Opinión
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Penultimátum

El huevo de la serpiente

C

on extrema ligereza, varios comentaristas de radio y televisión de Estados Unidos dijeron pocas horas después de que asesinaron en Dallas al presidente John F. Kennedy, que todo apuntaba a que el crimen había sido ordenado por el gobierno cubano. La especie fue alentada al presentar en la televisión al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, repartiendo propaganda comunista. Fresca estaba la crisis de los misiles protagonizada por nuestro vecino país del norte y la Unión Soviética. Antes de que terminara ese fatídico 23 de noviembre de 1963, los servicios de inteligencia estadunidenses descartaron la hipótesis cubana. Sabían ya que el crimen había sido fraguado en oscuros sótanos del poder.

Con la masacre reciente en Oslo y la isla de Utoya se repitió la misma fórmula. Tanto en la televisión y la radio de México como en la de muchos otros países, varios analistas culparon de la masacre a organizaciones islamistas. Cuando se supo que el asesino era un convencido defensor de la pureza blanca, los principales medios europeos recogieron la opinión de los más calificados integrantes de los partidos de la extrema derecha, quienes culparon de lo ocurrido a la migración árabe a Europa. Hasta salieron en defensa de los principios cristianos.

Algunos de ellos defendieron los motivos que tuvo Anders B. Breivik para matar a 77 personas, la mayoría jóvenes del partido laborista noruego. Uno de los más notables fue el europarlamentario y xenófobo italiano Mario Borghezio: los cristianos no deberían ser animales para ser sacrificados, debemos defenderlos. Por su parte, Francesco Speroni, senador y ex ministro de Berlusconi, aseguró: Las ideas de Breivik son para defender la civilización occidental. Si las ideas son que nos encaminamos hacia Eurabia y ese tipo de cosas y que la civilización cristiana debe ser defendida, entonces estoy de acuerdo con él.

Otro legislador ultra, de Austria, Werner Königshofer, señaló que las muertes en Oslo debían servir para reflexionar sobre el valor de la vida humana y, en concreto, el hecho de que millones de niños nonatos mueran en el útero de sus madres cada año en Europa.

No podía faltar el fundador del partido Frente Nacional de Francia, Jean-Marie Le Pen. Dijo que la ingenuidad y la inacción del gobierno noruego frente a la inmigración es más grave que el asesinato masivo perpetrado. Otro dirigente del Frente, Jacques Coutela, definió al asesino como un icono, el primer defensor de Occidente.

Varias agrupaciones de derecha se desvincularon del asesino y lo condenaron. Pero los medios a su servicio optaron por decir que era un loco, un desequilibrado. Una forma de ocultar que desde hace años la ultraderecha incuba al huevo de serpiente. En México y en otras partes.