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El Munal presenta magna exposición con 77 cuadros del pintor y varios documentos

A 40 años de su muerte, todavía no se reivindica el arte de Rodríguez Lozano

Fue un personaje fino, culto, pensador e intelectual, dice el curador Arturo López Rodríguez

Especial
Periódico La Jornada
Martes 26 de julio de 2011, p. 5

La exposición Manuel Rodríguez Lozano: pensamiento y pintura 1922-1958, que se presenta en el Museo Nacional de Arte (Munal), reúne 77 obras del artista, de las cuales dos terceras partes pertenecen a colecciones privadas, y casi medio centenar de documentos y trabajos de sus discípulos.

Desde la muerte del pintor, ocurrida hace 40 años, sigue pendiente el rescate y la revalorización de su quehacer artístico.

El título, sin ser original (en 2002-2003 se montó una muestra de casi idéntica denominación en Zapopan y Aguascalientes), no sólo alude al nombre de la antología de sus escritos, publicada en 1960, sino también pone énfasis en su personalidad, fino, culto, pensador e intelectual, define el curador Arturo López Rodríguez.

El valor de la muestra no está en la rara oportunidad de gozar y penetrar en su obra, que ha quedado al alcance de pocos: en vida fueron mínimas las exposiciones que realizó y sus cuadros se encontraban únicamente –salvo los retratos que hizo a sus amigos– en la colección de su mecenas, Sergio Iturbe, y, sobre todo, en su departamento-estudio, propiedad del mismo Iturbe, en la avenida Puente de Alvarado 45, que, según testimonia Berta Taracena, era como entrar en un museo deslumbrante.

Sería interesante saber si Rodríguez Lozano (1895-1971) pudo haber tenido la fantasía de crear un museo personal a la manera de aquellos parisinos que se fundaron en los años de su exilio en esa ciudad, empezando por el extraordinario Museo Gustave Moreau (precursor del simbolismo, quien, como el artista mexicano, prácticamente no vendió obra en vida), que con toda probabilidad pudo haber visitado, puesto que abrió al público en 1903.

Es probable que el mismo Moreau o el decadentismo en general hayan sido un punto de referencia para Manuel Rodríguez, como denota su inclinación por las figuras andróginas. Tal interés, así como el seguro conocimiento del artista y de tal temperie cultural en el círculo de Lozano, lo demuestra un artículo de Jaime Torres Bodet sobre À rebours –el libro de Joris-Karl Huysmans de 1884 que describe muchos de los cuadros de Moreau, pionero en explorar el tema de la homosexualidad–, en la revista México Moderno, en 1921.

Otro museo que debió de haber conocido es el de Rodin, inaugurado en 1919 (dos años antes de su regreso a México), que contiene también la casi totalidad de la obra del escultor.

En el caso de Rodríguez Lozano, el Estado no tuvo visión para comprar su obra (exceptuada la colección de Iturbe, hoy del Instituto Nacional de Bellas Artes, pagada, por cierto, en la mitad de su valor) y al ser heredada a su discípulo y amigo Ignacio Nieves Beltrán (Nefero) y su familia, con el tiempo se ha dispersado.

Desde la magna exposición en Bellas Artes, hace 40 años, no se había reunido nada similar (en la del Museo de Arte Moderno, de 1997, eran 52, de las cua-les sólo 17 pertenecían a colecciones privadas).

La muestra Manuel Rodríguez Lozano: pensamiento y pintura 1922-1958 tiene puntos de gran fuerza, empezando por la museografía, que renuncia al convencionalismo cronológico en favor del corte temático y propone al público un acercamiento sensible más que intelectual: las cédulas son sustituidas por fichas informativas que se pueden tomar y llevar.

Foto
La partida, 1958, óleo de Rodríguez Lozano incluida en la muestra que se presenta en el recinto de la calle Tacuba número 8, Centro HistóricoFoto María Meléndrez Parada

Las cuatro secciones de la exposición están complementadas con un sólido respaldo documental, así como un espacio de descanso, donde el visitante puede sentarse a leer de entre una muy completa selección bibliográfica o entrar en la sala que propone todas las relaciones que sostuvo el artista a lo largo de su vida.

En cada sala, además, hay audífonos con música alusiva a Manuel Rodríguez Lozano y su época, así como documentales.

Los puntos débiles de la muestra están en la carencia de una relectura de la obra del pintor que proponga una postura crítica actualizada, con nuevas investigaciones para apreciarlo mejor, o la recuperación de algunos de los varios cuadros perdidos.

Se advierte también la escasa presencia de su abundante producción dibujística, que la crítica de manera unánime reconoce como magnífica.

La inclusión de la obra de los discípulos de Rodríguez Lozano es uno de los rasgos más trascendentes de su carrera (Abraham Ángel, Julio Castellanos, Tebo, Nefero, discípulos y compañeros; además el fotógrafo Antonio Reynoso, así como Francisco Zúñiga) y superó incluso las fronteras nacionales (fue importante en la obra de artistas cubanos, como Mariano Rodríguez y Alfredo Lozano). En la exposición tal faceta está trazada, pero no se profundiza.

El periodo monumental

La muestra de Rodríguez Lozano comienza con cuadros de potentes figuras matronales dispuestas en hemiciclo, que nos hacen sentir en un templo arcaico.

Los personajes intercambian miradas, nos observan (son de la segunda mitad de los años 30 del siglo pasado): el artista ha alcanzado el máximo equilibrio y madurez, y denota una influencia del periodo metafísico de Giorgio de Chirico, Filippo De Pisis y Giorgio Morandi, así como cercanía con las ideas estéticas de la revista italiana Valori Plastici (1918-1921). Pocas formas esenciales en su obra, un excelso equilibrio colorístico y una línea refinada y sintética.

Rodríguez Lozano ha encontrado aquí su lenguaje, ha superado definitivamente la etapa mexicanista de su producción anterior, ligada a la recuperación de la cultura popular y de la exaltación de lo espontáneo, la intuición, el primitivismo, la forma burda.

Un parteaguas en su producción fue su encarcelamiento en Lecumberri, acusado de robar cuatro grabados; allí pinta el fresco, hoy en Bellas Artes, La piedad en el desierto (1942). Después de esa fecha su pintura sufre una estilización excesiva, una teatralidad y cierto amaneramiento, con tonos oscurecidos en gama de grises y negros. Dejará de pintar después del diagnóstico de una enfermedad, en 1958, y morirá de enfisema pulmonar en marzo de 1971.

La exposición en el Munal (calle Tacuba 8, Centro Histórico) concluirá el 9 de octubre.