Opinión
Ver día anteriorSábado 13 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mahler en el diván
E

n el año 2010, el equipo formado por Percy y Félix Adlon (padre e hijo) realizó la película titulada originalmente en alemán Mahler auf der Couch, cuya muy sencilla traducción literal al castellano es Mahler en el diván. Por enésima vez me pregunto: ¿quiénes son, de dónde salieron, y qué minúsculo IQ tienen las personas (es un decir) que en México ponen los títulos a las películas foráneas que aquí se exhiben? La reiteración de la pregunta es porque el filme se presenta en estos días en la capital bajo el idiota título de Confesiones en el diván.

El meollo narrativo de la cinta de los Adlon es el legendario (pero no necesariamente trascendente) encuentro que tuvieron Gustav Mahler (Johannes Silberschneider) y Sigmund Freud (Karl Markovics) en agosto de 1910 en la ciudad holandesa de Leyden. En ese único encuentro, que se realizó como una caminata de cuatro horas por la ciudad (Mahler le tenía pavor al diván de Freud), el compositor le contó al sicoanalista sus cuitas, arraigadas sobre todo en las flagrantes infidelidades de su esposa Alma (Barbara Romaner), en particular con el genial arquitecto Walter Gropius (Friedrich Mücke).

A lo largo de la película, Freud intenta desentrañar las causas profundas de la crisis matrimonial de los Mahler y, muy de acuerdo con los datos históricos que se tienen, pone el dedo en una llaga fundamental: el hecho de que al momento de formalizar su relación, Mahler le prohibió terminantemente a Alma seguir componiendo, y la obligó a dedicarse por entero a él y a su música. Inevitablemente, esta represión de su impulso creativo llevó a Alma a buscar simultáneamente una salida para todo lo reprimido y un ajuste de cuentas en contra de quien la había tenido prácticamente prisionera del silencio.

Para darle a su narración un toque de verosimilitud, los Adlon recurren a un buen número de hechos biográficos fidedignos, como la carta de amor que Gropius escribe para Alma pero que envía equivocadamente (¿acto fallido es el término correcto?) a Mahler, o la muerte, víctima de la difteria, de la hija mayor de Mahler y Alma. Estos y otros momentos particularmente conflictivos generan una pesada carga de culpa, recriminación, retribución y otros sentimientos poco saludables que terminan por envenenar a fondo la relación entre el volcánico compositor y su voluble esposa. Muy presente en la cinta, asimismo, es la obsesión enfermiza de Mahler con la muerte, generada inicialmente por el trágico fallecimiento de varios de sus hermanos. Hacia el final de la cinta, los realizadores ponen su énfasis narrativo en el hecho de que, justamente en la época de su encuentro con Freud, Mahler dedicó a Alma la partitura de su gigantesca, hipertrófica Octava sinfonía, la notoria Sinfonía de los mil. En este punto, el espectador puede preguntarse, desde la comodidad de su butaca, si esta dedicatoria nació de un genuino acto de amor, de una intolerable carga de culpa, o de un flagrante intento de chantaje emocional.

Mahler auf der Couch es una película con respetables valores de producción, una buena reconstrucción de época y, sobre todo, un soundtrack que encuentra en el gran director finlandés Esa-Pekka Salonen un intérprete idóneo de la música de Mahler. Sin embargo, a pesar de que el filme puede resultar interesante para todo mahleriano de corazón, lo cierto es que los Adlon han optado por una línea narrativa un tanto inconsistente que, en los momentos en que se aproxima al gran guiñol, provoca un inevitable distanciamiento entre el espectador y la materia musical, humana y sicoanalítica que da cuerpo a la película. En medio de esta inconsistencia, destacan algunos diálogos bien armados, algunas secuencias genuinamente apasionadas, y algunas imágenes muy bien logradas; entre ellas, destaco una en particular en la que los Adlon presentan a Alma y a Mahler como la Virgen María y el Cristo de La Pietà, de Michelangelo Buonarotti. Y no deja de tener cierto interés escuchar a Mahler decirle a Freud: Nunca sueño. O escuchar al sicoanalista primigenio afirmar que no soporta la música porque le produce epilepsia musicogénica. Sin embargo, las películas de Luchino Visconti, Ken Russell y Bruce Beresford dedicadas a Mahler y Alma son ciertamente superiores a ésta.