Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de agosto de 2011 Num: 859

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Al pie de la letra
Ernesto de la Peña

Dos poemas
Eleni Vakaló

2012: Venus, los mayas y
la verdadera catástrofe

Norma Ávila Jiménez

Castaneda: la práctica
del conocimiento

Xabier F. Coronado

Trotski en la penumbra
Gabriel García Higueras

Juan Soriano en Polonia
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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Una Rendija para mirar el cosmos en Mérida

El montaje de las obras de Chéjov (obras cortas) y Óscar Wilde (La importancia…) es un rito de paso, humilde, entregado, y una forma de contacto con la realidad del contexto yucateco, con la pedagogía que pretende ejercer La Rendija en sus noveles actores y con la voluntad de formar públicos capaces de entender y participar en un proceso teatral que va del laboratorio escénico a la academia del mundo dramático.

Si bien Hanako (reseñada la semana pasada) es un punto de llegada estético, los montajes de obras instaladas en el realismo, pero en el tono de comedia, farsa y pieza, le dan al trabajo la posibilidad de expandirse frente a un público que está ávido de diversión, pero que también puede soportar un entretenimiento pensante y no salir huyendo ante la posibilidad de ser convencido de que la vida real se parece mucho a ese mundo desigual y pleno de dobleces morales que radiografía el teatro.

Hace poco más de veinte años, La Rendija, integrada por una conjunto amplio de jóvenes formados en el mundo académico y nada menos que bajo la égida de Gabriel Weiz, lúcido, arriesgado y con ideas propias, trabajaba dividido entre la necesidad de investigar para el montaje y la de buscar, de algún modo, que la experiencia de lo que dejaban atrás se fundiera con lo futuro. 

Hoy ese desgarramiento ya no ocurre de una manera tan virulenta; pasa, pero de manera sosegada, con la certeza de que el tiempo es una medida y no un veneno que parece rebasar todos los procesos artísticos de las personas dedicadas a la escena. Hay tiempo de investigar, de montar, de entender y volver a entender un proceso que si bien es ensayo, perfeccionamiento, también es una posibilidad académica de contar con registros que alimenten el corpus de la tradición y la memoria de la compañía donde se trabaja.


Óscar Wilde

La Rendija se ha dado también a la tarea de participar en la promoción de la cultura teatral e inscribirse en los esfuerzos institucionales que impulsan festivales con obras que pueden ser descubiertas en varios puntos de la ciudad de Mérida.  Eso sucedió con el festival Wilberto Cantón, que pasó en esta transición de julio a agosto con una variedad de obras que sorprende por su diversidad, por el entusiasmo y, claro, también por su desequilibrio.

A estos festivales ecuménicos y democráticos suelen acudir amateurs que poseen concepciones teatrales previas al porfiriato, con ejercicios teatrales que no aportan, que lo único que buscan es llenar el espacio de ciudadanos que están en el ejercicio de su jubilación, personas de capacidades diferentes y hasta grupos entusiastas que trabajan con adicciones.

Raquel Araujo no sabía que su trabajo creador estaría también vinculado a estrategias propias de las políticas culturales y que el interés de crear (y educar) públicos contrastaría con las políticas populistas sostenidas en el despilfarro, que promueven espectáculos amparados en la difusión televisiva que colocan en las plazas equivalentes al Zócalo capitalino para convocar a toda la familia (el espectáculo ha sido el gran sustituto de una política social de aprovechamiento grupal del tiempo libre, como ha sucedido en sociedades que no son conformistas).

Lo que ha hecho La Rendija con Chéjov es acercarlo al humor local, o lo que sobrevive de él, o lo que el genio de Chéjov puede todavía radiografiar en una Mérida del siglo XXI que continúa comportándose como la del siglo XIX. La mayor dificultad en la creación de un público consiste en resolver las dicotomías y contradicciones que han significado la transición de los grupos artísticos hacia una profesionalización de su ámbito sustentable y la estupidización en que cae un público que no tiene más opción que lo que ocurre en las plazas, que puede retirarse cuando quiere porque todo es gratuito, contestar su celular y comer insaciable mientras “disfruta” un espectáculo.

El llamado a entender qué pasa en escena, llegar puntual, apagar el celular, parar de comer, mantenerse sentado y controlar la vejiga, son peticiones que para muchos públicos potenciales resultan insoportables. Para varios espectadores, las obras cortas (encuentro una equivalencia a los “esketches” en formatos como los del teatro Blanquita y el burlesque) son un remanso (como sucede con el lector para quien más de veinte páginas resultan un anestésico) y la posibilidad de continuar quieto y sentado.

Chéjov hará el milagro en Mérida; así lo demuestran las fidelidades que cada fin de semana se reúnen para constatar que el siglo XIX continúa entre nosotros.