Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 31 de julio de 2011 Num: 856

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Beirut, cultura y gastronomía

Dos poemas
Joumana Haddad

México y Líbano
Hugo Gutiérrez Vega

Líbano: en busca del equilibrio
Naief Yehya

Líbano, el país de la miel y la leche

Georges Schehadé: poeta y dramaturgo
Rodolfo Alonso

Dos poemas
Georges Schéhadé

Breve elogio de Amin Maalouf
Verónica Murguía

Actualidad de Gibrán Jalil Gibrán
Juan Carreón

Dos poemas
Gibrán Jalil Gibrán

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Breve elogio de Amin Maalouf


Foto: Ignacio Gil

Verónica Murguía

Musulmán, judío o cristiano, que te tomen
como eres o que prescindan de ti
.
Amin Maalouf, León el Africano

Es frecuente, cuando se habla de libros, dejarse llevar por el entusiasmo y decir que tal o cual autor ha cambiado la vida de quien lo lee. Lo menos frecuente es perseverar en la afirmación, sobre todo con el pasar de los años. Uno se hace más exigente o más quisquilloso; las afinidades varían; con trabajo, el gusto madura. La desmemoria hace su labor de zapa, los pasajes afortunados se borran y a veces no queda de la admiración más que una especie de vaga simpatía.

Los libros de Amin Maalouf son de los que resisten cualquier relectura. Como todos los buenos libros, cambian al mismo tiempo que el lector y se vuelven más generosos cuanto más exigente y atenta la indagación. Al volver a ellos se despliega en sus páginas el diorama del Medio Oriente, sus contrastes, sus irremediables semejanzas familiares, el vigor de sus culturas y su antiquísima problemática.

Maalouf, educado como cristiano en el Líbano, escritor en lengua francesa y conocedor a profundidad de la historia del islam,  ha sabido encarnar todos estos matices con sabia desenvoltura. En cada libro ha argumentado en favor de la tolerancia y la libertad personal. Como el célebre personaje de su brillante biografía novelada León el Africano, no reniega de ninguna de las lenguas, de las geografías o las religiones, sin dejar de señalar los prejuicios que empañan la visión clara entre Oriente y Occidente.

En León el Africano asistimos de mano de ese viajero y escritor nacido en la Andalucía del último Omeya, al recorrido del norte de África –retratado después en Historia y descripción de África–, a la invasión otomana de El Cairo, la magnificencia de Constantinopla y el saco de Roma por las tropas del emperador Carlos v. Es un libro lleno de ternura por la España árabe, de amor por Fez, pasmo ante Constantinopla y dolor por la devastación de la guerra en Europa, donde estuvo primero como esclavo y luego como amigo personal del papa León x.

Buen lector de la Autobiografía de Benvenuto Cellini, Maalouf coloca a León al lado del orfebre y escultor que se pavonea en las murallas, orgulloso de haber alcanzado con el arcabuz al condestable Bourbon, uno de los acontecimientos que luego costarían a Roma la vida de miles de sus ciudadanos y la humillación más dolorosa que sufrió desde la invasión de los bárbaros en los albores de la Edad Media.

Este es un secreto de Amin Maalouf: sabe como pocos escoger los fragmentos de verdad que alimentarán los retratos que salen de su imaginación. Así, en Samarcanda, astuta y deliciosa mezcla de thriller y novela histórica, un bibliófilo estadunidense, Benjamín o. Lesage, busca con empeño un libro de Omar Jayyám rescatado del Titanic, en la Persia del siglo xx. Y ¿cuál es ese libro?

Maalouf aprovecha los datos históricos que existen para contar la vida fascinante del poeta Jayyám, autor de las Ruba’iyyat, amigo del fundador de la secta de los hashidim Hassan Sabbah, el asesino del visir Nizam el-Molk, entre otros miles.

La sola historia de la secta basta para picar la curiosidad más aletargada: la historia afirma que el implacable fundador enviaba a sus asesinos a matar aun a sabiendas de que la muerte del enemigo les costaría la vida. Algunas versiones afirman que los seguidores del temible Viejo de la Montaña, llamado así porque vivía protegido por las murallas de su fortaleza en la cima de Alamut, eran drogados por él con hachís. Entonces el Viejo les decía que el paraíso que les tenía prometido sería mil veces más bello y placentero. Otros dicen que eran fieles por convicción, tan puritanos y crueles como Hassan Sabbah.

La verdad es que todos los reinos musulmanes perdieron hombres a manos de los hashidim; que los cruzados tuvieron que pagar tributo a los habitantes de Alamut y que la fortaleza sólo se rindió ante Gengis Kan. Estas verdades, entretejidas con la fábula de un libro de Jayyam atesorado por Hassan Sabbah, se mezclan en Samarcanda para ofrecer una aventura con los sabores contrastados –y realzados– de Las mil y una noches y una novela de Rudyard Kipling.

Otro libro que demuestra hasta qué punto Amin Maalouf conoce la historia del Medio Oriente, donde no hay ficción sino el sofisticado resumen de los datos fundamentales para comprender lo que sucedió, es Las cruzadas vistas por los árabes, publicado en español en 1989.

En él, el autor, aunque nacido en el seno de una familia cristiana, no vacila a la hora de describir, con un estilo sereno y algo sardónico, la superstición, codicia y violencia que reinaban en los ejércitos cristianos que invadieron los países árabes en el siglo xi con el fin de “rescatar” el Santo Sepulcro.

En la ruta acabaron con poblaciones enteras no sólo de musulmanes, que nada les habían hecho. Fanatizados, locos de odio, también mataron a cristianos ortodoxos, cristianos coptos, judíos y templarios. Un hecho célebre, recordado por los historiadores de Occidente, incluido en el libro de Maalouf y aceptado como verdadero por la mayoría de las autoridades es éste, relatado por Raoul de Caen: “En Maarat, los nuestros cocían a paganos adultos en las cazuelas, ensartaban a niños en los espetones y se los comían asados.” Imagínese el lector el espanto, el horror de los musulmanes que veían el macabro espectáculo desde las murallas.

Maalouf se mueve con naturalidad en un universo de textos desconocido en su mayoría para nosotros, herederos de los cronistas de Occidente. Los árabes de entonces eran escritores más sofisticados que los occidentales: Ibn al-Qalanisi, de Damasco, Ibn al-Atir –cuyas obras sólo se conocen en fragmentos y en francés–, Kamal al-Din de Alepo y el sensato e ingenioso Osama Ibn Munqidh, amigo de templarios, diplomático y emir, son los cronistas que apuntalan el libro.

Por si fuera poco, hay muchas citas del secretario personal de Saladino, Baha al-Din. Pues debemos enterarnos de que la flor de la caballería no es el Lanzarote de las leyendas, sino que fue un príncipe kurdo, Salah al-Din o Saladino, quien enseñó a Occidente el verdadero significado de la palabra nobleza. Su gentileza y audacia le valieron el homenaje de Dante Alighieri en la Divina Comedia.

Es por esto, y vuelvo al principio, por la belleza de las imágenes, la intriga hábilmente dosificada en las tramas y la generosidad de mostrarnos que la historia no tiene sólo un lado, que los libros de Amin Maalouf son de los que sí cambian la vida.