón de la sustitución ni pude inquirir más al respecto.

La moción de sustituir no es nueva; la caja de zapatos de Gabriel Orozco, presentada en Venecia por primera vez, ha sido remplazada por decenas de cajas de zapatos en susbsecuentes ocasiones.

Dada esta circunstancia, Arthur D. Danto, el autor de los límites cronológicos que apuntan a lo que debe considerarse arte contemporáneo (las Brillo Boxes de Warhol), se hizo muy posteriormente la siguiente consideración. ¿Qué es arte? Y, asumiendo el papel de un público joven y mayoritario de estudiantes, se respondió a sí mismo: Cualquier cosa.

A continuación sobrevino la dialéctica. ¿Cualquier cosa?, porque si así es, la respuesta o definición es extremadamente delgada y deprimente, observó.

No obstante, se reconoce que Fluxus cerró la grieta entre el arte y la vida. Viendo hacia atrás, los implementos que Duchamp utilizó implantándolos por primera vez en contexto artístico son análogos a los que hoy día pueden encontrarse en una venta de garaje, sólo que lo de Duchamp sucedió entre 1915 y 1917.

Cuando empezaron a pulular como obras de arte en museos y galerías las hileras de ladrillo, los periódicos anudados formando pila, los atados de ropa, las excrecencias similares a la cama de Tracy Emin o un fragmento de lámina pintado con laca automotriz y enmarcado, lo que sucedió, según afirmó el propio Danto, contemporáneo de Manuel Felguérez, fue que los museos, los galeristas e intermediarios no estaban lo suficientemente curados del miedo a fallar en sus apreciaciones. Temieron parecer conservadores o incompetentes y así este tipo de productos empezó a proliferar, integrando en no pocos casos, según mi criterio, algo semejante a una academia artística de desecho.

Hará 10 años, Richard Wolheim, quien ya murió, empezó a preocuparse por ciertas prácticas artísticas actuales y se preguntó si la desintegración del concepto arte tal como lo hemos sostenido no acabaría también por desintegrar o malversar la creatividad.

Las actividades creativas están apoyadas por el dictum de Beuys: todos somos artistas; con eso lo que quiso decir no es que todos lo fuésemos, sino que todo ser humano, precisamente por serlo, es un ente creativo. (Pensemos nada más en la invención de las lenguas.) Este decir se tradujo de modo tan inclusivo que creatividad pasó a ser parangón de todo se puede y no de capacidad de concretar algo que implique intención, arreglo o disposición de elementos de acuerdo con determinada idea y también a que la idea pueda significar algo plausible de ser aprehendido no sólo por el autor, sino por sus posibles receptores. Rareza, inspiración, lirismo, complejidad, demolición de las bandas de redundancia o por el contrario, acento puesto en ellas, destreza o habilidad en el trabajo, etcétera, son posibles elementos de recepción.

Sobre todo lo último, salvo que la destreza y el trabajo parecen ser fáciles de sustituir. Con que otros la tengan y realicen lo que se solicite, basta.

Y no hay demasiado que objetar a eso en las historias del arte. ¿Qué porcentaje de lo que pintaron Rubens o Cabrera en sus respectivos momentos realmente salió de sus manos?

La cosa es que ambos conocían al dedillo sus respectivos oficios, como también los procesos de simbolización a los que se proponían dar cuerpo.

Buena parte del arte actual que llamamos contemporáneo es crítico y denunciativo; en los mejores casos apela a consideraciones sociales, morales, políticas. Pero la verdad es que hay mejores medios que permiten transmitir ese tipo de mensajes: el cine indudablemente, el teatro porque acerca físicamente, sin transfer, a la caracterología que asumen los actores personajes. El video, la fotografía de reportaje y aun la fotografía ajena al reportaje, las manifestaciones públicas, etcétera.

Lo que tendríamos que asumir, como dijo en una ocasión ya algo remota Susan Sontag, es que hay buen arte y arte mediocre. La palabra arte no redime de nada y en sus inicios linguísticos era sinónimo de techné. Y la techné o la mano que obedece al intelecto (la frase es de un soneto de Miguel Ángel) tiende a sustituirse por ingeniosidades que con harta frecuencia o no son tales, o resultan ininteligibles, como la mininstalación con cáscara de plátano a la que aludí antes.

Pero, ¿qué mueve más, la glosa que hace Lucien Freud de Poussin, trasportándolo a los inicios del siglo XXI, o la mencionada cama deshecha de Emin? ¿Todavía vivimos la época baudeleriana de epater le burgoise? La moción de epater existe desde la segunda mitad del siglo XIX y proviene de las letras, sus rediciones actuales, salvo raras excepciones, difícilmente provocan asombro. En cambio, lo bien concebido y concretado a conciencia no falla, al menos, en atraer la atención y no sólo de los entendidos.