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Ver día anteriorJueves 18 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Apretar las tuercas
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La soprano Lourdes Ambriz (en primer plano), durante una escena de la ópera Otra vuelta de tuerca, de Benjamin Britten, que se presentó en la sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural UniversitarioFoto Yazmín Ortega Cortés
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l fin de semana, en medio de una expectativa singularmente intensa, con dos funciones llenas a reventar y, cosa no muy frecuente, con numerosa asistencia de compositores e intérpretes locales, se realizó el estreno mexicano de la ópera Otra vuelta de tuerca, de Benjamin Britten, basada en el espeluznante cuento The turn of the screw, de Henry James, convertido en libreto por Myfanwy Piper.

El escenario, la sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario. El reparto vocal y orquestal, como el proyecto en su conjunto, conformados por una interesante colaboración binacional México-Gran Bretaña. El resultado general, atractivo por la relevancia operística de la figura de Britten, y porque lo aquí narrado surge directamente de sus propios y más íntimos fantasmas, pero ciertamente con algunas tuercas que apretar.

La educada voz de la soprano Fflur Wyn como la nueva institutriz exhibió también cierta delgadez y fragilidad.

Los dos jóvenes cantantes británicos elegidos para hacer los roles de los niños Flora y Miles, de buena presencia escénica. Como intérpretes musicales, mejor ella (Erin Hughes) que él (Leopold Benedict).

Fueron convocadas también dos cantantes mexicanas de experiencia y tablas incuestionables: Lourdes Ambriz y Encarnación Vázquez. Bien resuelto en particular por Ambriz el desmelenado y sepulcral espectro de la antigua institutriz.

Sin duda, el más destacado de los intérpretes del reparto fue el tenor inglés Samuel Boden, quien narró el prólogo y después personificó al fantasmal Peter Quint, dotándolo de una buena carga de malevolencia de ultratumba.

Como complemento orquestal, Benjamin Britten propone para Otra vuelta de tuerca un parco ensamble de 13 ejecutantes, dirigidos aquí por otro inglés, Jan Latham-Koenig, de quien se dice que fue ásperamente exigente con instrumentistas y cantantes a lo largo de los ensayos.

La austera orquestación de Britten funciona eficazmente para complementar la materia narrativa de la ópera, y en la partitura destacan algunos elementos atractivos, como los solos de corno que remiten a su Serenata para tenor, corno y cuerdas, y en particular, la conducción de una escena casi entera a cargo de las campanas tubulares, quizás el más notable logro colorístico de toda la obra. En la ejecución, mejores los alientos, piano y percusiones, que las cuerdas.

El resultado de la parte escénica de esta Vuelta de tuerca fue contradictorio. El manejo de la parca escenografía en el contexto de un espacio abstracto fue efectivo en general para transmitir una cierta desolación rancia y decrépita, que le va muy bien a la historia. Por otra parte, la dirección de escena pudo beneficiarse de un mayor dinamismo, mientras que la iluminación no aportó en este caso lo que hubiera sido necesario para potenciar los perfiles sórdidos y fantasmagóricos del asunto. Las apariciones de los espectros, bien resueltas a lo largo de la ópera.

El caso es que, más allá de los elementos perfectibles que tuvo esta ópera, no deja de ser alentador que la Universidad Nacional Autónoma de México siga con sus esfuerzos de convertirse en otro polo operístico relevante, cosa que ha logrado con éxito en varias ocasiones. Ciertamente, también es alentador que el estreno en México de una ópera de un compositor importante y moderno cause una expectativa como la provocada por Otra vuelta de tuerca. (No me queda duda de que hubiera sido perfectamente factible llenar varias funciones más.)

Es evidente que la exploración de la ópera de cámara, que cuenta con un repertorio vastísimo y fascinante, sobre todo en los ámbitos moderno y contemporáneo, es una alternativa viable y deseable, tanto para ofrecer mayores opciones a públicos, músicos, cantantes y compositores, como para desmentir a los operópatas que insisten neciamente en que la única opción operística son los muy manidos Verdis y Puccinis de siempre o los hipertróficos Wagners ocasionales.

Ha quedado comprobado, una y otra vez, que la calidad de una ópera no depende necesariamente de lo extenso de su duración, ni del tamaño de su orquesta ni de la talla y cantidad de sus sopranos. Less is more, como bien pudo haber dicho hipotéticamente lord Benjamin Britten. Y su notable Peter Grimes, ¿cuándo?