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Es el país de la comunidad mundial que lleva más años sin gobierno

La guerra, un negocio en Somalia
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Conflicto armado y pobreza extrema, dos rostros en la Somalia del caos y la anarquíaFoto Rodrigo Hernández
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 14 de agosto de 2011, p. 24

Mogadiscio, 13 de agosto. No quiero vivir pegado a un arma, ni tampoco que mis hijos lo hagan, pero de momento la vida no me ha dado otra alternativa. Hassan Modsal ha trabajado como mercenario los últimos 20 años. Ha visto cómo su vida laboral se deterioraba al igual que las calles de esta ciudad.

Somalia se ha convertido en el país que lleva más años sin un gobierno central, pero su crisis es arrastrada desde hace varias décadas. El final de la colonización inglesa e italiana trajo consigo la creación de fronteras artificiales y la imposición de un modelo de Estado que poco tardó en cambiar. En 1969, Siad Barre tomó el mando tras un golpe de Estado. Las tensiones bélicas de su etapa se centraron en las luchas con Etiopía sin conseguir una verdadera evolución económica en su territorio

Durante esos últimos años, personas como Hassan intentaban salir adelante trabajando en el comercio informal. No pude terminar la escuela y pronto empecé a trabajar como conductor de camiones y cargando cajas en el puerto. Al igual que muchos compatriotas, aprovechaba las nutridas costas que bañan las tierras somalíes para saca provecho de la pesca.

Pero con el inicio de la guerra civil a principios de los años 90, todo cambió para la mayor parte de estos ciudadanos. El trabajo se terminó y no tenía más posibilidad que buscar empleo en una milicia de seguridad privada. Nunca había tocado una pistola, pero ellos me entrenaron. La parte más dura de la batalla se desarrolló en la capital. Mogadiscio quedó dividida, sus edificios destrozados y la mayor parte del asfalto desapareció.

Incluso las principales organizaciones internacionales salieron del territorio somalí ante la dureza del enfrentamiento. Yo nunca quise luchar con las tropas del ejército. Para mí, estar con ellos era participar en una guerra en la que no estaba de acuerdo, comenta Hassan, quien acompañado por otra decena de hombres armados suele escoltar a personajes de otros países en lugar de formar parte de alguna de las tropas que han llegado hasta este terreno.

No sólo Estados Unidos ha realizado incursiones infructuosas en los últimos años en territorio somalí. En 2000 se estableció un gobierno de transición sin contar con el apoyo de la mayoría de los clanes, pero respaldado por soldados de Uganda y Burundi, que conforman la Misión de la Unión Africana en Somalia (Amison). La multitud de frentes abiertos, las dificultes con el idioma y la incapacidad para conformar estrategias comunes con el ejército nacional han provocado que en ningún momento el país haya estado bajo su control.

La inestabilidad se siente igualmente en el bolsillo de la mayoría. La sequía ha demostrado la falta de infraestructuras en un país donde millones de personas continúan viviendo de una agricultura rudimentaria, y la escasez de trabajos llega también a las ciudades.

Hassan, por ejemplo, cobra algo menos de 150 dólares mensuales; su deseo, dice, sería crear un negocio, pero apenas tengo para dar de comer a mi familia. En ocasiones he tenido que vender mi propia arma para conseguir comida.

La mayor parte del armamento que se mueve en Somalia se consigue en el mercado negro. Las calles de Bakara Market son un continuo fluir de traficantes, soldados y milicianos. “La mayor parte del material bélico que compramos proviene de la Amison. Uno podía llevarse una AK-47 por unos 300 dólares y un mortero antiaéreo por unos 10 mil”. El problema, dice, es que los precios empezaron a subir cuando el nivel de enfrentamientos se elevó y sobre todo cuando aumentaron los secuestros realizados por los piratas en las costas.

El puerto donde Hassan trabajó está actualmente en ruinas, pero no sólo por el efecto de las bombas. Diversos organismos internacionales llevaban años denunciando el uso indebido de las aguas somalíes por grandes buques internacionales que terminaron con el negocio para los pescadores somalíes. Muchos jóvenes que se vieron afectados por estas prácticas empezaron a realizar actividades delictivas y algunos de ellos terminaron participando en multimillonarios plagios a embarcaciones extranjeras.

Aquí todo gira en torno al dinero, no sólo en el mundo de la piratería sino también en las milicias. El caso más emblemático, según él, está en Al Shabab: 80 por ciento de la gente que conozco nunca se iría con ellos, pero los que lo hacen es por razones económicas. Ganan más del doble que en una milicia normal. Suelen ser chicos muy jóvenes, inmaduros, que han vivido esta situación de guerra así que no entienden la realidad de lo que están haciendo.

Este grupo extremista islámico encuentra su lugar con el desmantelamiento de la Unión de Tribunales Islámicos. Pesaron más las presiones internaciones en medio de una etapa de alerta islamita (poco después del 11 de septiembre) que la estabilidad conseguida por este grupo en 2006. Desde ese momento las tensiones y enfrentamientos han ido en aumento. Una confrontación que las grandes potencias simplifican entre un grupo democrático y otro radical sin tener en cuenta a las decenas de clanes.

Aunque el gobierno somalí dice no tener recursos suficientes, su ministro de Interior, Abdishamat Mohali, aseguró que tienen muchos soldados para lograr llevar a cabo su estrategia de seguridad. Por ello, aquí se ha decretado el estado de emergencia y los soldados tienen permiso de ejecutar a cualquier sospechoso por la ley militar.

Son muy malos tiempos, han pasado demasiadas cosas malas; creo que el mundo debería dar los pasos correctos para corregir esto, reflexiona Hassan. Tras décadas de enfrentamientos, piensa que es el momento de dialogar para que los somalíes decidan su futuro.